Lengua honorífica

Sexo 18/10/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:45
 

Querido diario: Alvarito, Alvarito. Me tomaste por sorpresa. ¿Qué te puedo decir? Coges rico, pero tu lengua, merece un doctorado honoris causa en las artes amatorias.

He de contarte, adorable lector, que Álvaro me habló en la tarde. Había leído una de mis historias y quería comprobar si la expectativas de lo que leyó se alcanzaban al compararlos la realidad.

—Honestamente, soy mejor en persona —le respondí desafiante.

Es un señor cuarentón, con una actitud draculesca, que me miraba morboso mientras me desvestía.

Lo hice lentamente, dándome la vuelta para que viera cómo me inclinaba para quitarme la falda, cómo se descubría mi espalda.

Cuando me desnudé toda me tumbé en la cama y abrí un poco las piernas, sin dejar de mirarlo nunca. Me lamí los dedos y empecé a tocarme, hundiendo índice y medio y rozando mi clítoris.

Álvaro se puso de pie y se desnudó por completo. Era un hombre alto, imponente, robusto. Su pene listo como un soldado apuntaba hacia mí amenazante.

—Déjame comerte primero —dijo bajito e intimidante.

Abrí las piernas y le cedí espacio. Empezó dándome besitos en la parte interna de los muslos, acariciando mis pantorrillas y ayudándome a apoyar los pies en sus hombros. La cercanía de su respiración en mi entrepierna me provocó escalofríos. La piel se me erizó y confirmé que el placer sólo puede llegar como una sorpresa.

Álvaro sacó su lengua, tanteó el terreno, su latitud, su superficie apetitosa. Lamiéndome por espacios prolongados, preparó el camino. Para cuando apuntó justo en mi clítoris, yo ya había hundido los dedos en su cabello, estrujando suavemente sus canas para decirle sin palabras lo bien que me la estaba pasando. Mientras me comía me masturbaba con dos dedos. Yo, inmersa en el placer, susurraba para mis adentros, el sollozante lenguaje del goce.

Tras un buen rato de estimulación, que me llevó al borde del precipicio, ya rogaba: —Cógeme, ya.

Fue un oral tan rico, que me hizo perder la razón, sólo quería ya ser cogida. Poseída por ese hombre de lengua prodigiosa. Álvaro entonces se puso de pie, alcanzó un condón y se lo puso en un santiamén. Vino hacia mí con sus ojos misteriosos encendidos como llamas y se colocó encima. Me penetró. Su miembro me atravesó hasta el fondo. Sentí una y otra vez el roce de su tronco palpitante en mi interior, pulsando con cada embestida el botón de mi placer.

Nos apretamos mutuamente y comenzamos a dar vueltas por la cama, revolcándonos como salvajes, creando un torbellino de sábanas, piernas, caricias y gemidos.

Luego me coloqué encima, a horcajadas, y empecé a cabalgarlo, despachándome con las manos apoyadas en su pecho, encajándome su miembro hasta lo más hondo de mis entrañas. Proyectó todo lo que pudo su cadera desde abajo hacia arriba, inyectándome su herramienta completa. 

De pronto cerró los ojos y se tragó sus gruñidos.  Lo sentí vaciarse en mí.

Alvarito, Alvarito. Me tomaste por sorpresa. ¿Qué te puedo decir? Coges rico. Punto.

Hasta el martes,  Lulú Petite

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