'Las dos caras de la moneda', el relato de Lulú Petite

29/10/2015 04:00 Lulú Petite Actualizada 09:05
 

Querido diario: Estaba segura de que ganaría. Se me dan los volados. Desde que lanzó la moneda, ésta dio vueltas en el aire, cayó en la palma de su mano y la cubrió con la otra, sabía que esa apuesta sería mía.

—Águila: yo te lo hago a ti. Sol: tú me lo haces a mí. ¿Sale? —propuso. Su bigote se torció igual que su sonrisa pícara. Su apuesta era tonta. Igual se la iba a mamar, después de todo, lo que está pagando incluye sexo oral, pero él decidió dejarlo al azar. Sonreí.

Reveló lo que había salido y vi, reluciente, el bajo relieve del águila real, parada en un nopal devorando una serpiente.

Celebré mi “victoria” sonriendo; ¿qué esperaba? ¿verme saltar con los puñitos cerrados y gritando como una colegiala después de un gol de la Selección? Nah. A fin de cuentas, literalmente, había ganado una mamada. Él se enrojeció, aunque no creo que haya sido de rabia, sino al entender que su apuesta no era emocionante.

Se llama Esteban y es, según su extraña filosofía, fiel a su novia. Tiene una peculiar relación con una chica peruana que vive en Francia y a quien conoció en Estados Unidos. Él tiene 44 años y ella 28.

Hace tres años, durante un viaje a Nueva York, se conocieron e iniciaron un tórrido romance. Hicieron el amor tantas veces que memorizaron sus cuerpos y gustos. Cuando se despidieron, ella para volar a Perú y él para regresar a México, descubrieron que estaban enamorados.

Platicaron largamente. Ella tenía un trabajo en París. Él su vida y negocio en México. Es divorciado y le va bien, pero dejar su changarro para irse tan lejos lo dejaría en la calle y no podría ver crecer a sus hijos. No había solución, tenían que dejarse ir.

Se despidieron con la promesa de seguir sus vidas, pero no pudieron. Ese mismo día, en cuanto ambos aviones tocaron tierra, reiniciaron su conversación. Primero por Facebook, después con WhatsApp y, al final, con videollamadas por Skype. Todos los días, a todas horas, estaban en comunicación.

En la primera oportunidad, él fue a París. Ella vino a México después. En otra ocasión, quedaron de verse en Estados Unidos. Igual, el trabajo de ambos no les da tiempo para viajes largos.

Naturalmente, uno de los grandes problemas de las relaciones a distancia es el sexo. En principio, combinaron la abstinencia con videollamadas cachondas que inspiraban que cada uno se masturbara frente al otro. Pero pensaron que, tarde o temprano, podían caer en la tentación, ‘ponerse el cuerno’ y, al final, eso daría al traste con lo que tenían. Entonces hicieron un trato: Podían tener sexo con otras personas, pero siempre se contarían con lujo de detalles lo que habían hecho, cómo era su pareja y cada morboso y explícito pormenor de los acostones que tuvieran.

Ella lo hace allá, con hombres y mujeres que conoce en los más disparatados lugares de Francia. Él decidió que para evitarse problemas haría lo suyo con profesionales. Por eso me llama, hacemos el amor y después va él y le cuenta nuestras travesuras.

Le di un beso y me recosté, completamente desnuda y con las piernas abiertas. Él tomó un sorbo de agua y con naturalidad, se arrodilló sobre la cama, metió su cara entre mis piernas, puso mis pies sobre sus hombros y, apoyado en sus antebrazos, me besó la entrepierna, abriéndose espacio con la lengua para buscar mi clítoris.

Con la punta de sus dedos acariciaba delicadamente la parte interna de mis muslos, mientras lamía con mucha habilidad mi sexo. Lo hacía tan bien y con tanta dedicación que comencé a experimentar sensaciones muy placenteras. Sus manos seguían acariciando mi cuerpo, pasando de mis piernas a mis nalgas o a apretar mis pezones, todo con tanta sincronía y puntería que me hacía retorcerme de placer.

A medida que me lo hacía, expulsaba un vaho cálido que me hipnotizaba y me provocaba pequeños y fugaces espasmos. La humedad se fue escurriendo, chorreando por todas partes. Estaba muy mojada. De pronto intensificó el ritmo hasta que me hizo explotar en su boca con un orgasmo delicioso. Me apené de no haber valorado mi triunfo en el volado.

—Quiero cambiar —le dije.

—Pero… la moneda… salió águila —dijo él, pero yo estaba para complacerlo también.

—La moneda tiene dos caras, nosotros también —dije, y lo empujé hacia la cama, para que se tendiera tranquilito, relajado.

Le puse un preservativo. Él se estiró cuando sintió mi boca abarcando su miembro. Lo engullí hasta la mitad del tallo. Estaba muy duro e hinchado. Chupé un rato hasta que de pronto lo sentí palpitar y comenzar a descargar el fuego que traía.

—¿Te puedo pedir un favor más? —Me preguntó cuando estábamos despidiéndonos.

—Puedes pedirlo

—¿Escribirías en tu diario sobre mí? Quiero que ella lo lea. Contarle la historia desde otro punto de vista, la otra cara de la moneda —dijo dándole vuelta a aquella con la que tiró el volado.

No le prometí nada, pero supe de inmediato que lo haría. Y aquí está.

Un beso

Lulú Petite

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