La ayuda nunca llegó para Cristina

COLUMNA INVITADA

OPINIÓN 09/07/2019 09:11 COLUMNA INVITADA Actualizada 09:11

POR HÉCTOR DE MAULEÓN

Hay un rostro. Fue grabado por una cámara de seguridad: es el rostro del hombre que pudo haber asesinado a la activista María Cristina Vázquez Chavarría, cuyo cuerpo fue hallado el pasado 1 de julio en un departamento de la colonia Hipódromo.

Vázquez Chavarría era miembro del Comité Fundacional de Residentes de la Hipódromo. Había denunciado la construcción de un edificio que contaba con siete pisos más de los permitidos. La obra, ubicada en Baja California 370, fue clausurada.

La PAOT y el Invea ordenaron, hace dos años, la demolición de esos niveles. No pasó nada. El edificio quedó en el abandono y pronto vecinos denunciaron que se había convertido en sitio de alto riesgo: fue invadido por “adictos, delincuentes y niños en situación de calle”.

Vázquez Chavarría habitaba el edificio contiguo, en Cholula 140. De modo insistente, informó a autoridades que sus “vecinos” de solían entrar a robar a su edificio: en el último año habían sufrido diez robos.

La noche del jueves 27 de junio, los vecinos la oyeron gritar. “Gritaba y se quejaba”, recordó uno. Alguien llamó al 911. Quien tomó el reporte le pidió al vecino que saliera a esperar el arribo de una patrulla: “Ya va para allá”. La unidad no llegó.

Según la declaración de vecinos, esa madrugada, poco después de que se oyera un fuerte golpe, en el departamento de Cristina cerraron la ventana y apagaron la luz. Los vecinos no insistieron. Fuentes cercanas a la investigación afirman que la relación de Cristina con ellos “era conflictiva”. “No supieron qué más hacer, y luego se olvidaron de todo”.

Cuatro días más tarde, el lunes 1 de julio, un olor fétido salió del departamento de la activista. Una vecina realizó el reporte. La unidad de rescate 072, del cuerpo de bomberos, atendió el llamado. Se presentó también la patrulla MX-701-C1. “Abrieron y la encontraron muerta”, relató la vecina.

Se lee que bomberos y uniformados hallaron a Cristina desnuda, boca abajo, sobre la cama. La habían cubierto con una sábana, “apreciándosele la cara morada”. Según una versión, en el piso, los peritos hallaron dos dientes de la víctima. Se los habrían roto de un golpe. A pesar de la descomposición del cuerpo, aún se advertían las huellas de excoriaciones. El cordón de una cortina estaba junto a la cama. Se pensó que a Cristina podían haberla estrangulado. En la recámara quedó la huella de un pie tinto en sangre.

Compañeros de la activista denunciaron más tarde que bomberos o policías vendieron a los medios fotos explícitas del cuerpo, “en una situación inusual que confirma que es un feminicidio”.

Las cerraduras del departamento estaban intactas. Solo había rastros de robo en la recámara, que lucía revuelta, con cajones abiertos.

Investigadores pensaron inicialmente que el agresor pudo haberse colado desde el edificio vecino. De hecho, cuando dos mujeres policías custodiaban la escena, sorprendieron a un hombre que se había brincado desde el edificio de Baja California. Iba armado con un tubo y se enfrentó con las agentes. Terminaron hiriéndolo en el rostro y en una pierna. Presuntamente iba a robar. Contaba con ingreso al reclusorio.

El agresor de la activista, sin embargo, no había llegado desde el edificio abandonado. La propia víctima le abrió la puerta del departamento.

Un video en poder de la policía de investigación muestra la entrada y la salida del desconocido, justo a la hora en que sucedieron los hechos: poco después de que vecinos escucharan un golpe, “como de algo que se había caído”. Se observan el rostro y los tatuajes del sujeto al que los vecinos no identifican. En la Procuraduría capitalina dicen, sin embargo, que todo es cuestión de tiempo.

La primera llamada al 911 fue realizada cuando Cristina aún estaba con vida. Vecinos salieron a la calle a esperar, y no llegó nadie. El tiempo se consumió en el laberinto de ineptitud y burocracia. Se consumió mientras a Cristina la asesinaban.

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