¡Dámelo todito!

Sexo 21/06/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 11:18
 

Querido diario:  El sábado me habló Jacobo. Un gran cliente a quien hacía tanto tiempo que no lo veía, que supongo que hasta lo había olvidado un poco. Pero su inconfundible voz al otro lado del auricular, como un eco proveniente de un pasado remoto, lo trajo de vuelta a mi memoria en esa montaña rusa que llaman nostalgia.

—¿Lulú? —dijo dudoso.

—¿Jacobo? —respondí.

Parecía mentira. Sin darle muchas vueltas quedamos en vernos. Cuando caminaba por el pasillo que me conduciría hacia su habitación, un leve nerviosismo me tomó por sorpresa, recorriéndome la espalda y alojándose en mi pecho. Toqué tres veces y escuché sus pasos. En eso se abrió la puerta.

—Lulú —dijo, ya con certeza.

—¡Jacobo! —respondí.

Jacobo es ancho de espalda, con una frente de cromañón y la nariz amplia, parecida a la de un toro. Sus rasgos son toscos, pero igual es guapo. Es sexy porque inspira algo de macho, de virilidad maciza y pura. Pensaba en todo el rato que llevaba sin apreciar su figura mientras nos poníamos cómodos, sentados en el borde de la  cama. En eso me contó que se había casado (lo que explicaba que ya no me hubiera llamado más), pero que recién estaba divorciándose (lo que explicaba que me hubiera buscado otra vez).

No es particularmente expresivo y supongo que, como a muchos, le cuesta mostrar su lado más sensible, pero estaba ahí para él. Puse mi mano sobre la suya y fue como si algo se le hubiera encendido. Giró su rostro y me clavó esa mirada penetrante que también se me había perdido entre tantos recuerdos.

No hizo falta decir más. Su mano tomó entonces la delantera. Me acarició la pierna, tanteando el camino para seguir su rumbo, un poquito más arriba y empezar a tocarme donde más me calienta. A partir de ahí todo fue en ascenso. Sus labios tersos y carnosos propiciaron un beso lascivo y cachondo. Los míos se sentían calientes cuando su lengua se deslizó delicadamente por ellos. Algo me derretía y me incitaba a dejarme llevar. Y me dejé llevar.

Jacobo me tomó por la cadera y me hizo colocarme encima. Como una vaquera, comencé a rozar mi umbral empapado en su regazo, del que emergía con fuerza súbita un miembro duro y erecto.

Sin darle más vueltas al asunto, terminamos de desvestirnos. La desnudez acentuó el momento y la intimidad se tornó turbia, lasciva. Su aroma viril me impregnaba, su respiración agitada contrastaba con mis gemidos. Tomó mis tetas con ambas manos y mordisqueó mis pezones, mientras empujaba su palo tieso, pujando con su corona prensada.

Se abalanzó hacia el buró, tomó un preservativo, se alistó y me penetró suavemente, como hundiéndose en la espuma del mar, empujando su cadera lenta pero segura. Si algo sabe Jacobo es menearse en la cama. Comenzó a mecerse, dándole tracción al asunto, hincando sus rodillas.

—¿Lo quieres? —gruñó de pronto, con el rostro enrojecido y venas brotándole en el cuello.

—Dámelo todito —gemí.

El orgasmo trajo todo el placer a nuestras cuentas. 

Hasta el martes, Lulú Petite

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