Nunca se enamoren de noche

Al día 03/08/2017 08:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 08:01
 

 Soñé con Jack Nicholson y Frank Sinatra en la barra de un bar, dándole consejos a un tipo, que era yo, con el corazón roto. Frank usaba un smoking blanco, mientras Jack estaba ebrio y despeinado. Y Jack Nicholson no miente cuando dice que en las barras de los bares lloran los hombres blandos y se arreglan los negocios que siempre acaban mal. Pero Jack me lo decía mientras lanzaba una sonrisa a una mujer fatal, al otro extremo de la barra. En algún momento del sueño, Sinatra ponía una canción de la rockola y los tres terminábamos cantando: "Nunca, nunca me enamoraría,/ me enamoraría de noche./ Las más guapas siempre mienten/ con sus vidas complicadas/ y sus mundos de piernas infinitas". Es verdad, como dicta Diego Vasallo: "Nunca, nunca me enamoraría./ Él dijo 'nunca, nunca me enamoraría,/ me enamoraría de noche'". Y allí estábamos emborrachándonos con ron cubano, en un bar extraño, con mujeres que usaban antifaces y meseros más elegantes que yo. Sólo faltaba Marylin Monroe para sembrar la discordia. Pero nunca llegaba. Extraños sueños los míos. Entonces yo les pedía una selfie, que salía un poco borrosa. Y después me desperté extráñandote más de la cuenta. Y recordando el consejo de Frank y Jack: nunca, pero nunca hay que enamorarse de noche. Porque si lo haces estás condenad@. Sí, condenad@ a extrañar de más, a beber demasiado, a sufrir en silencio, a mandar WattsApps patéticos, a hurgar en el Facebook, a desvelarte a lo pendejo. Sí, estás condenad@ a soñar tonterías, a mirar las viejas fotografías y a quemarte de deseo mientras te consumen los insomnios.  

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Soñé que era calvo. Y me paseaba con normalidad frente a los aparadores y saludaba como si nada a los maniquíes. Uno de ellos me miraba con familiaridad y yo encontraba más bondad en su mirada que en la mía. Soñé que me persignaba frente a la catedral y mi reloj se detenía en la nada. Antes de cruzar la avenida miraba el semáforo en verde y una mujer con paraguas me esperaba en la otra acera. Vestida de rojo me advertía que mi nariz sangraba. La angustia se apoderaba mi mientras mi mano se teñía de púrpura. “Te falta cabello y te sobran culpas”, se reía de mi calvicie lustrosa. Entonces busqué en mi bolsillo y saqué una fotografía en la que mi cabello era abundante. “Nunca seré lo que fui antes”, yo decía y me carcajeaba. “Un payaso siempre será menos divertido en una fiesta de disfraces”. No sé que diablos significaba eso, pero yo seguía riendo. Quizá ya he enloquecido por completo. La vida es un comercial de hamburguesas. La muerte es una obra de teatro macabra. El paraíso es un letrero de neón en el horizonte. El amor es un exiliado de tu cama. Anoche soñé que te extrañaba. Y también soñé que era calvo. Y que mis dedos hurgaban en tu sexo por la madrugada. Por eso es que dicen que nunca hay que enamorarse en la noche, ni en las barras de los bares y tampoco en una habitación a oscuras.

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Soñé que cerraba los ojos para pensarte. ¿O cerré los ojos para pensar que te soñaba? Te estás yendo poco a poco. Y olvidarte será tan fácil como borrar mis huellas dactilares de la escena del crimen. Un sospechoso nunca dejará de parecer nervioso. Mi crimen fue robarte la calma. Y mi condena será que nunca podré olvidarte. Eres como un cadáver en la cajuela de un auto: podré lavar la alfombra, pero siempre recordaré esa última mirada. Quise creer que no me hacías falta y acabé por equivocarme. Mi imagen en el espejo es patética. Y hace mucho que necesito un corte de cabello. Soy tremendamente cínico para llevar el papel del chico bueno. Ahora estoy desvariando. Será esta pinche fiebre que provoca la infección en la garganta. Será que busco pretextos para escribir pendejadas y luego justificarlas. Anoche soñé que te extrañaba. No era yo, sino el tipo con 39 grados de fiebre que sudaba mientras se revolvía en la cama. Anoche soñé que me hacías falta. No era yo,  era el pobre diablo que se rehúsa a deletrear “m-e-h-a-c-e-s-f-a-l-t-a”. Anoche volví a soñar que Jack Nicholson me aconsejaba: no es recomendable enamorarse mientras ella baila canciones lentas.

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Soñé que era un vampiro. Sí, claro que suena ridículo, lo sé. Pero qué le voy a hacer si es lo que soñé. Anoche tenía colmillos y eran tan peligrosos como una mujer que se sabe deseada o como un hombre seguro de sí mismo. Anoche me transformé en viento y llegué hasta tu ventana, luego me acerqué a tu cama y me regocijé en tu aliento. Puedo ser tu pesadilla o tu lujuria disfrazada, pensé mientras hundía mis colmillos en  tu garganta. Un leve quejido alentó mi osadía. La humedad de tu entrepierna me indicó que te gustaba. Un murmullo llegó a mi oído. “Soy tuya”, musitaste extasiada. No, reflexioné, no eres mía. Tu voluntad ahora es mía, aunque me olvides mañana. Ni tú eres Bella ni yo soy el galán de mirada tímida. Y no hacía falta un guión, ni sangre de utilería. Esas son pendejadas. Sólo soñé que eras mía. Soñé que mis colmillos profanaban tu garganta. Y lo que más me gustó es que musitabas, con voz entrecortada, que eras mía en la madrugada. Y como en las viejas películas, todo era en blanco y negro. Prometo soñarte cada noche, cada día, y hacerte mía entre sábanas húmedas. Pero no  te confundas: que te sueñe de esa manera, no es amor. Es el aleteo de la lujuria. Sólo los tontos se enamorarían al llegar la madrugada. Así que nunca te enamores de noche. Porque el alcohol, la soledad, el insomnio son pésimos consejeros; son una peligrosa mezcla que te aconsejará mil tonterías. Y no querrás hacer llamadas a deshoras, sólo para escuchar aquella fría  grabación que repite: “El número que usted marcó  ya está en brazos de otr@.  El número que usted marcó ya se hartó de sus pendejadas. El número que usted marcó ya ni siquiera piensa en usted”.

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