Lo hicimos con la ropa puesta

Sexo 14/03/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:45
 

Querido diario: Desde el primer momento, él me advirtió que no pensaba desvestirme, porque le gustaba más coger con la ropa puesta. Algo excéntrico, pensaba, mientras él hurgaba por debajo de mi falda.

Era fácil dar con mis nalgas debajo de la tela, y él tenía un talento riquísimo para apretarlas mientras nos besábamos frente a la ventana de la habitación del motel.

Al final me dio la vuelta para que le diera la espalda, con el único propósito de besarme las mejillas mientras se arremangaba la camisa hasta el codo, conmigo apoyada y respirando fuerte contra su pecho. Me encontraba tan lista yo, para que por fin me tomara. Él me dio un último pico en los labios antes de invitarme a inclinarme sobre la cama, de manera que mi torso quedase recostado arriba de las sábanas, pero mis caderas en alto y a su disposición. 

Una sucesión interesante de ruidos llegó a mis oídos entonces, el primero siendo el sonido que hizo su cremallera al bajar. Lo espié por encima de mi hombro, mordiéndome el labio inferior con anticipación, porque lo siguiente que escuché fue el ruido del paquete del condón al romperse. Él me sostuvo la mirada mientras se lo ajustaba en el tronco de la erección, y yo me lamí los labios con una sonrisa coqueta.

Fue con la punta de su miembro que él se paseó por encima de la  tela empapada de mi lencería. Al primer roce me arqueé, dejando caer la cabeza sobre la cama, abriéndome todavía más de piernas para darle la bienvenida a su divina manera de masturbarme. Me recorrió así los pliegues húmedos e hinchados de la vulva, haciéndome gemir intensarme de necesidad. En todo lo que lograba pensar era en que ya lo quería adentro de mí.

Luego de mucho gimotear, finalmente lo sentí retirar hacia un lado esa delgada porción de tela que nos separaba. Él se sujetó el miembro por el tronco para ubicarlo en mi entrada, y con la otra mano se sostuvo de mi hombro para impulsarse adentro de mí. 

Los dos jadeamos juntos al primer contacto apretado, yo perdida en la gloria de sentirlo rellenarme todos los espacios recónditos que se escondían entre mis muslos, él, disfrutando la hospitalidad y el calor de mi sexo empapado. 

—Qué preciosa eres —me dijo, apretándome las nalgas una vez más al tiempo que yo hundía el torso en la cama con un escalofrío de placer. Mi acompañante se fue comiendo mis gemidos a punta de lamidas, alzándome ese orgasmo de las rodillas tembleques hasta el vientre repleto de espasmos.

Cuando nos despedimos, todo olía a sexo, hecho de muchos orgasmos y felicidad ¡Qué rico!

Un beso

Lulú Petite

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