Las quincenas son más largas sin tu mirada

Deportes 30/03/2017 06:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 11:57
 

El cansancio de Emiliano no es más que el peso de la angustia. Sus noches se volvieron una hoguera. Desde que Karla lo dejó por su maestro de literatura, no logra sino sentirse miserable, con la autoestima por los suelos, con ganas arrojarse al paso del Metro o al menos de mandarle un pez congelado envuelto en celofán nomás como un homenaje a su corazón. Despertarse a cualquier hora de la madrugada es sofocante, porque Emiliano siente que algo le oprime el pecho. "Es bipolaridad", dictaría algún experto; no, "en realidad pasa por una depresión severa", argumentará el terapeuta. Y lo que nadie sabría explicarle a este pobre sujeto es de dónde proviene ese aleteo que escucha antes de abrir los ojos. Es el recuerdo de esa arpía, que sobrevuela sus insomnios, ha reflexionado Emiliano, pero sabe que es la peor mentira, porque en realidad son las alas de la ausencia. Desde entonces él dejó la poesía, así que prefiere emborracharse, cumplir con su horario de oficina, dormir lo más posible aunque siempre amanezca agotado. Ya nada quiere saber de literatura, ni de musas, ni de ángeles o metáforas o ninfas de pechos perfectos; incluso en la computadora ha pegado el poema más certero de José Ángel Buesa: "Quizá pases con otro que te diga al oído/ esas frases que nadie como yo te dirá;/ y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,/ te amaré más que nunca... y jamás lo sabrás./ Yo te amaré en silencio... como algo inaccesible,/ como un sueño que nunca lograré realizar;/ y el lejano perfume de mi amor imposible/ rozará tus cabellos... y jamás lo sabrás". Y sí, en definitiva, las ausencias, el dolor, la ansiedad, siempre acabarán con los que siguen confiando en ese bicho extraño que es el amor. He visto a los enamorados desde la ventanilla del autobús, en los andenes del Metro, y no los entiendo. No logro descifrar sus códigos, no entiendo sus teorías de la felicidad. Complicada fórmula, extraña pócima, es el amor en primavera.

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Últimamente he notado que la gente se está refugiando cada vez más en el subsuelo: en el Metro, en los sótanos de la tristeza, en el búnker de sus soledades. Tal parece que el futuro es hundirnos más, alejarnos de la superficie. De hecho, los que habitamos en la Capital pasamos gran parte del día bajo la piel de la urbe, viajando en Metro, mirando la oscuridad de los túneles, tropezando con malhumorados, psicóticos que te empujan apenas se abren las puertas del convoy. En verdad es triste observar a la gente con la mirada apagada, sin sonrisas, con los bolsillos vacíos, con la esperanza enmohecida, con zapatos gastados. Hombres con una mancha de comida en la solapa. Mujeres con la derrota sobre los hombros. Burócratas con ese maldito dolor de cabeza que atormenta. Jóvenes desmañanados que dormitan de regreso a casa. Secretarias de uniforme que terminan de ponerse rubor. Vendedores ambulantes que gritan sin cesar. Y para acabarla de chingar, estas quincenas largas que nos ponen de un humor insoportable. Y este calor endemoniado. Y una voz en off que dice "favor de permitir el libre cierre de puertas" o "la marcha del tren será lenta". Con un pinche carajo. La marcha del tren será lenta, como lento es este morirse de neurosis. Y consumirse de ansiedad porque falta mucho para que depositen el sueldo. Un día es una eternidad. Y comerse las uñas porque esta pinche soledad no deja de preguntar por ti. La marcha del tren será lenta. Maldita sea. Esta desesperación es lenta y malhumorada. Y lo peor es que no hay suficientes ángeles imperfectos que nos salven de las rutinas cotidianas, con una mirada o una sonrisa de carmín a través de las ventanas. Hay semanas en que te abruman las rutinas y las quincenas se hacen más largas, sobre todo si te olvidan o te regatean las sonrisas. Peor aún si extrañas su mirada: esa manera tan sugestiva de mirarte mientras el placer recorre su espina dorsal.

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Allá abajo hay un submundo: toda clase de personajes, infinidad de oficios, un catálogo de neurosis. Hay gente buena, malandros, suicidas potenciales, optimistas que no pierden la sonrisa. Hombres y mujeres con distintos caminos. En las entrañas del Metro encuentras todo: audífonos y manos libres para el aifon, los 20 poemas de amor y una canción desesperada, "el bonito regalo pa'la niña y para el niño". También "lo mejor de la música de banda, con más de 100 éxitos en formato mp3 para pistear a gusto". Allí, en las entrañas del Metro puedes perderte entre las multitudes o hasta encontrar a la mujer o al hombre de tu vida, aunque ella o él nunca se den por enterados. Si cabemos todos, también caben los besos de los estudiantes recargados en la puerta, los arrimones sin querer queriendo, el acoso cotidiano, los obscenos y los románticos. Todos caben mientras permitan el libre cierre de puertas. Lo mejor sería clausurar el corazón. Y no enamorarse platónicamente de una chica distinta. Porque allá abajo, en el subsuelo, hay flores de asfalto, ángeles subterráneos, que enamoran cotidianamente mientras los Decadentes suenan en el iPod. No estaría mal, claro que no, hablarle a esa chica a la que encuentras con frecuencia en el andén. No estaría mal coincidir, de ida o vuelta. No, no estaría mal entregarle un trozo de papel con unas líneas de Dante Guerra: "Te vi pasar, coincidir con mis ojos/ una resacosa mañana de sábado./ Te vi por el andén, con ropa ligera/ y una sonrisa de carmín maliciosa./ He vuelto a encontrarte, de vez en vez/ en alguna estación cercana/ a estas oficinas en las que archivo/ infinidad de memorándums/ que te escribo y nunca te mando./ Te he observado en el Metro,/ de espaldas o con las piernas cruzadas,/ escuchando a los Cadillacs/ (quiero pensar que así es)/ o canciones de Mon Laferte/ mientras piensas demasiado/ en alguien que ya no te manda besos/ por el watsap o por el feisbook". Creo que no estaría nada mal, que te rehuyera con desconfianza y que al reencontrarse te sonriera como si ella misma fuera el poema: "Y cuando no te veo varios días/ dibujo en sueños tu belleza urbana,/ esa que nos deslumbras siempre/ a los que coincidimos contigo/ en cualquier estación por la mañana./ Te he visto pasar, coincidir con mis ojos/ que se curan las resacas/ con el bálsamo de tu mirada verde mariguana,/ aunque tú no lo sepas/ ni te des nunca por enterada".

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