700 cogidas

Sexo 29/06/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:08
 

Querido diario: Lo pongo en mi boca y siento que no cabe, pero eso no me detiene. Lo introduzco cuanto más puedo y lo consiento con mi lengua, lo presiono levemente con mi paladar, lo succiono y lo aprieto a medida que lo siento palpitar, crecer, hacerse más grueso. Roberto acaricia mi cabello, mis hombros, mi espalda, mis nalgas. Tiene las piernas abiertas y extendidas como unas columnas inclinadas. 

Está sentado en el filo del colchón y en toda la habitación se escuchan mis gemidos de boca llena y los suyos, que reverberan en las paredes de la habitación como un eco sin respuesta.

Estoy de rodillas dándome un banquete. Lo chaqueteo y lo chupo al mismo tiempo. Lo succiono y se lo froto y froto porque sé que le gusta. A mí también me gusta verlo así. Roberto es buena onda y no se queda quieto.

Es físico matemático, químico o a lo mejor es matemático a secas. No estoy segura, lo que sí me consta es que lo suyo son los números. Son más las veces que no sé de qué me está hablando. Es hiperactivo y supongo que eso es bueno para un cerebro inundado de ideas. 

Lo conocí hace tiempo. Desde hace mucho paga por sexo. Es un buen tipo y no es nadita feo, pero es muy tímido, su personalidad, tan cercana a los números pero tan lejana a la gente no le ha ayudado. Dice que es más fácil pagar.

Nos vimos el lunes. Yo me atragantaba con su miembro y él se dejaba seducir. Es un hombre extraño. Dice que el sexo es un instinto y el amor, es algo así como un engaño de la naturaleza para preservar la especie. Por eso él paga. Para satisfacer el instinto, sin comprometerse. Todo lo quiere poner en razonamientos, si fuera posible, convertiría el orgasmo en una ecuación.

Se lo chupé y se lo chupé, lento, lamiéndole el palo y las bolas, metiéndomelo completo en la boca y haciéndolo muy rápido, sin manos a veces, masturbándolo otras. Podía sentirle el pulso mientras la boca se me hacía agua.

De pronto se puso de pie y me hizo que lo siguiera. Me tomó de la mano y me llevó hasta una pared. Me besó en la boca mientras me acariciaba los senos y admiraba las curvas de mi cuerpo como si midiera algo. Le di la espalda leyendo sus perversos pensamientos y me incliné sobre la pared sacando las nalgas para restregárselas en el pene. Me tomó por la cadera y me jaló hacia la suya. Inclinó su pecho sobre mi espalda, apartó el cabello de mi cara y me besó justo cuando me insertó su tolete entero. Me aferré con las uñas a la pared. Abrí las piernas y me puse de puntitas para sentirlo mejor, para aguantar toda la embestida de su empuje.

Me gusta Roberto, a pesar de lo raro. Usa gafas muy gruesas, pero se las quita para hacer el amor. Sus manos se deslizaban por mi espalda, por mi cuello, de ahí se escurría por mi pecho y se acoplaban a mis tetas, sosteniendo mis pezones erectos entre sus dedos. Se agitaba detrás de mí, empujándome hasta la médula, haciendo temblar mis nalgas, mi cuerpo entero. Yo gemía y repetía su nombre, pidiéndole que no se detuviera y que me diera más duro.

Entonces empezó a fajarse y a enterrármelo con más ganas, agitándose con una mano apoyada en la pared. Yo me aferré a su brazo con la espalda arqueada y empecé a empujar también hacia atrás, tragándome los suspiros y apretando el rostro. Me gusta su estilo viril y directo, su energía desbocada que me hace gozar y soltar algo muy animal en mí, en ambos.

De pronto deslizó su mano entre mis piernas y tanteó hasta encontrar lo que buscaba. Su dedo húmedo dio en el clavo.

Me detuve en ese instante. Él también, justo a tiempo. Lo sentí pulsar y bombear dentro de mí a medida que él empujaba hasta el fondo su cadera, pasmado en esa contracción involuntaria que compartíamos.

Ni siquiera recordaba que estábamos de pie, a dos metros de la cama. Él todavía me sostuvo unos instantes, como volviendo al planeta Tierra.

—¿Vas a escribir de mí? —Me preguntó

—Tal vez ¿Quieres que escriba? —dije

—Sí, me da curiosidad leer qué pondrías de mí

—La verdad. Obvio.

—Entonces escribe, pero que sea el jueves 29

—¿Por qué? — Pregunté intrigada

—Porque será la columna setecientas —dijo

—¿Me estás albureando?

—No, te estoy contando

Gracias amigo lector, por haberme seguido en estas primeras 700 aventuras.

Hasta el martes, Lulú Petite

 

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