Perforan cráneo a su padre

La roja 19/05/2016 05:00 Actualizada 22:46
 

Javier Sinay

Ramón Da Bouza, gerente de la empresa Techint, la multiindustrial más grande de Argentina, pidió más vino. Cenaba en su casa del tradicional barrio de San Telmo, en la ciudad de Buenos Aires, con sus dos hijos mayores, Santiago y Emmanuel, de 23 y 25 años. Parecía que esa noche no iba a haber discusiones ni gritos, una triste rutina familiar. 

La noche se mostraba armoniosa, pero no lo era: el padre pidió más vino sin saber que por detrás tenía una pistola Bersa calibre 22 apuntándole a la cabeza. La ejecución no tardó: fueron dos disparos urgentes y un cabezazo al aire, y entonces su hijo Emmanuel lo miró a los ojos por última vez.

Con el impacto de los balazos, Ramón Da Bouza se retorció, pero no murió y pronto comenzó a quejarse con un lamento horrible que articulaba cada vez más fuerte. Era un final impensado que sus hijos no podían tolerar. Por eso, terminaron callándolo, desesperados, a golpes.

Poco tiempo después se escucharían los gritos de los jóvenes: “¡Te tendrías que haber quedado en Parque Chacabuco, este barrio es una mierda, te lo dije!”, se lamentaría Santiago con su padre ya muerto. La policía encontraría a Emmanuel en el baño. El resto de la casa era un desorden: había esquirlas de vidrio en el piso, ventanas rotas y paredes salpicadas de sangre. 

Los policías descartarían que se trataba de un robo violento que había terminado mal, al tiempo que Santiago levantaría el teléfono para llamar a su madre y sollozar una coartada: unos tipos habían entrado a la casa y habían matado al viejo. La historia tendría sentido cuando Santiago contara que había bajado a comprar cigarrillos y chocolates después de comer, y que unos ladrones lo habían abordado cuando entraba. 

Pero un rato después, el muchacho se quejaría ante la psicóloga de la policía por el procedimiento, dudando de que pudieran capturar a los supuestos autores del crimen. A ella eso le resultaría extraño: las víctimas no preguntan por el procedimiento policial en un momento así.

El viejo Da Bouza había tenido tres mujeres. Ellas contarían luego que era perverso, sádico, manipulador, alcohólico y suicida. Sus cuatro hijos (Emmanuel y Santiago del primer matrimonio; otros dos del segundo) habían mantenido con él una relación siempre conflictiva. 

Emmanuel nunca pudo olvidar el día en que se acercó al equipo de música y recibió como castigo un golpe fuerte y directo en la panza. Tenía seis  años. Santiago sufría cada vez que su papá lo extorsionaba con un secreto que sólo ellos dos conocían. Los hermanos sentían miedo y el padre, demasiado severo, no los podía entender. A veces se le escapaban las discusiones delante de sus novias. A veces, incluso, algún golpe. Cuando ya no podían soportar nada más, Emmanuel y Santiago comenzaron a planear, entre tinieblas, el crimen.

El 25 de marzo de 1998, el padre estaba finalmente muerto. Al día siguiente, su última mirada tal vez persiguiera a Emmanuel en el calabozo adonde había sido conducido. Santiago, en cambio, se entregaría luego de  17 días, pero no confesaría tan fácil su autoría en los disparos. La coartada no había funcionado: Ramón Da Bouza —pronto se demostró— había sido víctima de un parricidio.

El caso de los hermanos Da Bouza captó la atención de la sociedad argentina rápidamente. Los dos hijos del gerente —chicos fresas— recibían cerca de 20 cartas por semana de admiradoras que querían acompañarlos en el momento más duro de sus vidas. 

En 2002, su condena a cadena perpetua quedó firme. Poco se supo de Emmanuel. Santiago, en cambio, se volcó al estudio y llegó a ser el presidente del Centro Universitario de la cárcel de Devoto, donde se graduó en cuatro carreras. “El estudio me salvó la vida”, dijo en una entrevista.

*Javier Sinay es periodista ganador del premio Gabriel García Márquez en la categoría Texto, el galardón más importante del periodismo en español, por su artículo "Rápido, furioso, muerto" (RS 197, octubre 2014)

 

Google News - Elgrafico

Comentarios