Aquel payaso con alas en los pies

26/02/2015 05:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 20:28
 

Desde que no fumo me he vuelto más huraño, más todo. En general soy un tipo insoportable, pero sin vicios soy peor. Ni yo mismo me aguanto. Me enferma  el ruido, la ineptitud, los torpes, los bocinautas en el Metro, los pretextos idiotas, los maleducados. Me pone me malas todo. Sin fumar soy doblemente neurótico.

Sin fumar soy aún más insoportable. Exacto. Soy un neurótico sin nicotina, un cascarrabias, un Gargamel cualquiera que ve Pitufos siempre que se asoma un gato en donde sea. Parece chistoso, acaso un poco simpático el asunto, pero no lo es. Ya de por sí que ni yo me aguanto cuando fumo o cuando bebo un poco. Y ahora que no puedo fumar ni beber alcohol, me estoy poniendo drástico con aquello del mal humor. No es que siempre estuviera de buenas o que fuera yo una orquesta de sonrisas ambulante, pero al menos era tenía mis momentos de optimismo. Lo que pasa es que me está alcanzando la edad. No sé quién lo mencionó alguna vez, algún poeta poco valorado o un filósofo de masas, pero es muy cierta aquella frase de “siempre fui precoz. A mí la crisis de los 40 me llegó a los 35”. Algo así me sucede con frecuencia, desde hace algunos años, como canta Ariel Roth: “La cabeza en la boca del león./ Soy un domador muy poco decidido,/ tengo estilo pero soy mal jugador/ y el premio de consuelo lo tengo merecido…/ Hay días que estoy realmente mal,/ hay días que estoy misteriosamente bien./ Se apagó la hoguera de la vanidad,/ cenizas en el aire esparciéndose”.

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De tanto ir al doctor, por dolencias recurrentes, ya me han quitado de la dieta todo lo que podría apresurarme un chingado infarto. Ahora tengo muy en claro que todo lo que me gusta hace daño, engorda, es pecado o me quiere sólo como amigo. Pinche corazón tan maltrecho y ajado que me tocó en la rifa. Pinche corazón delicado que se ha puesto a protestar. Y ni modo de culpar a Maribel, Norma, Elizabeth, Monserrat, Jennifer y Analí y muchas más que en su momento estrujaron o marchitaron este corazón tan propenso a los excesos. No, ellas no tienen la culpa de que yo sea tan estúpido como para empeñar los sentimientos en temporada de rebajas.  Pero bueno, como siempre, ya empiezo a divagar. Estaba en que me estoy volviendo un tipo más huraño, más neurótico que de costumbre. Podría pretextar que es tanto Bezafibrato o el maldito ácido acetilsalicílico soluble que me han recetado, pero la verdad es que quién sabe. Lo cierto es que estoy intratable, en la casa y en la oficina y en el Metro y en la fila del supermercado y también cada que voy al Seguro para que me den una revisadita por encima y acaben recetándome lo mismo de siempre: paracetamol o naproxeno o aspirinas solubles. Horas y horas burocratizadas para que me despidan con un chingo de medicinas y ni siquiera un apretón de manos: no vaya a ser que se contaminen de tanto aburrimiento de la sala de espera. Y para acabarla de amolar, en el seguro popular, los médicos son más parecidos a Cándido Pérez que al doctor House. Tienen un humor patético y no captan el mínimo sentido de la ironía. Mejor habría que seguir el consejo de Joaquín Sabina y autorrecetarme pastillas de rebeldía: “Oiga, doctor,/ devuélvame mi fracaso.../ Devuélvame mi odio y mi pasión,/ doctor, hágame caso./ Quiero volver/ a ser aquel payaso/ con alas en los pies.../ Oiga doctor, a ver si tengo cura,/ sólo quiero ser yo/ y ahora ya parezco mi caricatura”.

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Desde que no fumo me estoy convirtiendo en un tipo aburrido. Desde que no me embriago parece que estoy en cuarentena. Desde que no salgo con mis amigos, mis mejor compañero es Netflix. Desde que renuncié a las borracheras me entero de las noticias a primera hora. Desde que no tengo resacas me despierta el camión de la basura. Desde que no me desvelo amanece más temprano y escucho a los niños cuando salen al recreo. Desde que no fumo ni me emborracho las horas transcurren lentas y la sopa sabe a rutina y cada ocho horas mi celular me avisa que ya me toca me maldita medicina. Desde que el doctor me contabiliza los leucocitos y me toma la presión cada 30 días, me estoy convenciendo de que este no soy yo sino un impostor que se está poniendo aburrido. Ya me llegó la hora que tanto presagió Ariel Roth: “Estoy perdiendo gasolina,/ a punto de estrellarme otra vez;/ no ves que estoy perdiendo altura,/ necesito tu ayuda para seguir de pie./ Estuve revisando en los archivos,/ buscando los motivos donde nunca los busqué…/ Estoy en el medio de la vía,/ en el medio de la vida;/ si hay suerte tal vez/ yo quiero despertarme cada día/ y darte la bienvenida otra vez”. Sí, parece que estoy en mitad de la vida perdiendo el tiempo en tonterías, bostezando en la clínica, tomando una sobredosis de rutina cada día. Sólo falta que el doctor me recomiende que me unte mantequilla en el cuerpo “para que se le resbalen todos los problemas”. Pero yo soy como esos pugilistas veteranos que no dejan de hacer boxeo de sombra. Y si la vida te tira en el cuarto round o en el sexto, te vuelves a levantar antes de que cuenten hasta diez. Porque podrán adormecer mis piernas, pero el corazón siempre será un pendenciero: “Hay cosas que prefiero no mirar,/ hay otras que al mirar no pude ver,/ los sueños que no puedo recordar/ son como las canciones que no puedo componer…/ Hay ofertas que no puedo rechazar,/ hay pactos que jamás voy a romper./ Las manos que no quiero estrechar/ son las que firman las leyes/ que no puedo obedecer”.

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