No era tan tímido

Lulú Petite sexo sexualidad

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 01/08/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 11:42
 

Querido diario:  Llegué al motel, Pablo, mi cliente, me estaba esperando en una habitación del tercer piso. Revisé mi maquillaje en el espejo del elevador, caminé por el pasillo y llamé a su puerta.

Me recibió un hombre de unos cuarenta y tantos años. Bajito. Con una sonrisa amable, ojos verdes y buena conversación. Me tendió la mano y me invitó a pasar. Se veía nervioso. Algunos clientes son así. Un poco tímidos de inicio.

La charla le calmó los nervios y mis primeros besos terminaron de tranquilizarlo. Lo ayudé a ponerse cómodo. Tarareando alguna melodía incierta, entre la broma y la seducción, comencé a desnudarme quitándome despacito la ropa frente a él, que se sacó su pantalón y su camisa, a toda prisa. Caminé hacia él en lencería y con un empujón suave lo tumbé en la cama.

Me acerqué gateando al borde de la cama donde él me esperaba, sosteniendo su erección con un puño para ofrecérmela tal y como si fuera una paleta. La había recubierto con una fina capa de látex, por lo que en cuanto me acerqué, la siguiente cobertura fue la de mi lengua. Él gruñó entre dientes, tomándome de la cabeza suavemente para guiar mis movimientos hacia abajo. Hasta ese momento me había visto con una sonrisa demoledora, pero ahora estaba demasiado concentrada en la textura de su miembro en mi boca para prestarle atención a eso. 

Esas cosquillas. Me sostuve en alto con una mano y aproveché para sostener la base del pene que me estaba comiendo con la otra, dibujando un anillo en la base con el índice y el pulgar. Mi cabeza se balanceó de adelante hacia atrás, tratando de abarcar la mayor parte de la longitud de su miembro. Podía sentirlo palpitar contra mi boca, haciéndose cada vez más grueso con la excitación.

—Ven aquí, bonita —me llamó a su encuentro con una dulce voz, y yo sonreí amplio al tiempo que me ponía de rodillas, mis codos temblando por el cosquilleo.

Él se las arregló para introducirse en mi boca sin apuro, dándome un beso largo y bien dispuesto mientras sus manos me pegaban a su pecho, sosteniéndome en un duro agarre por las nalgas. Le gustaba amasármelas mientras nuestras lenguas se enredaban en un lío de saliva. 

Recostada y con las piernas abiertas, me tuve que arquear la primera vez que me penetró. Casi por instinto busqué entre mis piernas el punto palpitante de mi clítoris, lista para frotármelo mientras él se encargaba de cogerse lo poco que quedaba de sentido en mí.

Sus manos de hombre se hundieron en mis caderas, buscando atraerme hacia él sobre la cama cada vez que embistiera contra mí. Cada vez que la punta de su miembro tocaba un lugar especial, todo mi sexo volvía a inundarse de flujo. Era, simplemente, sobrecogedor. Me gustan los clientes tímidos. La mayoría de las veces terminan siendo estupendos amantes.

Hasta el martes, Lulú Petite

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