Me mojé en su boca

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(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 06/06/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 09:49
 

Querido diario:  De piernas abiertas al borde de la cama, me contenté con calmarme las ansias (un poquito nada más) haciendo uso de mis manos para jugar con mis pezones. Mi respiración se tornó pesada mientras estos suaves montículos se veían atacados por mi causa, enroscados y estirados al punto que el fuego en mi sexo ya no podía más. Sosteniéndome sobre mis propios codos, me arqueé entre las sábanas y solté un gemido de auténtica satisfacción. El sexo oral tenía ese efecto en mí.

Él estaba arrodillado al borde de la cama, separándome los muslos con una mano con el único propósito de instalar su cara allí. Yo lo tenía atrapado en un enredo de dedos, piernas y pantorrillas: cada vez que él subía el rostro, mis caderas le seguían hasta arriba, y el agarre que yo tenía alrededor de su cabeza parecía afianzarse. Es que no lo quería lejos. Por esa manera satisfecha en la que él me veía desde arriba, además de lo firme que me sujetaba por las caderas para que le siguiera, imaginé que él tampoco nos quería separados.

Habilidosa como era, su lengua me acariciaba una y otra vez esos puntos sensibles que mi vagina escondía. Sin tregua, la punta de su lengua húmeda se perdió entre los pliegues de mi sexo, como buscando y demandando más de mis jugos. Poco podía hacer yo que entregar y entregarme más. En este punto me tenía tan mojada y estremecida que mis paredes vaginales se abrían y cerraban a voluntad, revolucionadas por los movimientos de este hombre. No podía dejar de gemir.

Sin embargo, lo que me hizo estallar fue la mano que colocó en mi monte de Venus. En ese instante me hizo subir con él casi todo el camino hasta arriba, y nos vimos a los ojos mientras él se aprovechaba de su agarre sobre mi bajo vientre para estirar el pulgar hasta el montículo de mi sexo. Su dedo se posó sobre mi clítoris y comenzó a masturbarlo de lado a lado, y en respuesta a mí me subió un calor intenso por todo el cuerpo revolucionado. Dios mío, no había manera de escapar de las olas de placer que me lamían del vientre hacia arriba, y así fue como comencé a gemir y a lloriquear mientras el orgasmo me hacía temblar las extremidades.

Me mojé en su boca con una satisfacción tan liberadora e intensa que una sonrisa atontada se me dibujó en el rostro. Él me metió un pulgar entre los labios y yo lo succioné mientras lo observaba desde abajo, entre la pesadez de mis párpados y los gemidos que aún me arrugaban el ceño. Él todavía se estaba devorando todo lo que mi orgasmo le había ofrecido.

Por fin me dejó caer. Aterricé sobre las sábanas con un suspiro. El orgasmo me había dejado palpitando el cuerpo entero como un gran solo corazón, lo que significaba que la sangre caliente todavía me viajaba por el cuerpo. No había una sensación más rica que ésta, aunque ya me estaba preparando para el monumental encuentro de su miembro y mi sexo empapado. Él me había acomodado de lado sobre las sábanas, pero si me apoyaba en un codo ya era capaz de ver cómo se colocaba el preservativo. Me pasé la lengua por los labios y terminé mordiéndomelos con deseo, al tiempo que posaba una mano sobre su ombligo. Él terminó el trabajo y alzó la vista para sonreírme, rozándome la curva de las nalgas amenazadoramente con su pieza.

Luego se la agarró desde la base para meterla adentro de mí, y yo aterricé sobre la cama de nuevo para soportar este nuevo y ardiente contacto. Recibí sus embestidas con una nueva tanda de gemidos, mientras él balanceaba las caderas lentamente, deslumbrándome con lo caliente y grueso que tenía el tronco de su erección. Era abrumador, pero también era divino. Por suerte, él no tardó en darse cuenta de que estaba lo suficientemente mojada como para alojarlo hasta el fondo. Allí fue que la cosa se puso buena.

Hasta el martes, Lulú Petite

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