Un rapidín a lo argentino

Sexo 31/05/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 17:13
 

Querido diario: Luisa y yo estábamos desayunando en un restaurante cercano a nuestros departamentos. Yo picaba mi fruta con el tenedor y ella apuraba un café. Acababa de tronar con su galán y me hablaba de que quería tomarse un descanso de los hombres. Detuve el tenedor y miré a mi amiga a los ojos. De pronto soltó su carcajada, riéndose del chiste involuntario que había hecho. Si algo tiene Luisa es que no puede pasar mucho tiempo sin alguien que le caliente las sábanas.

En eso sonó mi teléfono. Era un tal Sergio. Tenía acento argentino y había quedado con él desde el día anterior en verlo a esa hora. Lo olvidé.

Dejé el desayuno a medias y me fui a casa para prepararme. Me alisté en tiempo récord y salí disparada hacia el hotel. Afortunadamente, los semáforos parecían sincronizados para no hacer esperar a Sergio y agarré mis atajos para llegar lo antes posible. Me estacioné en el sótano del motel, saludé con una sonrisa al personal de servicio y subí al ascensor. Consulté mi reloj en la muñeca: efectivamente, tiempo record. Me rocé los labios viéndome en el espejo del elevador para reforzar el labial, respiré hondamente y me bajé lista para el encuentro.

Sergio era un rubio con pinta de fiestero. Tenía los ojos verdes y usaba ropa casual pero elegante. Tendría unos cincuenta y tantos años, un poco gordito, poco pelo en la cabeza y mucho en el resto del cuerpo. Tenía un aire aventurero que combinaba con su forma intensa de hablar.

Resultó ser un empresario con negocios por cerrar. Estaba desconcertado porque, con las manifestaciones de profes, no sabía cuándo podría llegar a un compromiso y cuándo no aquí en México. “Depende de la suerte y de las vialidades tomadas”, me dijo, estaba estresado, de un momento a otro recibiría noticias de sus negocios y estaba inquieto por eso.

—¿Y vos qué pensás? —me preguntó quitándose el pantalón.

La verdad es que no quería ni hablar de los profes, es un tema muy espinoso y tengo sentimientos encontrados. Afortunadamente, me salvó la campana, porque justo en ese momento sonó su celular. Leyó el mensaje en silencio con expresión preocupada. Me miró y me dijo que tenía poco tiempo, se tenía que ir, pero no dejaría de cogerme, así que se olvidó de la conversación.

Desde hace años que no me echaba un rapidín tan rico. Sergio, enérgico y ágil, se encargó prácticamente de todo. Su pene había crecido en proporciones en cuestión de segundos. No había tiempo que perder, así que se enfundó un condón texturizado, empezó a besarme y a tocarme con premura, pero con delicadeza y se hincó encima de mí, ahogando una exhalación de placer en la almohada. Su cuello olía riquísimo. Tenía las manos muy frías, pero me encantaba la manera en que me tocaba. Era como si quisiera descubrirme toda de una vez, pero teniendo mucho cuidado para no romperme.

Muchas se quejan de lo poco que duran sus amantes, pero a veces algo rápido e intenso puede ser muy satisfactorio. Él se desbordó y yo me quedé como en pausa, mirándolo reponerse, mientras un orgasmo me sorprendió electrocutándome el sistema nervioso.

Empezó a vestirse. Cuando se disponía a irse, volvió a sonarle el cel. Miró la pantalla y leyó el mensaje aliviado. Me miró con picardía.

—Tengo un poco más de tiempo —dijo.

Mientras volvía a desvestirse me explicó que su transporte, que se encargaba de llevarlo y traerlo de pauta en pauta, se retrasaría un poco.

Descorrí la sábana y me expuse enterita ante él. Prácticamente se lanzó un clavado en la cama, entre mis piernas. Esta vez ni se preocupó por quitarse bien la ropa, aventó los pantalones al piso, dejó caer los zapatos y no se quitó la camisa, se la dejó abierta a la mitad.

Me coloqué encima de él y le hice el tratamiento como quería, a tiempo completo. Arqueé la espalda y me dejé seducir por su acento, lleno de ese sonidito sssh sshh que a mí siempre se me ha parecido al ruido del mar.

Su lengua describió piruetas en torno a mis pezones erectos, que se crispaban como toda mi piel ante sus arremetidas. Rápidamente, pues había que aprovechar antes de que volviera a sonar su cel, empecé a moverme con locura, cabalgándolo con las uñas clavadas en su pecho. Gemíamos y respirábamos agitadamente. Yo alcé la vista al techo, rugiendo cerca del clímax. Sus manos en mis nalgas, en mi espalda, se afincaron en mis hombros, jalándome hacia él para penetrarme hasta la médula. La cama rechinaba al ritmo de nuestra velocidad e intensidad. Él alzó medio cuerpo y me abrazó como un poseso a punto de estallar. Rodamos por la cama una vez más y quedamos a merced de la gravedad, al borde del colchón. Por poco caemos, ignorando el peligro. De nuevo me vine riquísimo.

Entonces volvió a sonar el cel de Sergio.

—Uff, sho… sho… —dijo—. Debo partir, pero fue un placer….

Lo vi apurarse. Vestirse de prisa y emprender una huida casi dramática y atropellada, con la ropa arrugada. Por lo menos se había procurado un buen rato con rapidines deliciosos.

Un beso,

Lulú Petite

 

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