Me cogió riquísimo

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(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 03/09/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 09:43
 

Querido diario: Conocí a Diego hace tiempo. Es un buen cliente. Llama una vez al mes y siempre es muy divertido. Es, además, bueno en el amor. Viene a la CDMX de trabajo y, con él, acepto ir a su hotel, aunque no sea de los que tengo de “oficina”. Generalmente, no me muevo de moteles en los que me siento segura, pero a él ya lo conozco y le es más fácil así, donde se hospeda por trabajo; necesita el cuarto por noche y en mi “oficina” prefieren rentarlos por horas.

La cama tenía tantas almohadas que entre él y yo hicimos una montaña apilándolas frente a la cabecera. En ese refugio esponjoso terminé yo recostada, desnuda y son-

riente, esperando por él con las piernas abiertas. A él le  costaba mantener la mirada en mis ojos, lo que me causaba gracia. Es de los que les gusta ver. Como que lo pone cachondo verme desnuda, aunque no me toque. Le permití que me observara todo lo que quiso. Igual estábamos allí para darle gusto.

—Me encanta —dijo mientras tocaba suavemente mi vulva. Acababa de ponerse el condón. Su voz rasposa iba en sintonía con lo agitado que sonaban nuestras respiraciones.

—Ven —le respondí, flexionando las rodillas para recibirlo. Mi otra mano fue a parar a su cabello oscuro y de este agarre me valí para guiarlo hasta abajo,  donde mi sexo palpitante le esperaba.

Me arqueé y gemí en lo que su lengua entró en contacto con los pliegues de mi vagina. Cada roce de su boca me enviaba temblando hacia el máximo placer, encogiéndome el vientre con un espasmo tras otro. Él, excitado, se animó a tomarme por las caderas para arrastrarme más hacia abajo en las sábanas. Traspasada y satisfecha, abandoné la montaña de almohadas para reposar, con la espalda curva, encima de la cama. Mis manos viajaron hasta mis pechos, mientras las de Diego se hundieron en la cara interna de mis muslos para separar aún más mis piernas.

Él me dejó increíblemente mojada y temblando. Tenía el orgasmo a punto cuando se separó de mí y tomó su lugar entre mis piernas abiertas con facilidad. La anticipación me tenía estremecida de necesidad. No podía esperar a sentirlo adentro. Una vez más, una dulce oleada de sensaciones placenteras me recorrió en el momento en el que sentí su erección adentrarse profundamente en mí. Se me dificultó sostenerle la mirada mientras cogíamos. Con cada embestida que él me daba, los ojos se me iban a la parte de atrás del cráneo. Era bueno y a él parecían gustarle bastante las estocadas lentas, pero bien dadas. Teníamos mucho en común.

Comenzamos a gemir los dos, agitados por los embates de nuestros cuerpos. Me tomó por las caderas, un agarre que yo disfrutaba mucho, pero luego optó por abrir las manos sobre mis tetas. Me di cuenta de que le encantaba verlas rebotar cuando embestía contra mí, pero me imaginé que le gustaría más tocarlas. Fue  gentil con mis pezones, cosa que me sorprendió y excitó incluso más. En cuanto empezó a pellizcarlos con una delicadeza que nada tenía que ver con lo que me hacía de la cintura para abajo, sentí que iba a derretirme. No había manera de salvarme de ese destino.

Después de nuestros orgasmos, con la cama en calma, me recosté boca abajo, desnuda a su lado y él se puso a acariciarme la espalda. Me miraba. ¿Ya te conté que le gusta verme desnuda? Cerré los ojos mientras su mano bajaba de mi espalda a mis nalgas, luego se abrió espacio entre mis muslos y encontró mi vulva. Lista para comenzar de nuevo. ¡Ay, Diego! Espero que vuelva pronto y, claro, que me llame de nuevo.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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