El brebaje de tu piel

06/03/2015 05:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 20:31
 

 

Cuando platicas con el espejo no piensas con claridad. Algo debe andar mal: tu autoestima, el caos en tu interior, algún tornillo flojo en la cabeza, tal vez el corazón desolado. ¿Quién carajos va a saberlo? Al menos no yo, que crecí en una familia disfuncional y rodeado de miedos. Yo no sé si he hecho la paz con mi desesperación, pero hace rato que dejé de hablarle al espejo. Ya no lo regaño, ya no le digo “eres un pendejo”, ya no le sonrío con ese gesto retorcido que suelen tener los locos. Será que ya no me carcomen los amores malsanos. Será que ya no bebo como los náufragos. Será que los amores pasados por fin están clasificados alfabéticamente en el archivo muerto. Y yo tan campante releyendo a Mario Benedetti y tratando de volver a escribir con la calma de las mañanas y no con la desesperación de las madrugadas. Yo creo que me ha hecho bien esta marea baja, sin tormentas en el horizonte, el no sentirme como una isla perdida en el mapamundi de los recuerdos. Hace tanto que no hablo con el espejo, que no lo miro con desconfianza ni le sonrío con ese gesto retorcido de los locos. Pero pareciera que siempre llega el diablo a untarte alguna pócima extraña en los ojos y de pronto, en algún insomnio, me observo distinto: como si mi lado malvado me aconsejara estupideces, como si me saliera fuego de los ojos, como si por fin me volviera un lunático de tiempo completo.

>>>

Yo andaba muy tranquilo, durmiendo a mis horas, soñando con nubes radiantes mientras caminaba con la playa. Hasta que una tarde cualquiera, mientras observaba a la gente presurosa desde mi ventana, me llegó una notificación al Facebook: “Analí te ha enviado una solicitud de amistad”. Y yo que sólo conozco a una bruja con ese nombre, de inmediato descarté la opción. Simplemente porque ya estoy curado de espanto. Y además no quiero volver a consultar al espejo. Invariablemente regresaron a mi memoria los despojos que quedaron de mi corazón por aquel amor perverso. Y asunto olvidado. Sólo unos días, porque luego Analí me mandó un mail: “hace tanto que no sé de ti, que me muero de ganas por saber si aún tienes aquella mirada triste que tanto me gustaba”. Maldita sea. La marea alta siempre trae botellas con mensajes. Y el diablo se empeña en el abordaje de mi pequeña balsa. Así que puse un cartel a la vista, con palabras de Edel Juárez: “Perdón si no te invito a pasar a mi vida, pero la última vez dejaste tremendo tiradero”. La indirecta tan directa causó efecto: “Ya vi tu Facebook. Tampoco seas tan dramático, que ya ha pasado muchísimo tiempo. Jajajajaja”. Hay hechiceras que se toman con paciencia eso de preparar brebajes. Tampoco le contesté. Y me llegó otro correo: “no insistiré más, no quiero parecer una loca, pero sólo me dio gusto encontrarte en el Face y recordar que hubo algo lindo entre nosotros. Te dejo mi número, por si algún día te nace llamarme”. ¿Algo lindo? No, una relación enfermiza nunca será linda. Sí, hubo incendios, noches tremendas, madrugadas locas, desnudeces todo el día, mis poemas de saliva en su espalda y el hechizo de su lengua. Sí, hubo fuego. Sí, hubo tormentas y sexo sin tregua. Y fue intenso, algo dramático, tremendo. Pero nunca fue “lindo”. Ni fue un amor de esos que dejan huella. Vamos, ni siquiera era amor. Sólo fue una estación, un largo invierno en el que nos cobijamos de nuestras respectivas soledades. A ella la habían “botado” y a mí me habían “engañado”. Seguro nos lo merecíamos, como nos merecimos el uno al otro. Seguramente nos conocimos en el momento exacto para quemarnos como dos pirómanos. No, en definitiva no era amor, ni “algo lindo”. Sólo unas vacaciones en el caldero de los deseos. Sólo era que me había hechizado con los brebajes de su piel.

>>>

Analí se fue como llegó, con una sonrisa enigmática en el rostro y ese gesto de “yo sólo andaba de paso”. Así la conocí, hurgando en los libros de oferta, recomendándome que leyera a Efraín Huerta cuando me vio con una antología de Jaime Sabines entre las manos. Y le sonreí. Y nos fuimos a tomar un café desde una terraza donde se veía el Palacio de Bellas Artes. “A veces sueño que vuelo y que desciendo sobre esa cúpula de bronce”, me contó ella mientras señalaba el recinto. “Eso no sonó muy como de bruja”, le comenté. Ella se carcajeó: “es que lo soy. Y esta noche haré un aquelarre para invocar a tu corazón”. A mí me pareció más fascinante: con sus mechones azules en el cabello, con sus piernas fabulosas y esos ojos claros que destellaban como faros. Y nos volvimos locos un buen tiempo. Y me tuvo entre sus manos, aprisionado como un tonto. Y de buenas a primeras se marchó sin decir gran cosa ni importarle que mi corazón quedara hecho un muñeco de trapo con alfileres por todos lados. Por eso es que ignoré sus mensajes en Facebook. Ya lo dice mi consejero, que es un libro de Edel Juárez: “A veces la felicidad consiste no en encontrar sino en escapar: hay envolturas muy llamativas, que guardan un amor “made in china”. En efecto, hay amores que duran menos que un juguete chino. Por ello es que repito “Y tú tan funeraria”, como si fuera un mantra o una forma de ahuyentar los hechizos: “Yo que vengo huyendo del hielo/ de los polos terrestres, de los opuestos,/ yo que corro del desvelo/ de escribir de noche por no poder hacerlo./ Y tú tan funeraria, tan paredes grises,/, tan cuarto sin ventanas./ Tú que has sido calle mojada, espejo roto, pez sin agua,/ apenas ayer creí haber encontrado un manantial/ y hoy descubro agua salada”.

[email protected]

 

Google News - Elgrafico
Temas Relacionados
Manual para canallas

Comentarios