Al natural

10/10/2014 03:00 Cecilia Rosillo Actualizada 02:34
 
Por naturaleza, los humanos tienen olor propio, incluso es más fuerte que el de sus parientes más cercanos, los monos. El olor humano es diferente en la cabeza que en las axilas o en los pies. Las mujeres esparcen un olor diferente al de los hombres. Cada persona tiene su olor individual, que es tan único como la huella digital.
Sin embargo, el hombre moderno trata de disimular su olor mediante la higiene corporal y , generalmente, perfumándose con fragancias agradables. Existen varias razones para esto,  donde estos productos actúan en el campo de la sexualidad.  
Hoy más que nunca, las  mujeres cubren su cuerpo con ricas fragancias y se aplican cremas  fragantes. El consumo de perfumes y la oferta de sustancias odoríferas crecen año tras año, ya que el ser humano moderno se perfuma quizá seducido por las promesas de la publicidad que le sugieren que adquirirá una irradiación erótica y más éxito en relación al sexo opuesto. 
Para justificar el uso de fragancias, las personas mencionan diferentes factores. En primer lugar, está la necesidad de oler mejor; en segundo, el deseo de resultar más atractivo. 
 
 La necesidad de oler mejor mediante sustancias odoríferas no naturales, se relaciona con el intento de evitar olores que son percibidos como desagradables, y es que los olores que se desarrollan naturalmente en el cuerpo, por lo general son percibidos como desagradables. Nada peor, por ejemplo, que oler a sudor.
 
En las sociedades industriales modernas de orientación occidental, los olores naturales son percibidos como algo impertinente, repugnante y que demuestra falta de cuidados personales, aunque originalmente y de manera inconsciente nos atraigan en el campo sexual. 
 
La aplicación de desodorantes cosméticos es una posibilidad para impedir la emanación de esos olores corporales y de esta posibilidad se sirve la mayoría de la población.  Las razones principales para la utilización de desodorantes o jabones perfumados son porque el olor a sudor molesta a la misma persona o puede molestar a otros. Junto a la necesidad de oler mejor, lo cual a la vez significa la negación de los olores corporales propios, existe el deseo de aparecer más atractivo mediante el perfume o la colonia. 
 
Así, el instinto sexual es, sin duda alguna, la base para toda cultura perfumística ya que es evidente  que hay un componente erótico en los perfumes en conexión con el olor corporal, lo que confirma la afirmación del psicólogo sexual Havelock Ellis: “La finalidad del perfume es reforzar el olor natural, si es atractivo, y disimularlo si llega a ser desagradable”. 
 
De hecho, en muchos casos tiene el mismo efecto que los olores corporales primitivos, esos que el hombre civilizado ha aprendido a percibir como algo desagradable; por esta razón, las fragancias “sintéticas” asumen el papel de los olores corporales y los enmascaran, recubren o subrayan, es más, envuelven el cuerpo en una nube fragante “inofensiva”. 
 
Sin embargo, los olores corporales naturales, los olores primitivos, no han perdido totalmente su importancia en el campo interpersonal. En la sexualidad están permitidos, incluso son deseados, ya que en las relaciones íntimas ejercen un atractivo y pueden seducir. 

La mayoría de las personas creen que las zonas íntimas deberían oler a recién lavado, lo que queda claro es que los olores corporales juegan un papel público y otro privado y, sobre todo, que las sustancias odoríferas sintéticas sólo pueden enriquecer una situación erótica bajo ciertas condiciones. Es decir, cuando juegan un papel de guía y cuando se emplean para reemplazar olores no permitidos. . 

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