Piel con piel

Lulú Petite sexo sexualidad

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 22/01/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 11:19
 

Querido diario: Nos abrimos de piernas los dos, piel con piel, mirando al frente, sentados sobre las sábanas blancas. Él tenía apoyada mi espalda contra su pecho, donde su respiración me hacía subir y bajar, y el calor que su cuerpo emanaba me envolvía en un abrazo cargado de sensualidad. Contra la base de mi espalda me rozaba su erección. Allí podía sentirla palpitar contra el nacimiento de mis glúteos, mientras él me tenía abierta para aventurarse entre mis muslos.

Bajó su mano por mi abdomen y se metió con los dedos en ese espacio caliente, y comenzó a masturbarme hasta que logró meter el dedo del medio hasta los nudillos. Ya tenía las rodillas dobladas y me había entregado a los movimientos de su pulgar contra mi clítoris, pero cuando comenzó a cogerme con el dedo no pude más. Me mordí el labio inferior en un intento instintivo de prevenir el flujo de gemidos, pero los dejé salir.

A Diego, mi cliente, no lo veía desde abril. En aquel entonces estaba metido en la campaña de algún candidato a no sé qué puesto. No le pregunté si ganó, pero no traía cara de importarle ese tema. Es tan competitivo. En todo quiere ganar. Hasta en el sexo. Siempre se empeña en verme terminar. Como si mi orgasmo fuera su triunfo y el suyo (su orgasmo), su trofeo. 

Mis besos fueron bajándole por la barbilla, y más tarde por la línea del pecho. Bajaron por su ombligo y pronto le aterrizaron en la cabeza de la erección. Estaba lista y gorda, creciendo venosa entre mis dedos, donde se sentía pesada y caliente. La acaricié desde abajo hasta arriba, en donde me quedé un rato para premiarlo con un masaje especial en agradecimiento por el trabajito húmedo entre mis piernas. Ahora era mi turno de oírlo jadear y quejarse, incluso de gemir, como me puso a mí, especialmente cuando le rodeaba la cabeza con la lengua y luego la envolvía con la boca entera para darle un chupón y ponerle el gorrito de látex, necesario para este oficio. Su respiración agitada era música para mí. 

Él apoyó las manos en el colchón y optó por relajarse, echándose hacia atrás para observar el espectáculo en primera fila. De vez en cuando lo sentía subir las caderas como para encontrarme, y eso me mojaba otro poquito, aparte de motivarme a tragármelo más hasta el fondo. Pero fui débil. Decidí darle una última lamida de las largas, que le recorrió el trazo de una de las venas que coronaba su imponente pieza, y luego procedí a encaramarme arriba suyo como una gatita bien entrenada.

Él me recibió con una sonrisa aprobatoria. Cómo queríamos los dos que me entrara por fin, ponernos a luchar entre él y yo a ver quién se entraba más duro.  Y mira que yo no estaba nada dispuesta a perder ¡eh!

Hasta el jueves, Lulú Petite

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