Amanecí caliente

Sexo 30/06/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:00
 

Querido diario: No te vayas a reír. Hoy amanecí caliente y agitada. No me preguntes por qué, pero soñaba que el mismísimo Alejandro Fernández me vendaba los ojos, me tendía en una cama con los brazos extendidos y me hacía chupar partes de su cuerpo que tenía que adivinar. Luego me abría las piernas y me hacía un oral muy cachondo, chupando mis labios con los suyos suaves y tersos como gajos de mandarina. De pronto interrumpió un timbrazo y yo le pedía, le suplicaba entre gritos reprimidos del más profundo placer, que no se detuviera, pero al notar que él se ponía de pie e iba a ver quién era, a mí me dio mucho coraje y me desperté.

El timbre sonaba de este lado de mis parpados. Se me había hecho tarde, pero aún así odié que me despertaran en ese momento. Era Luisa, mi amiga-vecina, quien chorreaba el pasillo envuelta en una toalla y con el cabello empapado.

—¿Tienes champú? —dijo con sonrisa de cachorra extraviada.

Hice pasar a mi amiga, quien terminó de ducharse en mi casa, mientras yo apuraba el desayuno y revisaba correos y redes. Tenía algunos mensajes muy provocativos en Twitter. También tenía algunas propuestas para el día. Entre ellas una de Alberto.

A él le gusta mucho el cine. Puede hablar por horas de películas y series de televisión, es adicto a Netflix, declarado. No puede despegarse. Ha pensado incluso en formar algo parecido a Netflixhólicos Anónimos, pero no ha tenido tiempo de tantas series que tiene que ver.

Tenemos gustos parecidos en cuanto a cine y televisión. Alberto quería verme.

Luisa terminó de secarse en medio de la sala, medio restregándose con la toalla y medio dejándose peinar por la brisa tibia de media mañana. Le regalé el champú a Luisa y la despaché para prepararme para trabajar.

Alberto había adelgazado mucho últimamente. Tanto estar en la butaca, comiendo palomitas y refresco, lo había convertido en un gordo de sillón. Nada que algo de ejercicio, moderación con el pico y mucho sexo no pudieran mantener bajo control.

Aguardaba por mí en calzoncillos, con la tele encendida. Pasaban una peli de Megan Fox que ambos habíamos visto ya. Esa en la que se convierte en un demonio hípersexy que come hombres (literalmente) y pelea con Amanda Seyfried, después de darse un beso más o menos cachondo.

No sé por qué, le conté de mi sueño con el Potrillo. No sé cómo se metió a mi sueño, no me gusta en especial, no lo conozco ni había oído recientemente alguna de sus canciones. Caprichos del subconsciente a la hora de dormir. Me senté en el regazo de Alberto, mi cliente, y empecé a besarlo en el cuello a medida que acariciaba su pecho con una mano y su pene con la otra. 

Rápidamente, la sangre empezó a fluirle hacia allá abajo y entre mis dedos tenía un pene palpitante, hinchado y gordo.

Saqué un condón, se lo puse en la cabeza prensada y se lo bajé con los labios, succionando el palo entero y haciéndole cosquillitas alrededor con la lengua, apretó las piernas, se agarró de la cama y ni siquiera le dio chance de reaccionar cuando ya se estaba derramando en la puntita de hule, que quedó llenita de su leche.

—No sé qué me pasó —dijo—, desde hace mucho que no…

De verdad, no hacía falta que me diera explicaciones. En este oficio más de uno se “adelanta a los acontecimientos”, aunque con Alberto no había tenido ese inconveniente.

Lo bueno fue que para compensar y aprovechar el tiempo antes de poder hacerlo otra vez, me acostó en la cama, me estiró los brazos y me pidió que me quedara quietecita. Empezó a besarme las manos, luego los brazos y los codos y fue bajando por todo mi cuerpo tembloroso y ansioso hasta que me lamió el ombligo, me besó el vientre y empezó a juguetear con mi clítoris.

—Más, gemí.

Él, buen muchacho, empezó a chuparlo con sumo cuidado. Retorcí las piernas y me pellizqué los pezones, a punto de detonar todos mis sentidos. Sentí su lengua cálida recorrer la abertura de mi umbral y lo demás fue revivir, cual película, la escena de mi sueño, esta vez sí para terminarlo bien. No se parece al Potrillo absolutamente en nada, pero lo hace tan rico o más de lo que recordaba de mi sueño. El orgasmo fue fulminante.

Complacida, vuelta nada y más suave que un pañuelo. Me repuse en la cama. Todo parecía más real ahora que estaba de vuelta. Lo hice acostarse boca arriba. Con caricias y besos hice que se le parara otra vez. Sin más, le puse un nuevo preservativo y me le senté encima clavándome despacio, para empezar a menearme como sé que le gusta.

Sus manos se plasmaron como tentáculos a mis nalgas y sostuvieron el peso de mi cuerpo. Arqueé la espalda, apreté la cadera, relajé la pelvis y sentí su miembro penetrarme una y otra vez, a medida que me humedecía. Me dejé caer sobre su pecho cuando tensó el cuello, amarró el gesto y se mordió los labios para empujar con más potencia su eyaculación.

Luego terminamos de ver a Amanda Seyfried clavarle un cúter en el corazón a Megan Fox en su cama de adolescente. Qué guapas son las dos. La vida, el cine y los sueños. Algunos puedes hacer que se parezcan a la realidad.

Un beso

Lulú Petite

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