¿Me oyen jadear?

Lulú Petite sexo sexualidad

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 23/04/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:46
 

Querido diario: No sé si hacía más ruido él, la cama o yo. Por un momento me pregunté si la habitación de al lado estaría ocupada, y por un instante deseé que sí. Hace tiempo que acepté el hecho de que me gusta que me oigan coger. Me calienta saber que otras personas escuchan mis quejidos o, incluso, que me vean siendo penetrada, cogida, disfrutando.

Al principio, Javier prefirió ponerme de rodillas sobre la alfombra del cuarto para cogerse mi boca. Hincada cerca de la puerta, yo me deleité con alzar la vista hacia la imponente erección de este hombre invadiéndome la cara interna de las mejillas.

Envuelto en la capa delgada del preservativo, su miembro rígido se deslizaba sobre mi lengua hasta ponerme los ojos llorosos. Debes saberlo: Si no sientes que te atragantas y te lloran un poco los ojos, no estás chupando bien un pene.

A Javier le gustaba que su tronco se perdiera adentro de mi boca, me di cuenta por las veces que intentó metérmelo hasta el fondo.

Ya en la cama, le enterré esa misma boca a mi acompañante en un hombro, mientras me enredaba a su cuerpo con la necesidad que él mismo me había sembrado en las entrañas, brazos, dedos y piernas. Antes él se había posicionado entre mis muslos para enchufarse un nuevo condón. 

Ahora, avivado con toda su fuerza, mi acompañante se mecía adentro y afuera de mí, una y otra vez, y otra vez, asegurándose de que cada una de estas veces me derrumbara otro poquito. Así fui perdiéndome a mí y ganando mis gritos y gemidos.

—Por favor… por favor... Sí, sí, sí —terminé gritando debajo suyo a viva voz, a manera de súplica, y eso cuando podía pronunciar palabras. Nos besamos más de una vez, con tantos enredos de lengua que pensé que no volveríamos a respirar más nunca. Mi espalda arqueada hacía que nuestros vientres se rozaran, cosa que me parecía muy bien a mí. La carne que yo tenía entre las piernas estaba prendida en fuego puro cuando rodamos sobre el colchón. Las manos de mi compañero se afianzaron en mi espalda, abiertas; nos movimos como un solo cuerpo porque incluso nuestras bocas iban unidas. Él me agarró por la nuca para prolongar esa comida, y yo disfruté especialmente que con los otros dedos se fuera a explorar la piel de mis nalgas. 

Qué desesperación caliente y espesa fue ese orgasmo. Él lo vivió igual de intensamente que yo; nos dejó tiritando a los dos sobre la cama. Con el cuerpo flojo después de las primeras oleadas de placer por esa noche, lo sujeté por la barbilla para dejarle una estela de besos que terminaron en su oreja, justo después me arqueé con un respingo, para empezar de nuevo.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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