¡Amárrame!

Sexo 19/07/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 12:35
 

Querido diario:  A Ignacio le gusta su jefa. Es normal, las posiciones de poder, para mucha gente, son un afrodisíaco. Ignacio es joven, esbelto y bastante guapo. El asunto con su jefa lo sé porque tenía una petición especial: Resulta que se había acostado hace semanas con ella.

Su jefa es una mujer casada, guapa y adinerada que disfruta dominando a sus amantes. Después de una comida de trabajo, juntos se escaparon a un motel. Ella le amarró las manos a la cama con su propia corbata y tuvieron un sexo espectacular. Ignacio pensó que eso se repetiría, pero nada. Ella lo mandó derechito a la frienzone o peor, a la godizone, sin más derechos que a compartir el microondas a la hora de los tuppers. Desolado y calenturiento, se quedó con ganas de más, sobre todo de volver a sentirse sumiso.

—Por eso te llamé —me explicó. 

Entonces hizo algo que por poco me hizo estallar de risa. Se quitó la corbata y me la entregó mirando hacia abajo con cierta ternura.

—Amárrame —suplicó.

Honestamente no es lo más osado que me han pedido, así que no le vi inconveniente. Lo vi con otros ojos. Un verdadero deseo me poseyó por completo y, sin palabras, me acerqué y lo besé en la boca. Se acostó en la cama y estiró el brazo izquierdo para que le amarrara la mano al tope. Así lo hice.

Permaneció quieto y atento mientras yo me desvestía.

—Déjate los tacones puestos.

Supongo que tenía bastante claro lo que quería. Me subí a la cama y me paré sobre él con las piernas separadas, hundiendo los tacones en la cama, cada uno a un lado de su cara, contemplándolo desde arriba.

Me fui arrodillando poco a poco, excitándolo, pero sabiendo que no podía tocarme. Me prendió el juego y que cuando sentí su miembro endurecerse como fierro, entendí lo rico de esta dinámica.

Me puse un poco de lubricante en la mano y empecé a chaquetearlo. Él me buscaba con la boca los senos, el cuello, el rostro, pero yo se los negaba. En eso me llevé su pulgar a la boca y se lo chupé deseosa mientras seguía masturbándolo. Su miembro era grueso y se había puesto tan duro que pensé que estallaría ahí mismo. Entonces le puse el condón. Me di media vuelta y me ubiqué sobre él como una vaquera. Con ambas manos dirigí su macana tiesa hacia mi abertura mojadita y dispuesta como una flor en verano. Me lo despaché abriendo las piernas y encajándome yo misma en su pieza.

—¿Te gusta? —pregunté.

—Sí, jefa —desde su fantasía.

Eso hizo que me sintiera más fogosa. Comencé a menearme más rápido, batiendo mi cadera y haciendo circulitos, mientras me tocaba el clítoris y me pellizcaba los pezones. Arqueé la espalda y empecé a dar brinquitos, haciendo rebotar mis nalgas en su ingle sudorosa. Él se hundía de lleno para seguir sumergiéndose en su deliciosa fantasía.

Escuché sus gruñidos oprimidos por su garganta, su respiración agitándose a medida que llegaba al clímax.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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