Me daba duro...

Sexo 28/06/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 10:44
 

Querido diario:  Me acabo de despedir de un cliente que se llama Eduardo. Me dijo que leía aquí mis relatos y que hace tiempo lo había picado la curiosidad por conocerme, aunque no se atrevía porque está casado.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión?

Levemente sombrío, su rostro me hizo pensar en que no debía preguntarle nada. Sin embargo, estaba más que dispuesto a hablar y a compartir su historia.

Resulta que está casado con la que fuera su novia desde la prepa. No han tenido hijos, pero viven juntos y aparentemente felices. Hasta ahí todo bien. Pero recientemente se enteró de que su esposa le estaba poniendo los cuernos.

Posé mi mano sobre la suya en señal de apoyo, pero de inmediato levantó la mirada y me sonrió.

—Está bien —dijo.

No cogimos, no era su plan, sólo quería conocerme. Eduardo es de esas personas que toman las cosas malas como oportunidades. Dice que va a solucionar las cosas con su mujer y que sea lo que tenga que ser. Si se arreglan, qué maravilla, si no, la próxima vez que llame, si cogeremos.

Platicamos más de una hora (hasta que entró la llamada de Luis, el siguiente cliente).

Luis también es casado, pero a él, su matrimonio no le quitó lo putañero. Lo hace sin el menor remordimiento. Apenas entré, tomó mi rostro con dos dedos por el mentón y acercó el suyo. Por una breve milésima de segundo se anticipó un beso.

Nos besamos en silencio. Despacito y suave. Muy lentamente nuestros cuerpos reaccionaban.

—Ven —susurré.

Se acostó a mi lado y nos abrazamos. Sus caricias eran muy tiernas y delicadas. El aroma viril que emanaba comenzó a prenderme. Una corriente leve me recorrió la piel cuando sus dedos se deslizaron por mis hombros y los despojaron del brasier. 

La intensidad del instante se acrecentó con cada gesto, con cada movimiento. Nuestros cuerpos desnudos comenzaban a reclamar el espacio y el tiempo y las pasiones florecían con cada caricia, con cada beso.

 De pronto ese ímpetu se transformó y me tomó por la cintura, me dio media vuelta y comenzó a restregarme su entrepierna por detrás, arrimándome el bulto tieso que punzaba debajo de su trusa. —Llevo rato deseándote, Lulú —gruñó lascivo en mi nuca.

La piel se me erizó toda. Arqueé la espalda y abrí las piernas, tan excitada que ni podía hablar. Luis estiró su brazo, tomó un preservativo, se forró el miembro y me lo empinó despacio, gimiendo a medida que lo hundía.

Apreté la sábana con los puños  y hundí el rostro en una almohada para ahogar mis gemidos.

Luis puso un pie en la cama y empezó a darme muy rico, clavando hasta el fondo su macana prensada. Mis tetas brincaban con cada una de sus arremetidas y él las apretaba con sus manos varoniles, pellizcando mis pezones.

Mis nalgas rebotaban en su ingle, a medida que arremetía, sin parar, agitando su cadera. De repente comenzó a darme más duro, pausando poco a poco el movimiento y encajándose hasta el fondo en un último esfuerzo, que se tradujo en el alivio máximo.

Nos quedamos abrazados un rato. Luis también me habló de política, en los dos, Luis y Eduardo, noté mucha pasión, enojo. También a Luis lo escuché sin opinar. Mi trabajo es hacer sentir bien a mis clientes y nada les hace sentir mejor que alguien asiente con sus opiniones.

La próxima vez que nos leamos, ya sabremos quién ganó. Espero que todo, al final, sea bueno para México. 

Hasta el martes, Lulú Petite

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