Lleva una doble vida de frustración

Sexo 11/03/2016 10:35 Raúl Piña Actualizada 10:35
 

Salvador levanta su copa y al grito de ‘salud’ de todos los invitados en su casa se empuja de un trago la copa y después besa a su muy peinada y guapa esposa.

Margarita no puede estar más feliz. Ha sido la cónyuge perfecta. Tienen dos hijos que son un encanto y han salido buenos para la escuela, presume ella. Una casa y familia perfecta, pero más que nada: un marido perfecto.

"Chavita", como lo conocen todos, nunca ha dado de qué hablar, siempre correcto, un padre y marido ejemplar. Nunca falta a las juntas de padres de familia, no se pierde un entrenamiento de los hijos y como buen cristiano, no falla a misa todos los domingos.

Aplausos y muchas hurras y vivas para los felices esposos que esta noche cumplen ya 18 años de casados.

Dieciocho muy largos años que se notan en la mirada triste de Chava. Se disculpa con la concurrencia y se mete al baño de su recámara. Se echa agua muy fría en la cara y al levantarse y verse reflejado en el espejo, no puede evitar llorar. Ah, pero no son lágrimas de felicidad. Son de tristeza, de frustración, impotencia, rencor, miedo y más que nada, de mucha soledad.

Como una película, pasan por su mente aquellas imágenes de su padre gritándole que hablara como "hombre" cuando apenas tenía seis años.

Lo obligaron a jugar futbol y a rasparse las rodillas, como los meros machos y prohibido llorar. En esa cinta oscura que pasa por su mente aparece su madre, exigiéndole que no usara las manos para hablar y que dejara de jugar muñecas con las niñas de la cuadra. Sus hermanos, burlándose de él, sus vecinos y compañeros de escuela, haciéndole bromas pesadas como meterle lápices por la cola y aventarles besitos desde la esquina gritándole puto... maricón, reinita, etc.

La adolescencia fue aún peor, al haber despertado sus preferencias sexuales, se las tuvo que callar y para "taparle el ojo al macho" se hizo novio de Margarita. Su única novia y con la que se casó para darle gusto a sus padres, y a toda la familia, y a todos sus miedos y angustias, y a todas sus reprimidas libertades.

En la oficina, siempre comentan que es "rarito". Pero, qué tiene, dice "Paty", la secre del almacén, si ya tiene hijos. Los maricones no pueden”.

El contador Romero insiste que a Chava le gusta el arroz con popote, pero los demás le dicen que no, que está casadooo!!!, ¿pues qué no ves?.

Margarita siempre ha sido fuerte frente a esos comentarios que escucha cuando no la ven. Se hace la desentendida. Ya en casa, grita de rabia e impotencia. Nunca le ha reclamado nada a Salvador.

Chava se da sus mañas para irse a meter a esos cines sórdidos donde el sexo es fugaz e incógnito. En lo oscuro, nadie sabe quién es quién. Eso sí, él siempre con condón por aquello de que es casado. No ha tenido sexo con Margarita en cinco años, pero por si las dudas.

Cuando tiene un guardadito, lo aplica en esos baños de vapor donde le dan su masaje con final feliz, unos morenazos que parecen lancheros acapulqueños, pero que tienen tremendas reatas a las que Chava se aferra como becerro en crianza.

Cuando llega a casa, todo está igual, los hijos no han hecho sus tareas, no hay cena lista y hay que esperar a que Marga deje de ver la telenovela y corra a preparar "alguito" de lo que quedó de la comida a mediodía.

Las noticias, un baño, pijamas, la bendición a los niños, beso en la frente a esposita fiel y amorosa, y a la cama que mañana será otro día.

Chava suspira mientras se acomoda en la almohada pensando en el enorme pitote de Benjamín, su masajista favorito. Ya sabe dónde conseguir los tenis que le pidió.

Apaga la luz y se apagan muchas luces en la ciudad, con muchos "chavitas" que si les hubiesen dejado vivir libremente su preferencia sexual, no andarían por ahí casándose, haciendo hijos y buscando placer por los rincones oscuros y escondidos de la Ciudad. Maricón no es el que se acuesta con un hombre, sino el que se casa con una mujer para ocultarlo.

 

 

Raul Piña

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