Se mueve bien rico

Sexo 05/07/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 14:31
 

Querido diario: Esteban es un hombre mayor. Hace poco cumplió 65 y eso no le gustó mucho. Para nadie es fácil aceptar el paso del tiempo, pero pasa irremediablemente. Es guapo. Sí, ya con sus años, pero es un hombre atractivo. Su tez bronceada, sus cabellos de plata y su vestimenta elegante le dan ese toque atractivo.

El sábado me pidió que le diera besitos en la espalda. Es una especie de masaje suave, donde él se acuesta boca abajo y le paso las manos levemente por su espalda y le voy sembrando piquitos con mis labios, mientras mi cabello roza suavemente su piel. Dice que, para empezar, eso lo pone a mil.

Después del besimasaje, me senté en la cama y él se paró frente a mí. Le desabroché el cinturón, le bajé la cremallera y palpé, a través del algodón de su trusa, su miembro aún medio dormido. Lo acaricié suavecito y despacito, incitándolo a salir de su letargo. A medida que lo tocaba, se le ponía más duro, más grande y más hinchado.

—¿Te gusta?

—Mmmjú —respondió guturalmente, expeliendo aire como si su corazón se hubiera acelerado.

 Ciertamente la sangre fluía rápidamente por su cuerpo. De repente lo tenía entre mis manos, a tope y tieso. Terminé de bajarle el pantalón y comencé a chaquetearlo.

—Ay, Lulú, tienes el toque —gemía como en trance.

Agarré un condón y se lo puse.

Se lo bajé con la boca, apretándolo entre mi paladar y mi lengua. 

Comencé a chupárselo lentamente, primero lamiéndole la puntita, bajando por el tronco y luego rozándole las bolas jugosas.

—¿Sigo? —pregunté.

—No pares —gimió.

Me atraganté con su miembro en mi boca. Lo sentía retorcerse de placer, contenerlo en sus sensaciones desbordadas, electrizantes y magnificadas por la intimidad.

De pronto me indicó que me pusiera de pie. Tomé su mano y así hice. Se le veía exaltado, como a punto de desfallecer de placer.

—Ven, pequeña —me indicó—

Quería observarme acostada en la cama, acostada de cara a él.

—Mastúrbate —dijo. Me lamí dos dedos y comencé a tocarme, rozando mi clítoris y haciéndolo vibrar cada vez más.

—Así, así me gusta —prosiguió.

Él se tocaba, viéndome con su mirada elegante y libidinosa. Resultaba algo extraño para mí estar tan excitada y al mismo tiempo tan lejana de él, pero supongo que era parte de su encanto.

En eso se acercó, se acostó sobre mí y me penetró de golpe. Sus avances parecían espuma del mar que llega a la orilla. Nos fundimos en un abrazo caluroso y empezamos a agitarnos, acoplados como una sola cosa, gimiendo y gruñendo mientras la madera de la cama rechinaba debajo de nosotros.

—No pares, no pares —susurré casi sin aliento.

Esteban me tomó entonces por la cintura e hizo que me pusiera encima. Me le encaramé como a horcajadas y lo galopé como una vaquera, haciendo circulitos con mi cadera y arqueando la espalda.

Él enterró sus dedos en mis nalgas, estrujando mi carne en cuanto más rápido me movía, presa de las sensaciones que me incitaban y me avivaban la llama interna. Podía sentirlo en mis entrañas, creciendo y creciendo, rozando mis puntos más sensibles, empujando y pulsando.

En eso él se estiró como si le cayera un rayo y pujó con ganas su potente chorro en mí, mordiéndose los labios. Yo me aferré a su cuerpo y clavé las uñas cuando alcancé el éxtasis y la mente se me puso en blanco.

Y pensar que le importa su edad cuando en realidad lo que importa es cómo se mueve.

Hasta el martes, Lulú Petite

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