Cuando naces con la suerte torcida

Al día 31/03/2016 05:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 05:02
 

Cuando naces con la suerte al revés, no hay poder humano ni golpe del destino o ayuda divina que te eche una mano. Cuando naces entre paredes sombrías, escasean los motivos para apreciar el alba. Cuando naces con el futuro hipotecado, en tus madrugadas caben todos los pretextos para sentirse incomplet@, aquella lágrima que guardas en la almohada, el beso que extrañas cada mañana, la risa que no volverá a sonar en tu celular, las caricias que no te llegarán hasta el alma. Tan tristes y derrotadas son tus noches, que te duelen hasta los tatuajes que no te has hecho. Como si estuvieras desnud@, cala el frío en los huesos. Tantas veces el suicido te manda postales desde la azotea, desde el baño, aunque en realidad tú mism@ eres el remitente y al mismo tiempo el destinatario. Tus ideas malsanas se amotinan tras la puerta y no sabes cómo dispersarlas. El mundo parece ir en tu contra y te sientes incomprendid@. Basta ya de lamentos, parece decir la foto de tu madre. Pero no fuiste educado para ser independiente. Creciste con escaso hogar-dulce-hogar y demasiados reclamos. Niño, deja ya de molestar. Chamaco, no vayas a ensuciar. Órale cabrón, póngase a trapear. Pinche escuincla malcriada, nunca aprenderás. Y encima, el cretino de tu padrastro se manchaba contigo, siempre te veía como un apestado aunque el perdedor era él. No es de extrañar que en tu propia casa te sintieras como un inquilino, de esos que no pueden pagar la renta y se andan escondiendo del casero. Un extraño en tu propia tierra. Y tantas veces besaste el suelo, que hasta aprendiste a caer. Hasta parece que tu estado ideal es deambular, meditabundo.

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Mariana huyó de su casa muy temprano. Se fue a vivir con su hermana, escapando de un tío que intentó abusar de ella. “Estás loca, pinche escuincla”, le dijo su propia madre en lugar de abrazarla y prometerle que las cosas irían mejor. Así son los padres casi siempre: no se atreven a enfrentar las responsabilidades, prefieren engañarse y fingir que no pasa nada. Cómo le van a creer a una chamaca que “se la pasa en la calle”, según su padre, y se anda besuqueando con el novio. Por qué habría de ser verdad, si el tío tiene cara de gente decente y “hasta trabaja con un licenciado”, como si los pinches licenciados fueran gente de fiar. Da lo mismo que sea abogado o dueño de una cadena de supermercados e incluso un cura con cara de abuelo. El diablo es experto en disfraces. Así que Mariana fue expulsada de su propio cuarto, ese mismo donde creció con muñecas y ositos de peluche. Y ahora vive con su hermana y comparte dormitorio con su sobrina, una pequeñita que siempre deja la puerta abierta para que sus miedos no se encierren con ella. Y Marcela no tiene privacidad y no se baña hasta que se va su cuñado, porque tiene miedo de que la historia se vuelva a repetir. No es que Juan Carlos sea mala persona, si hasta se ve que adora a Gaby, pero Mariana ya no confía ni en su propia sombra. Y llora en las noches. Y trata de encontrar respuestas a preguntas que nadie puede contestar. Hasta llegó a pensar que ella era culpable. Pero no, ella no tiene culpa de que sus caderas, sus senos, sean codiciadas por ese monstruo llamado lujuria. Lo nota en la calle, en cada comentario obsceno, lo notó en el aliento alcohólico del primo de su padre cuando se abalanzó sobre ella. Sólo el instinto de supervivencia logró vencer el miedo y ella se encerró en el baño con los ojos llorosos y la rabia de saberse vulnerable. Lo peor fue que su propia madre le diera la espalda. Y Mariana no volverá a ser la misma. El miedo se ha instalado en sus huesos. Y un escalofrío la invade cada que un tipo la sigue un par de cuadras. La tranquilidad anda escasa. La verdad nunca es valorada. Y las lágrimas tampoco remedian nada.

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Mariana se ha cansado de llorar, de sentirse deprimida, como tú, como yo, como tant@s solitari@s que han dejado de confiar en su suerte y en su sombra y en sus ángeles guardianes. Cuando naces con la suerte torcida, cuando tu futuro parece hipotecado, no hay nada que reconforte ni señales de que mañana todo irá mejor. Cuando naces con el mal fario, cuando traes un corazón maltrecho y el alma en vilo, no hay poder humano ni designio divino que te salven. Cuando naces entre paredes sombrías, la abuela se atiende un cáncer agresivo en el Seguro popular. Cuando naces en tierra árida, tarde o temprano tu madre se cansará de vender calzado por catálogo. Cuando naces con la suerte torcida, tendrás que dejar la escuela porque tu padre se ha quedado sin empleo. Cuando has nacido “un día que Dios estuvo enfermo, grave”, como dijo el poeta César Vallejo, todas las desgracias harán fila para ir a incomodarte. Cuando naces con la suerte torcida nada te mantendrá a salvo, parecerás extraviado o ausente o un caso perdido. Cuando naces entre paredes sombrías, no habrá cumpleaños espléndidos, ni vacaciones en la playa o corazones pletóricos que mueran por ti. Cuando has crecido en el infierno, te inventas mundos perfectos y conversas con amigos imaginarios. Cuando has nacido con la suerte al revés, tendrás infinidad de empleos deprimentes y una madre neurótica y un padre alcohólico y un hermano valemadres. Cuando naces en el lado oscuro, deberás esforzarte el doble, estudiar el triple, calcular la tristeza, inventar hipótesis para resolver tus calamidades. Cuando naces con la suerte al revés, deberás ir y volver del infierno con las suelas de tus Converse más desgastadas que tu pinche alma. Cuando naces con la suerte torcida, con un padre ausente o desobligado, más vale buscar tutores que te ayuden a no claudicar o al menos a soportar las madrugadas en vilo: como Jaime Sabines o Bukowski o Benedetti o Luis Eduardo Aute o tantos poetas que saben exorcizar las soledades a golpe de sufrimientos. Porque cuando naces y creces con la suerte torcida, las palabras de Sabines son como un bálsmano en cada llaga: “He aquí que tú estás sola y que estoy solo./  Haces tus cosas diariamente y piensas/ y yo pienso y recuerdo y estoy solo./ A la misma hora nos recordamos algo y nos sufrimos./ Como una droga mía y tuya somos,/ y una locura celular nos recorre/ y una sangre rebelde y sin cansancio./ Se me va a hacer llagas este cuerpo solo,/ se me caerá la carne trozo a trozo./ Esto es lejía y muerte./ El corrosivo estar, el malestar/ muriendo es nuestra muerte”.

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