Como la de Zague

Sexo 26/06/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 10:54
 

Querido diario:  La última vez que fui a Oaxaca me recibió un bloqueo de maestros afuera del aeropuerto. Siempre es un riesgo cuando vas allá. Quizá los pilotos podrían advertir al subir, la hora probable de aterrizaje si las condiciones meteorológicas y el magisterio lo permiten. Como era un vuelo tempranero, a quienes bajamos, alcanzamos a comprar ticket para un camioncito que se metió por terracería y alcanzó a rodear la manifestación que, unos minutos más tarde, dejó inaccesible también esa ruta de escape.

Afortunadamente, a pesar del borlote, alcancé a llegar a buena hora al motel, especialmente porque desde la noche anterior había quedado de verme para el mañanero con un chico llamado Alejandro. Cuando estaba recién instalada, me llegó un mensaje suyo diciendo que ya venía en camino.

No tardó demasiado en llamarme de vuelta y decirme en qué habitación estaba. Me arreglé rápidamente, salí de mi habitación y caminé hasta la suya. Era la número 35, el cual por alguna razón me pareció de la suerte. Abrí la cortina, subí las escaleras y, como la puerta estaba abierta, empujé sin entrar y miré hacia dentro. La tele estaba encendida, pero en silencio. De pronto, Alejandro salió del baño.

—Hola, Lulú —dijo sonriendo.

—Hola —contesté.

—Pasa, por favor. Discúlpame, me estaba duchando. Por eso dejé la puerta abierta.

Entré y cerré la puerta detrás de mí. Miré a Alejandro, a quien se le notaba que no estaba habituado a este tipo de encuentros. Estaba guapo. Joven y alto, delgado pero no demasiado, con una barba espesa aunque no larga. Apagó la tele, volteó a mirarme de pies a cabeza y juntó las manos como si matara uno mosco.

—Entonces…

—Entonces… —repetí.

Estaba nervioso, pero me pareció encantador así. 

—Ven —le dije, lo tomé de la mano y le ordené, jugando, que se bajara el pantalón.

Se lo bajó. Yo, sentada en la cama con las piernas abiertas, me ubiqué frente a él y le quité la trusa. En honor a la verdad, no será Zague, pero tenía motivos para estar orgulloso. Le sonreí y me devolvió el gesto medio apenado. Tomé el lubricante y lo chaqueteé un rato, besándole el abdomen y aspirando su aroma viril. Puse su pene entre mis tetas y lo masturbé más, mientras él como que entraba en trance, con el rostro mirando el techo, la boca abierta y la respiración acompasada y pronunciada.

—¿Te gusta?

—Sí, por favor no pares —gimió.

Agarré un condón, lo coloqué en la punta de su pene y le dije:

—Esto lo vas a disfrutar más.

Se lo bajé con la boca, como en cámara lenta, deslizando la goma por todo el palo hasta la base. Sentí sus bolas jugosas, la tensión de excitación, cada vez más caliente.

—Oh sí, qué rico —decía mientras se lo mamaba, apretándolo entre la lengua y el paladar.

Podía sentir el pulso de su macana en mi boca, el flujo de la sangre llenando toda su estructura para mantenerla dura. Gemí con la boca llena, chupando hasta dejarlo seco y sentir su explosión, el bombeo portentoso de su eyaculación.

Luego cayó rendido en la cama y me jaló para que me acostara.

—¿No quieres quitarte el condón?

—Orita —susurró.

Cuando nos despedimos, le pregunté cómo iba a decir que le fue en la junta que tuvo (de ombligos). 

—No llegué. Ya sabes, los maestros lo  tenían todo tomado.

Así que al menos me enteré que estas tomas, mientras a algunos los retrasan, a otros les sirven de coartada.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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