Para el amor no hay edades

Sexo 12/02/2016 14:41 Actualizada 14:42
 
Armando es un joven gay de 28 años, muy guapo. Hay quienes dicen que debería ser modelo en revistas de moda. Es atlético, muy simpático y se ve de buena familia. Excelentes modales, tema de conversación, amable y pícaro. 
 
Podría decirse que muchos de sus amigos le tienen envidia. Terminó la carrera de leyes y es un abogado triunfador y respetado en su medio de trabajo.
 
Maneja un auto actual y viste con ropas caras. Siempre huele bien y gusta de comer y beber en lugares de moda o conocidos por la buena cocina. Viaja muy a menudo y ha ‘cruzado el charco’ más de cuatro veces para admirar otras culturas en otros continentes. Lo que se llama un hombre de mundo.
 
Carlos es un hombre gay, de 63 años. Fuera de su barriguita "chelera", podríamos decir que su cuerpo tuvo momentos mejores y que alguna vez tuvo una figura envidiable. Puede adivinarse en sus rasgos que en sus años mozos fue bastante guapo y ahora es un madurito muy atractivo. Se retiró de la carrera de arquitectura a los 55 años y decidió llevar una vida más tranquila. 
 
En el retiro, goza de cuidar sus plantas, leer nuevos libros y de vez en cuando repetir los favoritos en su biblioteca personal. Ama el jazz y los boleros de antaño. No maneja porque prefiere dar largas caminatas con ‘Quatro’, su perro afgano que ya cumple 12 años con él y que es una compañía silenciosa que lo consiente en esas noches de café con pan dulce y noticias antes de ir a la cama.
 
De su familia, quedan sólo los sobrinos que dejaron sus hermanos antes de morir y que rara vez frecuenta por la diferencia de edades y de ideologías. Alguna vez los ve en un cumpleaños, una boda o rara vez en las navidades. Cada quien tomó su camino y él entiende que son leyes de la vida.
 
Carlos y Armando se conocieron en un evento en la Cineteca Nacional, en el estreno de una de esas películas ‘cultas’ que pocas personas entienden y que menos gustan.
 
En el coctel de inauguración, Carlos fue abordado por Armando e iniciaron una plática bastante interesante y por demás extensa.
 
Carlos se sintió sorprendido de conocer a un joven tan enterado del mundo cultural y aún más, alguien que compartía sus gustos por muchas otras cosas más que el cine.
 
Armando quedó apabullado por la sabiduría y gallardía de semejante caballero. Cenaron un par de veces más, fueron al cine otras más, caminaron por el parque, se rieron juntos y compartieron unos mezcales en una cantina del Centro Histórico.
 
Los amigos de Carlos (hombres gay de su edad) lo alertan de que ese joven tan hermoso sólo quiere aprovecharse de él y de su dinero. 
 
Un ‘chichifo’ (jóvenes que se aprovechan de hombres mayores para sacarles dinero) le aseguran que es. "Ten cuidado —le dicen— porque te va a dejar en la ruina y no le creas nada de lo que te dice". 
 
Los amigos de Armando abren tremendos ojos y con la mandíbula en el suelo le dicen que cómo puede atreverse a andar con un viejo que le triplica la edad, le insisten que hay hombres más jóvenes y que darían literalmente cualquier cosa por acostarse con él .
 
Ambos ignoran todos esos comentarios y se disfrutan como si para ambos fuera la primera vez. Esa que emociona y distrae los sentidos y que no dejan tiempo a convencionalismos.
 
Viernes por la noche. Armando tiene todo listo. Una cena para dos. Velas por aquí y por allá, música suave y ha preparado todo para que sea una noche inolvidable para ambos.
 
Carlos toca el timbre nervioso y ansioso, como si tuviera 15 años.
 
Después de unos tragos de suculento vino tinto, las viandas quedan olvidadas y ellos, entre besos, se van escurriendo al cuarto.
 
‘Para el amor no hay edades y esto que siento es amor...’ 
 
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