De niño esquivaba coches en la banqueta, me fumaba todo el humo del Ruta 100 al cruzar la avenida y dejaba pasar los autos en su vuelta continua a la derecha.
Aunque yo tenía la preferencia, eran tiempos en que el coche y sus consecuencias estaban bien vistas. Incluso se les consideraba un patrimonio familiar y, desde entonces, sólo han cambiado los actores y su discurso.
Esta nulidad del peatón parece una costumbre arraigada, que se refuerza con acciones como la que promueve el GDF con su proyecto Guardián Urbano, en el que se pretende enseñar a los niños la convivencia entre peatones, coches y ciclistas, ¡pero sin peatones!
Ahí se miran a cientos de niños transitando en una ciudad a escala bien trazada, pero con la ausencia del eje principal de la movilidad: el peatón.
“No sé por qué no hay peatones en el curso, pero sí damos una plática sobre sus derechos”, respondió un trabajador ante la incongruencia de enseñar a los niños a manejar en una ciudad sin transeúntes.
En el Papalote, Museo del Niño, sí contemplan a los peatones, pero no para hacer valer sus derechos, sino para que se acostumbren desde peques a usar los puentes.
Estas estructuras no están pensadas para el peatón, sino para el coche, pues la enseñanza se inclina a liberar la circulación de la máquina.
Y ni se diga en las escuelas, donde se maneja la idea de que los niños son víctimas potenciales de un accidente y no peatones con derechos.