Clásicos inmortales

27/03/2014 15:23 Gabriel Cruz Actualizada 15:23
 

Jugar a las luchitas con lo clásicos muñecos de plástico es una cita imperdible en la infancia de cualquier niño en México: El Santo encabezó a estas figuras que con el tiempo se fueron transformando, perdieron su esencia y terminaron como simples copias de los originales.
El progreso, los costos de producción, la apatía y la falta de pasión acabaron con los viejos muñecos, hasta que un día Enrique Martí decidió que valía la pena recuperar esa tradición con dignidad.
Es cierto, fue quizá por casualidad, sin querer se topó un día con esas figuras, las chinas, las que se robaron la magia de las clásicas, “acababa de sufrir un accidente en el que me cambió la vida, pero ese día en la Central de Abasto de Oaxaca una bolsa de luchadores de plástico fue la señal de que podía salir adelante”.
Limpiarlos, quitarles las rebabas y separar los dedos fue su terapia para olvidar el mal momento, así pintó al El Santo y Black Shadow; después Fishman, Huracán Ramírez, la creatividad estaba en marcha.
Su mesa se fue llenando de ellos, los ídolos, cual figuras religiosas le devolvieron la fe. Así creció la colección, el primero sin máscara fue El Perro Aguayo con todo y botas. Un amigo le recomendó que las vendiera por medio de Internet, pasaron unos días y los pedidos empezaron a llegar, “no me di cuenta en qué momento pasó, ya había empezado a trabajar sobre figuras especiales que no era para mi”.

EL DETALLE HACE AL LUCHADOR

Esas, las figuras chinas, eran las mismas en cualquiera arena, el reto era hacer algo que las distinguiera del resto. Alguien lo contactó con los poseedores de la
colección original de 10 moldes que hizo época en el pasado, integrada por El Santo, Blue Demon, Mil Máscaras, Rayo de Jalisco, Cavernario Galindo, Black Shadow, Dorrel Dixon, Karlof Lagarde, René Guajardo y Wolf Rubinsky.
“Cuando tuve estos tesoros en mis manos entendí que tenía que hacer algo distinto y pensé en hacer los equipos en tela. El primero fue El
Cibernético, lo hice sobre el molde de Dorrel Dixon inyectado en color piel. Aunque el que logré terminar por completo fue el Mil Máscaras con la tapa del Tiburón, con los colmillos bien claros, nada de pintar simples puntos negros. Lo más difícil fue ponerle la tela para que se viera simétrica y con dos máscaras en sus manos”.
Seguía faltando algo, el toque especial fue el empaque para cada personaje, son figuras únicas en las que se le rinde homenaje a cada luchador.

 

LA VIDA EN LUCHA

 ¿Para qué complicarte la vida?
— Era darle valor. Decidí que las máscaras tenían que ser pintadas a detalle cuando me doy cuenta de que hacer lo mismo reducía mi posibilidad de éxito, así que les otorgué su propia identidad, cuando superé eso mejoré las capas, pero había personajes como Súper Astro y Pierroth que traína chamarras y las hice.
— ¿Hacía dónde ibas?
— Por los orígenes. Esas figuras, las mismas que todos trabajan miden 11 centímetros, son las versiones nuevas de las famosas de los años 50, esas desaparecieron y sólo quedó la de El Santo con menos detalles. Descontinuaron el molde y esas figuras se fueron al olvido

— ¿Te asusta lo que has logrado?
— Sí, a veces no me la creo cuando las veo terminadas. El luchador debe verse como tal, que el nombre empate con la imagen, que haya rigor.
— ¿Te metes en la lucha cuando trabajas?
— La siento, al menos trato de sentir lo que vivió El Santo, mi trabajo es documental, veo la lucha, fotos, cuido cada detalle para llegar a la imagen más fiel de ese momento que los hizo estrellas. No pinto luchadores, les doy vida.
— ¿Cuánto vale tu trabajo?
— En México está pésimamente valorado, las figuras las venden muy económicas pero este trabajo es más detallado. No puedo decir que se le gane porque se les invierte mucho tiempo, el valor creativo es muy grande y como siempre pasa gusta más a los extranjeros.

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