¿Cargas con la vergüenza?

Vida 25/07/2017 05:05 Víctor Jiménez Actualizada 05:05
 

¿Recuerdas aquella ocasión en la que uno de tus compañeros de escuela hizo algo completamente vergonzoso? ¿Recuerdas alguna situación en la que tú mismo te sentiste profundamente avergonzado? Todos hemos vivido alguna. Es una experiencia común en la niñez: tus compañeros o vecinos te “buleaban”, tus “amigas” no te invitaban a sus fiestas, te orinaste en los pantalones porque no te dejaron ir al baño, se rieron de ti. O quizás el maestro te humilló cuando no sabías las respuestas (porque algunos maestros y padres usan la vergüenza para ejercer la disciplina) o te cacharon copiando en el examen. 

Recuerda la sensación en el estómago, el calor que invadió tu cuerpo, lo pequeño que te sentiste, el deseo de que te tragara la tierra. Y después, seguramente vino el sentimiento de inseguridad, el dolor por haber sido expuesto, la idea de que eras defectuoso o inferior a los demás. Quizás al recordarlo en este momento revives la sensación. Estas vivencias se almacenan en alguna parte del cuerpo, y cuando las traemos a la mente volvemos a sentirlas claramente, como una opresión en el pecho, tensión en la boca del estómago, un nudo en la garganta.

Un sentimiento que siempre nos acompaña. Estas y otras experiencias en la niñez, y también de adultos, en las que nos sentimos expuestos, vulnerables, van dañando nuestra imagen, como apunta en sus libros Beverly Engel, psicoterapeuta experta en temas de abuso. Con situaciones más fuertes de humillación y dolor, como en el abuso físico, sexual o verbal, terminamos sintiéndonos imperfectos, inferiores, indignos de ser amados.

A pesar de haber sucedido en la infancia o la adolescencia, estas vivencias dolorosas y avergonzantes nos siguen acompañando. Aun años después seguimos pensando: “Debería haber protestado, hecho algo al respecto, defendido mi valor y mis derechos”. Pero, claro, no podíamos hacerlo, no teníamos las herramientas en ese momento. Entonces nos sentimos desvalidos, sin fuerza ni control sobre la situación, frustrados e indefensos. Y, sobre todo, con un profundo sentimiento de vergüenza por no habernos defendido del abuso, por habernos sometido.

Todos cargamos nuestra dosis de vergüenza. Sí desde la niñez, y a esa carga le aumentamos las experiencias vergonzosas que van surgiendo. Y, créeme, a todos nos pasa. Terminamos pensando cosas como: “Me trata de esa manera porque soy mala”, “Se ríen de mí porque soy defectuoso” o “No cuidan de mí, ni me dan atención, porque no soy digna de ser amada”. A partir de nuestras acciones y de las reacciones de los demás, nos juzgamos duramente y nos etiquetamos como malos, defectuosos o indignos. Y lo hacemos todos de alguna manera.

La vergüenza se debe a eso “inconfesable” que hicimos, algo que nadie más haría. Por lo tanto, no merecemos lo bueno de la vida. Imaginamos: “Nadie más ha hecho algo tan indigno como lo que yo hice”. La realidad es que todos hemos hecho cosas que nos avergüenzan. Nos sentimos indignos de amor y terminamos convencidos de que no estamos “hechos para tener una pareja”, o peor aún, que no la merecemos. Pero si miramos bien, detrás de las cosas “inconfesables” que hemos hecho está el deseo de ser amado, de pertenecer. Nos sentimos defectuosos y entonces nos aislamos de los demás, pues “¿quién va a querer a alguien imperfecto?”. La verdad es que no hay nadie perfecto, todos tenemos nuestros errores, defectos, actitudes y reacciones negativas. 

Busca un “testigo compasivo”. Un buen ejercicio para procesar la vergüenza es buscar lo que la experta en maltrato infantil, Alice Miller, llama “testigo compasivo”. Se trata de una persona que te acompañe, valide tu experiencia y te apoye en el dolor. Puede ser un buen amigo, alguien querido que no te va a juzgar y con quien puedas hablar con confianza acerca de este sentimiento.

Ventilarlo es importante para procesar la vergüenza. Se trata de una especie de confesión liberadora. Recuerda y repite  en silencio o en voz alta, las palabras de apoyo de esa persona. Hacer esto requiere valor, pero cuando confesamos lo “inconfesable”, la tensión y energía acumuladas alrededor de esta situación se libera y queda disponible para utilizarla de forma positiva y productiva. Sígueme en facebook.com/vjimenez67

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