Javier se vuelve un tigre en la cama

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(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 02/07/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 11:10
 

Querido diario: Javier es tímido. Habla poco y es ¿cómo explicarlo? Muy nervioso. Es bajito y delgado, cabello chino, un poco ingobernable. Tiene una sonrisa bonita, aunque la usa poco y una mirada un tanto triste. Es un hombre de cuarenta y tantos, con buen trabajo, dos hijas y un divorcio a cuestas. Decía que es tímido, pero apenas comienza la intimidad, se vuelve un tigre.

Nos encontramos frente a la cama, de pie y con la determinación de devorarnos mutuamente. Él tenía las manos puestas en mi cintura. La sesión de besos fue lenta, pero le sirvió para quitarse los nervios. Aproveché para sacarle la camisa del pantalón y luego, moviéndome hasta el centro de su pelvis, juguetear con el broche de su cinto. Había cosas allí que merecían ser liberadas.

Cuando nos separamos, terminé subiéndome a la cama a gatas, mientras él me animaba con una caricia suave en el trasero. Él se quedó al borde, apoyándose apenas con una rodilla sobre el colchón y sin sacarse los pantalones todavía. Lo que sí hizo fue sacarse la erección y mientras se masturbaba, yo me regresé para ayudarlo a salir de su camisa. Apenas se soltó el grueso de la pieza, mi mano tomó el relevo y comencé a frotarle el pene desde el nacimiento hasta la punta, estirándolo rápidamente, mientras nos besábamos con la misma pasión de antes.

Tomé el condón para forrarle el miembro. Luego regresé a mi posición inicial en cuatro patas, asegurándome de alzar el culo lo suficiente para darle un buen espectáculo. Estaba sonriendo cuando lo tanteé con la punta de la lengua, dándome golpecitos en la boca abierta, nada más para ganarme ese siseo apremiante de placer que se le salió a él del pecho. Dios mío, qué rico era tenerlo tan cerca de introducirse en mí.

Lo recibí con una primera chupada larga y llena de saliva, y luego eché la cabeza hacia atrás para retirarme por completo. Me quedé un poco más de lo normal en la punta de su pene, pero al final me la saqué con un leve sonido de chupón que quedó condimentado por el ruido de él inhalando fuerte ante la sensación. Me encargué entonces de regar mi saliva a lo largo de su miembro: no era tan grueso como era largo y ya me estremecía de curiosidad al pensar cómo se sentiría enterrado entre mis piernas.

Terminé descubriéndolo al tumbarme sobre mi espalda, luego de liberar  mis tetas de la opresión de los botones de mi blusa. Javier terminó de desvestirse en un santiamén, mientras yo me acomodaba horizontalmente en la cama, pero no pareció molestarle que yo permaneciera vestida de la cintura para arriba. Probablemente le gustaba la vista de mis senos siendo apretados por la presión de la blusa que estaba usando, una de color rojo que acentuaba el color de mi piel y encima me quedaba un tanto ajustada. Él no se pudo resistir a la vista y de inmediato estiró una mano para amasarme una teta.

Mientras tanto, se puso en la abertura de mis piernas con la otra mano, colocando su miembro en el punto exacto para empalarme. Mis piernas se abrieron un tanto más en lo que me entró, empujándose hasta lo más hondo de mí con un tirón de las caderas hacia adelante. Toda mi pelvis ardió de lo más lindo con este primer movimiento y luego se unió al vaivén que montó Javier para cogerme. No hubo embestida que yo no recibiera con un  calambre placentero. Todo lo que quería era rozar, chocar y moverme con él, una y otra vez. Era sumamente enloquecedora esta danza.

De pronto, gimió y aceleró el ritmo. El orgasmo me explotó en la pelvis casi al mismo momento en que sentí cómo él bombeaba su semilla en el condón. Calló exhausto besándome un pezón. Entonces, se recostó de espaldas, mirando al techo en silencio, se evaporó en ese momento la piel del tigre y volvió a ser ese gatito tímido y retraído. Me gusta verlo y sacar un rato a jugar a la fiera que tiene oculta.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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