Salió muy gallo

Sexo 27/09/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 15:38
 

Querido diario: Él mismo se empujó el preservativo hasta la base, y con la otra mano me bajó la cabeza hasta el punto exacto donde me quería. El fantasma de su último beso me repicó en los labios cuando los encerré en un aro alrededor de la circunferencia de su miembro erecto, y gemí contra su piel caliente mientras mi boca lo acogía entero hasta el fondo.

Era un hombre joven, no recuerdo su nombre, pero me dijo que le llamaban El Pollo. Al soltarme el pelo me había dejado para mamárselo a mi propio ritmo, así que me deleité subiendo y bajando a chupadas largas a través de su longitud empalmada. Era riquísimo sentir cómo le temblaban las piernas cada vez que me atrevía a hacerle una garganta profunda, y a mí me mojaba un montón verlo repleto y embadurnado de mi saliva cuando me lo sacaba de adentro. Él se adueñó de mis tetas mientras yo le trazaba el contorno del tronco con la lengua, siempre atenta a sus gruñidos guturales para saber lo que más le gustaba.

Pero lo que más me gustaba a mí era tenerlo enterrado entre mis piernas. Me despedí de su verga con una lamida larga hasta la punta, y entonces me encaramé sobre su cuerpo a horcajadas, de espaldas a él para agarrarme a sus muslos con las uñas. Él se dejó caer sobre la cama y posicionó las manos en mis caderas para ayudarme a bajar, con la punta de su pene bien ubicada en mi entrada. El corrientazo de placer fue instantáneo para los dos. 

—Muy bien— jadeó detrás de mí. Entonces me mecí en un vaivén suave de adelante hacia atrás mientras lo oía gruñir, asumí que de impaciencia, con una sonrisita, pero aun sabiéndolo, no me apuré en concederle acción al asunto. Primero quería que se obsesionara con estar encerrado entre las paredes apretaditas de mi sexo dilatado, que lo envolvían como un guante húmedo y profundo. El sudor comenzó a correrme por los omoplatos cuando me agarré a sus rodillas para bajar hasta el fondo y subir hasta la punta, gimiendo despacito. Asomada por sobre mi hombro pude verle el ceño fruncido, esa concentración con la que vigilaba la manera en la que mi vagina se estaba comiendo el tronco de su miembro rígido.

Mi ritmo fue cambiando a medida que la necesidad me iba venciendo toda resistencia. Me encontré brincando arriba suyo con fuerza, mi espalda arqueada hacia atrás para que al producirse el choque siempre lo hiciera contra el mismo punto. Tenía el orgasmo en la punta de los dedos de los pies, retorcidos de placer, al igual que mis piernas encendidas de puro calor. Pude haberme quedado ahí dándome ida hasta que el vientre me reventara en fuegos artificiales, pero él me empujó hacia atrás al atraparme el torso con los brazos. Fue rápido en acomodarme de piernas abiertas arriba suyo, mi espalda contra su pecho, y ahora que lo oía jadear en mi oído los escalofríos me ascendían como serpientes por las pantorrillas. No sé por qué le dirían el pollo, ni le pregunté, pero el salió muy gallo.

—¡Vamos! —me dijo con voz grave y rasposa, y yo le respondí con un gemido, incapaz de hablar ahora que me fustigaba el clítoris en círculos. Cuando me tuvo retorcida y al borde del orgasmo, clavó los talones en el colchón y se empujó adentro de mí. Estaba tan mojada que se enterró hasta el fondo con embestidas cortas y rápidas, me levantaba con fuerza en cada empuje, mis piecitos quedaban volando, mi centro ensartado y entre las paredes de la habitación quedó encerrado el eco del choque de sus testículos contra mí.

Hasta el martes,  Lulú Petite

 

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