Llegué con sueño al andén de la estación 18 de Marzo para viajar en dirección a Universidad.
Eran las 07:15 de la mañana y el convoy parecía una lata de sardinas humanas, por lo que decidí virar hacia Indios Verdes para retomar mi camino sentado cómodamente desde la terminal norteña.
Para mi sorpresa, el tren en el que viajaba tomó rumbo hacia Universidad y en dos minutos se convirtió en una zona exclusiva para mujeres.
Lo primero que me pasó por la mente fue bajar en la siguiente estación, pero para eso, tendría que abrirme paso entre pura dama, algo a lo que no me atreví para que no me acusaran de manoseador y mejor decidí hacerme el dormido aprovechando mi cabellera estilo hippie.
Lo que presencié durante el viaje fue increíble. Mentadas de madre, groserías, empujones con uñas y dientes, pisotones con tacones puntiagudos, vamos, un universo nuevo de violencia se manifestó ante mis incrédulos ojos miopes.
Después de 25 minutos aproveché la confusión en el transbordo de la estación Hidalgo y logré salir del tren sin ningún rasguño, ni reclamo, para dirigirme a la estación Plaza de la República del Metrobús que para no variar iba hasta la madre.
Ahí sí evité la zona exclusiva de mujeres y me abrí paso para divisar a una anciana a la que advertí que podían lastimar en el área mixta del autobús.
“No joven, ánimas y un caballero me cede el asiento; las mujeres, me ven y ni se inmutan”, contestó.