Los guerreros unidos en la noche de igualdad

COLUMNA INVITADA

OPINIÓN 02/10/2018 11:24 COLUMNA INVITADA Actualizada 11:24

Se nos metieron los ‘contras’ con los ‘ayotzinapas’ y hubo una vergasera, le escribió al día siguiente, a través de BlackBerry, Adán Casarrubias Salgado a su hermano Ángel.

La clave del primero era “Silver”. La del segundo, “Soldado del Amor”. Ambos hermanos eran líderes de la organización Guerreros Unidos.

“Silver” se hallaba en Cuernavaca, Morelos; “Soldado del Amor”, en Teloloapan, Guerrero. Intercambiaban mensajes intentando averiguar qué había sucedido en Iguala la noche del 26 de septiembre de 2014.

Las intervenciones telefónicas que la DEA realizó en esos días indican que no lo tenía muy claro.

“¿Qué onda carnal, qué más te han reportado?”, preguntó “Silver”. “Soldado del Amor” le respondió: “Solo que ya llevaban 60 paquetes ya guardados y varios con San Pedro”.

Los “paquetes” eran los “ayotzinapas” que los sicarios de Guerreros Unidos habían secuestrado. La referencia a San Pedro quería decir, desde luego, que varios estaban muertos.

Adán y Ángel se pusieron rápidamente de acuerdo: resolvieron que la policía comunitaria cerrara “la entrada por Mezcala”, que se hiciera una demanda colectiva al gobierno del estado, así como una marcha de transportistas —y que esa marcha fuera “en contra del presidente”.

Poco después, “Silver” entró en contacto con otro de sus hombres. Su clave era “Vaquero Nuevo”. Su PIN corresponde al de un sujeto apodado “El Cabo Gil”.

Según la intervención telefónica realizada por la DEA, “El Cabo Gil” informó a Adán Casarrubias que había comenzado la detención de policías municipales “para tomarles huellas y arraigarlos”.

Gracias a la conversación se sabe que fue “El Cabo” el primero en decir que a los normalistas les había pagado el líder de un grupo rival, Santiago Mazari Miranda, alias “El Carrete”, y que habían llegado a Iguala con “gente de Morelos”.

“El Cabo” le dijo a su jefe que un abogado de apellido Victoria estaba tramitando amparos para los municipales.

Antes de terminar la comunicación, “El Cabo” se comprometió a “poner a unos chavos” para que abrieran páginas de internet y “culparan al procurador del estado”.

El mensaje que relacionaba al procurador Iñaky Blanco con “El Carrete” comenzó a circular en whatsapp: “Te pido que publiques de favor esta información… ya que es la verdad que nadie quiere decir”.

La semana pasada un juez federal dictó auto de libertad por falta de elementos —por delincuencia organizada— a ocho implicados en la desaparición de los 43 normalistas.

Entre los liberados están precisamente “El Cabo Gil” y “El Cepillo”. Ambos confesaron su participación directa en los hechos: el secuestro, el asesinato y el calcinamiento de los normalistas.

Gil cayó 11 meses después de los hechos. Varios detenidos lo señalban como jefe operativo de Guerreros Unidos. Su cómplice “La Camperra” reveló que tenía mando sobre todos los jefes de plaza de la zona.

Supongo que ya no importa su declaración: Gil reveló que parte de los 43 fueron entregados a “El Cepillo” en Lomas del Coyote, que este los condujo al basurero de Cocula, donde los asesinaron a tiros y golpes antes de incinerar sus restos con diésel.

Dijo también que un segundo grupo de alumnos fue llevado al rancho de uno de los jefes de célula, Víctor Hugo Benítez, “El Tilo” y este los disolvió en ácido.

El celular de “El Cabo Gil” registró actividad aquella noche en una de las antenas —la 15— de Cocula.

Aparecía en las intervenciones que la DEA hizo a números telefónicos de miembros de Guerreros Unidos y decenas de cómplices lo mencionaron en sus declaraciones ministeriales.

Desde su detención comenzó una operación legal y mediática para liberarlo. La semana pasada aquella estrategia rindió frutos —en gran medida gracias del desaseo con que la PGR hizo la investigación.

Indigna la justicia que pueden esperar los padres de las víctimas. 

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