El desamor es un calendario sin domingos

Al día 09/03/2017 08:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 17:09
 

A mí nunca me han gustado las canciones  ordinarias, ni las baladas demasiado comunes o los “cantautores” pretenciosos. Prefiero un poema silencioso que un estribillo chocante. Por eso me resisto a las rimas simples, a los lugares comunes.

Lo saben quienes me conocen y las mujeres que se ha ido, tarde o temprano. Nunca he sido bueno para escribir canciones que rebosen optimismo. Bueno, ni siquiera para escribir canciones. Así que no es extraño que sólo les gusten a mis amigos. O que al menos finjan que les parecen buenas.

A veces escribo cosas como ésta: “Tus abrazos domestican a mis bestias internas,/ pero tus labios desatan la jauría de mis delirios./ Soy un tipo ordinario, algo maniático,/ que se desespera en la fila del supermercado/ y se siente incompleto si no llega a tiempo a algún lado”.

Será por eso, por mi constante ausencia de romanticismo, que respiraron aliviados los integrantes de la banda cuando les dije que renunciaba. Además, a quién chingados se le ocurre ponerle Los Daikiris a un grupo de mamones que sueñan con tocar en bares hipsters.

Yo llegué allí porque una ex novia era prima del baterista. Y él tampoco estaba a gusto tocando melodías con expresiones del tipo “tu piel es una seda entre mis manos” o “me hundí en el fuego de tus ojos”. La banda era del Yoplait, que se llamaba Martín, pero así le decían por cremoso o por ponerle mucha pinche crema a sus tacos, como solemos decir.

Y el wey se sentía el autor más inspirado del mundo cuando llegaba a los ensayos y nos decía “anoche escribí dos rolas, vamos a probarlas”. Lo peor fue la etapa en que componía “a cuatro manos”, bromeaba, porque la pacheca de su novia le había sugerido algunas frases onda como “hay un cielo negro bajo mi cama” o “las penumbras se esconden en mi clóset”. Creo que la vieja leía demasiada basura.

Y cuando yo proponía que fuéramos “más realistas” y escribiéramos sobre lo que siente la gente común, el Yoplait salía con su jalada de “no mames, eso no vende” y, encima de todo, el bajista seguía a pie juntillas eso de que el líder-de-la-banda siempre tendrá la razón: “sí, no manches, eso no es comercial”. Hasta que me harté y les dije que mejor me iba a cantar a los camiones, “porque prefiero que me paguen por bajarme, que tocar covers en bares donde siempre piden las mismas tres canciones”.

Hicieron como que les preocupaba, “no chingues y ahora dónde conseguimos un guitarrista” y “al menos aguántate dos semanas, por si cae una tocada”. Malditos hipócritas, ni siquiera para eso eran originales. Así que saqué mi bafle, les sugerí que contrataran una guitarrista para que al menos “tenga algo bueno esta banda” y se rieron forzadamente.

Pero ellos se creían Los Beatles en potencia, ensayando en un cuartucho de azotea. Y Martín no era Paul McCartney, ni yo tampoco tenía pinta de Lennon. Bueno, por decir algo, porque en realidad a ellos les latían Hoobastank y Maroon 5. Yo prefería ondas como Babasónicos o Kasabian.

Más allá de eso, yo entré a la banda para divertirme, pero ellos parecían tocar sólo para darse su taco, lucirse con sus cuates o ligar chavitas que no saben reconocer a un engañabobos.

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“Oye, wey, hazme un paro: Consígueme dos boletos para Metallica, ¿no?”, la llamada era de El Yoplait. Ese idiota qué se cree. “¡Va, mi chavo! ¿Los quieres en zona VIP o normalitos?”, pregunté. “Nel, acá normalitos. Ora que si se puede algo mejor, pues qué chido”, se emocionó como tonto. No me habla en más de un año y de buenas a primeras se acuerda de que conoce a alguien que puede solucionarle algo tan sencillo como dos-simples-tickets-para-la-chingada. “Oye, pinche Yoplait, pero si a ti ni te gusta Metallica, mucho menos Iggy Pop”, le eché en cara. “No, sí, bueno, no me late mucho, pero ¡es la onda!”, se trompicó con las palabras. “Bueno, la neta es que mi vieja quiere ir porque sus amigas van a ir”.

Hice una pausa y le aclaré que “el mal pedo es que ya no trabajo como revendedor, así que está cabrón conseguírtelos”. Se sacó de onda y soltó: “¿A poco eras revendedor?”. Vale madres, otro alumno avanzado de Elba Esther Gordillo. “¡Claro que no, pinche Yoplait!, pero tampoco soy una casa de empeños y siempre me pedías dinero prestado”. Breve silencio. “¡Ahhh!”, expresó el televidente más fiel de Chespirito. “¿Entonces lo de la zona VIP era broma?”, aún tenía esperanzas. ¡Cuánta ternura! “Wey, por eso me dejan las viejas, porque no soportan mi sarcasmo”, intenté esconder mi alegría. “¡Qué mamón eres! Yo que te hablé en buena onda”, se molestó. “Ser mamón es otro de mis encantos, pero pocos lo valoran” y añadí “no chingues, si tuviera boletos VIP invitaba a mi vecina, que está bien buena”.

Ganas de colgar no le faltaron, pero prefirió hacerse el duro: “Cámara, Robert, ahí nos vemos. Te iba a invitar a que regresaras a la banda, pero pus no creo que sea buena idea”. Uy, eso sonó a ardido. “No, me cai que no es buena idea. Ahora toco en una banda cristiana y son más prendidos que Los Martinis”. Me colgó. ¡Ouch!, a quién se le ocurre. Son Los Daikirís. Bueno, es que a mí me gusta más un martini, por influencia de James Bond. En fin, estábamos en que mis andanzas en la música son temporales. Ahora la lira está colgada, prefiero concentrarme un poco más en mis intentos de poesía.

No pasa nada si sigo exorcizando los adioses recientes. No pasa nada si me concentro en las puestas de sol mientras las ausencias me carcomen la calma en cámara lenta: “Mis pantalones de mezclilla son demasiado viejos,/ carezco de amuleto de la fortuna,/ viajo en Metro y detesto a la gente maleducada./ Tengo un calendario sin domingos,/ poseo la fortuna de tus sonrisas francas,/ aunque reniego de tus malos ratos por las mañanas./ Y nada me preocupa más/ que despertar cualquier día/ con tu ausencia innecesaria/ a este lado de la cama”. Sí, creo que el desamor es un calendario sin domingos. Creo que seguiré intentando con poemas silenciosos, mientras Arjona se hace millonario con la basura que acostumbra.

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