Si le temes al cambio, temes a la muerte

28/10/2014 03:00 Víctor Jiménez Actualizada 02:54
 

La vida es frágil, no sabemos cuándo va a tener lugar la muerte. Mientras llega, la negamos, no queremos voltear a verla o hablar acerca de ella; le tememos. No hay temor más grande que el miedo a la muerte. Y es que ésta es el mayor cambio que debemos enfrentar: implica romper con todas nuestras relaciones y no saber a dónde nos llevará.

Es la incertidumbre total. De alguna manera, deseamos ser eternos, no morir, es decir, que nada cambie. En palabras de Luis Valdez Castellazos, experto en desarrollo humano, el deseo de que las cosas permanezcan igual hace más difícil la aceptación de la muerte. Quienes más temen o se resisten al cambio en la vida diaria, más temen a la muerte y encuentran más difícil entregarse a ella en el momento en que se presenta. 


Hay varias formas en que cotidianamente nos resistimos al cambio y alimentamos el temor al riesgo, a lo nuevo y a la muerte: 

Manteniendo el mismo orden de los muebles año tras año. Si nuestro entorno se conserva inalterado, ¿cómo vamos a dar la bienvenida a lo nuevo y diferente? 

Acumulando cosas innecesarias o superfluas de las cuales nos es imposible desprendernos. El apego y el temor al vacío, a quedarnos sin nada, nos impide hacer espacio para lo novedoso.

Permaneciendo toda la vida en el mismo trabajo, aun cuando sea insatisfactorio. Iniciar un nuevo proyecto de trabajo implica riesgo, pero también oportunidad de vivir nuevas experiencias. Sin la apertura a los retos permanecemos estancados y temerosos.

Tomando la misma ruta al trabajo todos los días. No hay mejor receta para el tedio que ésta. 

Siguiendo la misma rutina día tras día, que nos da una supuesta seguridad. Quizás tendremos mayor seguridad, pero menos estímulos que nos llenen de energía.

Teniendo el mismo peinado o corte de cabello durante décadas. 

 No cambiando de residencia por temor a cómo nos podría ir en otro lugar. Tenemos miedo a lo desconocido. 

Permaneciendo en la zona de confort, sin arriesgarnos a perder o ganar. Arriesgarse a cambiar nos saca de nuestra zona de seguridad y nos ejercita psicológica y emocionalmente. 

Conservando ideas y creencias a pesar de que sean limitantes y dañinas. Algunas de esas creencias pueden ser las relacionadas con la muerte. 

La vida sin cambio es estática, no es vida; se convierte en rutina, estéril. Vivir en nuestra zona de confort nos lleva al aburrimiento. Sabemos que el cambio forma parte natural de la vida. Estamos en constante movimiento, nada permanece inmutable por siempre: el clima, la economía, nuestro cuerpo, nuestra energía. Sin embargo, nos resistimos a lo desconocido, lo nuevo, lo diferente. 

Es más fácil aceptar la realidad de que en algún momento vamos a morir si nos acostumbramos al cambio. Nos conviene habituarnos al cambio, aceptarlo, soltar el control, aprender a disfrutarlo, no temerle. Al familiarizarnos con el cambio nos ejercitamos para encarar la muerte, el mayor cambio en la vida. Para conseguir esta familiaridad, hay que dejar el apego y el control. Dice Osho, el gran maestro espiritual, que “el que aprende el arte de morir también se convierte en un experto en el arte de vivir”.

Para aprender a aceptar los cambios y la muerte, es necesario saber soltar. A las personas desprendidas les cuesta menos dejar la vida. Además del desprendimiento, hay que ejercitarse para aceptar la derrota con humildad y aprender a aceptar lo inevitable. Cuando hemos asimilado lo anterior, al morir no sentimos que nos quitan la vida, sino que la entregamos, y esto hace una gran diferencia: nos sentimos más tranquilos al momento de morir y la calidad de de nuestra vida presente aumenta. 


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