Es imposible vivir sin ansiedad

Vida 06/06/2017 05:00 Víctor Jiménez Actualizada 05:00
 

La ansiedad es, en términos sencillos y abreviados, un conjunto de emociones, síntomas, pensamientos abrumadores y conductas evitativas. Y, como todos lo sabemos, se presenta en nuestras vidas de tanto en tanto. En algunas personas se presenta con mayor frecuencia que en otras. Algunos la experimentan con mayor intensidad que otros. A veces, la ansiedad desaparece con facilidad, rápidamente; pero en otras, la sensación de desagrado permanece largo tiempo con nosotros. 

La ansiedad puede surgir a partir de experiencias difíciles vividas anteriormente. Pero también puede haber una predisposición a ésta. Algunas personas tienden a ser más ansiosas que otras. La ansiedad puede ser paralizante. Puedes llegar a sentirte tan ansioso que podrías terminar en el hospital, al sufrir un ataque de pánico y pensar “Estoy teniendo un infarto y voy a morir”.

Nos contamos historias de terror. La ansiedad aparece cuando vemos la situación a enfrentar como demasiado peligrosa o abrumadora. Y sentimos que no podemos hacer frente a la situación. Entonces imaginamos que ocurren cosas terribles y atemorizantes y que no podremos con ellas. Por ejemplo, “Mejor no me le acerco. Pensará que soy un rogón” o “Me quedaré sin un centavo y seré pobre el resto de mi vida”. 

Así, nos perdemos en pensamientos referentes a lo que podría suceder. Y las historias que nos contamos bien podrían formar parte de una película de terror. El resultado: evitamos lugares que en realidad no son peligrosos, personas que se sienten bien con nosotros y situaciones que bien podríamos afrontar.

La ansiedad: tan normal como la risa

Hay que tomar en cuenta que la ansiedad, al igual que las emociones, ocurre normalmente en nuestras vidas. Resistirse a ella, negarse a su presencia intermitente es anular una parte importante de nuestro sentir, de nuestra experiencia como seres humanos. No querer experimentarla es como decir: “No quiero que me dé comezón”, “No quiero estar cansado”, “No quiero sentir envidia, enojo o tristeza”. Todas estas experiencias forman parte de la vida y lo mejor que podemos hacer es aceptar esto como un hecho.

Resistirnos a sentirlas, a su presencia, sólo las hace más intensas. Terminan aferrándose, multiplicándose o expandiéndose. Recuerda, “lo que se resiste, persiste”. Entre más te resistas a la ansiedad, más fuerza adquiere y más afecta tu vida. Entre más pronto aceptamos lo que sentimos, más pronto se diluyen las emociones difíciles.

Cuando la ansiedad es moderada, necesitamos recordarnos que la hemos experimentado anteriormente y que no ha sido terrible. Es importante recordar que podemos sentir ansiedad al enfrentarnos a nuevas situaciones, y aun así encararlas.

Admitir al huésped indeseado

Al ver a la ansiedad como algo normal, la acogemos, le damos la bienvenida como lo haríamos con un invitado inesperado en nuestra casa. Podemos decidir pelearnos con él, desear que no esté en la reunión, invertir toda ese energía tratando que se retire, enojarnos y dejar de disfrutar el momento. En definitiva, no lo queremos allí, pero si somos los anfitriones, podemos admitirlo, dejarlo que esté un rato, conocerlo. Seguramente, igual que otros invitados, cuando esté satisfecho por haber sido bienvenido, decidirá marcharse.

Acoger al invitado inesperado (la ansiedad) implica pensar algo como: “Es sólo un poco de ansiedad, puedo vivir con ella” o “Me siento nervioso e irritable, aun así puedo lidiar con las exigencias del trabajo”. 

Se trata de no echarle leña al fuego, sino al contrario, valorar nuestra capacidad y experimentar en su justa medida lo que sentimos.

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