Una buena lección de Navidad

23/12/2014 03:00 Víctor Jiménez Actualizada 21:59
 

En su novela Cuento de Navidad, Charles Dickens cuenta la historia de Ebenezer Scrooge, un hombre mezquino que ha dedicado su vida a acumular riqueza. ¿Cuál es la historia de Scrooge? En su infancia, sufre varias pérdidas traumáticas. Su madre muere al traerlo al mundo, su padre lo rechaza y abandona, culpándolo de la muerte de su madre.

En su juventud, el solitario Scrooge decide cambiar el amor por el dinero: se aleja de la mujer que ama y lo ama, para dedicarse a la vida material y a hacer dinero. Se convierte en un viejo rico, exitoso pero amargado y aislado, sin el afecto de amigos o familiares. Tiene una actitud cínica y defensiva detrás de la cual se esconde el resentimiento, la ira y profundas heridas de la infancia.

En su vejez, ya no queda ningún rastro de empatía o compasión por quienes lo rodean o por la humanidad. Disuade a quien intenta acercarse emocionalmente, quizás por el temor a ser abandonado o rechazado. Como escudo usa su carácter huraño, insensible, egoísta, malhumorado y hostil.

Hay un poco de Scrooge en cada uno de nosotros

Quizás no hemos sufrido las mismas pérdidas que él, pero también nos hemos enfrentado al dolor de hondas heridas en la niñez. Aun en las mejores circunstancias y con las mejores intenciones, nuestros padres no pudieron satisfacer todas nuestras necesidades del desarrollo.

En la niñez, Scrooge recibe el mensaje de que sus necesidades no cuentan y renuncia al amor y a las personas para aferrarse a las posesiones y a su soledad. Todo esto por miedo a quedarse vacío, sin nada. A partir de los mensajes recibidos en la infancia, desarrollamos temores fundamentales que rigen nuestras vidas: a ser imperfectos, no ser merecedores de amor, no ser importantes o valiosos, ser inútiles o incompetentes; a sufrir o ser controlado por otros.

Estos temores nos empujan a buscar ser perfectos, dadivosos y exitosos. Nos volvemos envidiosos, tacaños, o inseguros. Nos entregamos a la actividad frenética, a la confrontación constante o a la desidia. Actuamos así en un intento por resolver las carencias infantiles. Llevamos estas conductas a tal extremo que afectan nuestras relaciones interpersonales y nuestro bienestar.

Así pues, el perfeccionismo nos lleva a la exigencia extrema, propia y ajena; damos sin medida, olvidándonos de nuestras propias necesidades; dejamos de ser nosotros mismos para crearnos una imagen de éxito; nos comparamos con otros y los envidiamos; acumulamos cosas sin medida y nos aislamos; dependemos de algo externo para sentirnos seguros; estamos dispuestos a hacer cualquier cosa para no sufrir; tratamos de ejercer control absoluto sobre los demás; postergamos y boicoteamos nuestros posibles logros.

Ser mejores personas.

En la novela de Dickens, a Scrooge lo visitan los espíritus de las Navidades pasada y futura. Esto lo lleva a transformarse de amargado, tacaño y materialista en un hombre amoroso, generoso y feliz. Cambia gracias a la comprensión del origen doloroso de su forma de actuar y sabe que, de continuar, tendrá un futuro aun más sombrío.

Para lograr una transformación similar, nosotros no tenemos a los espíritus de las Navidades, pero sí contamos con terapeutas, psicólogos y consejeros espirituales para facilitarnos el cambio. Como Scrooge, también podemos ser mejores personas y brindar a los demás una mejor versión de nosotros mismos.

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