Sí soy de carne...

Sexo 29/08/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:02
 

Querido diario: José me tomó por el cabello pero sin forzarme. Sus dedos se hundieron en mis hebras con suavidad, sutileza y un cariño muy dulce que a la vez denotaba sus ansias carnales más profundas y animales. No soy de las disfruta que las anden jaloneando, pero sí me encanta cuando toman la iniciativa y me toman como muñeca con esas ganas bestiales de subir la temperatura del momento. Enredamos las piernas mientras rodamos por la cama, de aquí para allá, sintiendo nuestros cuerpos desnudos, sudorosos.

Soy Lulú Petite. Soy prostituta. A veces me preguntan en Twitter si todo ésto es real ¡Claro que lo es! Estas historias son anécdotas de mi trabajo y muchos de los que se han tomado unos minutos para buscar mi nombre en internet lo han confirmado e, incluso, han asaltado la alcancía para darse un ratito en mi cama.

Mis labios se posaron en su cuello. Sentí la sal de su piel, el aroma de su colonia incrustado en sus poros, sus minúsculos vellos erizados cuando pasé la lengua por su oreja, gimiendo. Él me apretó más, clavando sus dedos largos y firmes en mi carne. Acarició la curvatura de mis nalgas, la parte cóncava de mi espalda. Me besó entregado a las pasiones más primitivas.

Esto que te cuento pasó hace unos días. José es de esos, que no sabía si yo era real, pero se atrevió a averiguar. Me llamó y me preguntó después de un escueto y rápido saludo si “estaba de guardia”. Él es médico y usa ese tipo de términos. Eran las 10  y le dije que podía atenderlo.

Cuando me dijo en qué habitación estaba, simplemente fui a su puerta, toqué y abrió al instante. Se comportó como todo un caballero. Pero fue un monstruo descomunal en la cama.

El jueves, antes de desvestirme de a de veras, me desvistió con la mirada. Se veía ansioso, pero no demasiado. Mientras me ponía cómoda y le sacaba un poquito de plática para romper el hielo se me aproximó y empezó a acariciarme, a arrimarme su ingle. Estaba medio vestido y descalzo. Pude sentir a través de su bóxer cómo su miembro se prensaba poco a poco, a medida que me lo restregaba y me lo frotaba detrás.

Me di media vuelta y así empezó nuestro primer round. Como dije, estábamos desatados. Parecíamos un par de amantes de siempre que llevaban mucho sin verse. Empezó a menearse muy rico, clavándome aquella pala dura y gorda que palpitaba dentro de mí como si tuviera vida propia. Me derretía que me hablara bajito al oído, gruñendo y haciendo ruiditos de gozo. Me aferré a su torso y cerré los ojos, dejándome consentir y coger a su antojo. Empujó su cadera cada vez más duro y más rápido, talandrándome hasta el tuétano, iluminando mi existencia con su forma tan rica de cochar.

De repente me tomó por la cintura, me levantó delicadamente y me hizo colocarme encima de él como una vaquera. Lo sentí más hondo, vibrando en mí y haciéndome delirar.

José estiró los brazos y palpó mi cuello. Deslizó sus dedos con paciencia y galantería por mi pecho. Mis senos encajaron en sus manos y mis pezones, más sensibles que nunca, se pusieron duros y gustosos entre sus dedos.

Empujó y empujó. La cama rechinaba debajo de nosotros al ritmo de nuestros movimientos, cada vez más a galope.

De pronto me tomó por la cintura, apretó el paso y comenzó a desatar esa furia divina de los hombres cuando están por acabar. Le devolví el gesto soltándome más y concentrándome para acabar también. Poco a poco fuimos constuyendo el momento exacto. Mis nalgas rebotaban en sus muslos, mis senos brincaban muy cerca del rostro de José. Gemimos, exhalamos. Parecíamos desesperados ahogados en el éxtasis que producíamos, adictos a esa sensación inminente, inevitable y de alta tensión. Apreté el cuerpo, todos mis músculos, me mordí los labios y cerré muy duro los ojos. Clavé mis uñas en el pecho de José. Sus pectorales tensos y sus espasmos de alivio coincidieron con los míos. Esa sensación de vaciarse, ese orgasmo tan rico, fue mutuo.

Antes de despedirme, intercambiamos aún unas cuantas frases cordiales.

—De haber sabido que en verdad existías, hace mucho que te hubiera llamado —Dijo cuando ya estábamos por irnos. Sonreí, pero me pregunté a mí misma si algo estoy haciendo mal como para que haya quien piense que esto es ficción y no un legítimo anecdoario de mi vida cachonda y loca.

Hasta el jueves, 

Lulú Petite

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