Me quitó los jeans

(Foto: Archivo El Gráfico)

ZONA G 12/09/2019 09:55 Lulú Petite Actualizada 09:55
 

 Querido diario: Los jeans son infalibles. No sólo mantienen el culo bien levantado, bien combinados, son muy sexys y a los hombres les gustan. Como a mi cliente.

Me pidió que fuera así. Según él quería quitármelos, pero a la hora del amor terminó desnudándose primero. Yo me quité la blusa y el sostén y me acerqué levantando las nalgas lo suficiente para que él pudiera explorar a gusto. El masaje en mi trasero me estaba prendiendo rápidamente. Ahora, con cada apretón que me daba, tenía que clavarme los dientes en el labio inferior. Mis suaves gemidos parecían incentivarlo a explorarme.

Creo que se decidió a apresurar las cosas en cuanto metió una mano por la entrepierna de mis jeans, y se percató de lo caliente que estaba. Sus dedos grandes me recorrieron la cintura de los pantalones, y de un momento a otro me vi libre, tanto mi vientre como yo, de expandirnos a la altura que mejor quisiéramos. Apenas disfruté de una buena bocanada de aire fresco cuando ya me veía echada hacia atrás; él me estaba instando a retroceder hacia él con las manos hundidas en las solapas de mis jeans. Mi risa espontánea terminó convertida en gemido.

Junto con el pantalón, mi lencería también se habían venido abajo. Pude soportar de la dulce tortura que era tener la lengua caliente de mi acompañante, hundida justo en la entrada de mi sexo rebosante de jugos, devorando todo lo que se encontraba a su paso tal y como de almíbar se tratase. Era tan adictiva esta sensación que terminé cogiéndole del pelo para enterrarlo aún más entre los recónditos rincones de mi sexo mojado.

Con las manos y las rodillas debilitadas gracias a todo lo que era aquello, opté por soltarle finalmente, incapaz de continuar ejerciendo fuerza en contra de nada. Sólo quería que aquella sensación placentera se prolongara todo lo posible y, a fin de cuentas, mis sueños terminaron volviéndose realidad. Mi adorable cliente, desnudo como estaba al borde de la cama, ya se había recubierto la erección con una fina capa de látex mientras se comía mi vagina. Le bastó un empujón hacia atrás para guiarme hasta mi próximo asiento, el que más nos interesaba.

Aterricé sentada sobre su poderosa pieza erecta, la cual me dividió los labios calientes en dos para hacerse un espacio dentro de mí. Mi espalda se arqueó con la primera intrusión; el momento se prolongó un poco más ya que necesité de un par de segundos extra para respirar con el grosor de su pene revolucionándome el aparato nervioso del cuerpo.

Él fue igual de paciente que cariñoso. Sus grandes manos, las mismas que me habían ayudado a desnudarme, me separaron los muslos lentamente, como para tentarme mientras mis caderas se mecían de adelante hacia atrás suavemente. Su respiración fuerte me entibiecía el cuello. Mi deseo iba en aumento cuando comencé a menearme con fuerza arriba de él, montando su potente erección a saltitos. 

Entonces vi en el piso mis jeans, ajustados, tirados sin orden y encima de ellos, el empaque del condón que allí había caído. No sé por qué eso me puso más caliente y seguí cabalgando nuestro orgasmo, mucha, mucha calentura.

Hasta el martes, Lulú Petite

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