‘Soy muy golosa’

Sexo 29/03/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 17:28
 

Querido diario:  El día ha sido placentero. En la mañana, un revolcón de los buenos. Un señor que se escapó muy temprano para empezar el día sacándose las ganas del cuerpo. Estaba adormilada cuando llegué, pero el sexo me despertó deliciosamente y salí plena de energía.

Puede sonar absurdo o me hará parecer muy golosa, pero me encanta coger. Una persona que se la pasa todo el día haciendo cuentas, supongo que lo último que quiere al llegar a casa es ver un número más. La mayoría de los trabajos saturan y, al término de la jornada, prefieres hacer cosas que no tengan que ver con tu trabajo. En ese caso, yo no querría ni pensar en pitos, pero no es así.

A mí el sexo me renueva, me da vitalidad, lo necesito. Cuando no trabajo un par de días, me siento ansiosa, malhumorada. Algunas noches, aunque haya trabajado, si quiero encontrar paz, me masturbo. Disfruto mis orgasmos, mi cuerpo, mi capacidad de hacer que mi piel se estremezca con el placer culposo del sexo.

Por eso la paso bien con la mayoría de mis clientes. No los amo. El amor es otra cosa que no tiene que ver con sexo. El sexo con amor es delicioso, casi mágico, es tocar al mismo tiempo las delicias del placer y el profundo misterio de la entrega. El amor es un compromiso de dar; el sexo se basa en recibir. Durante el sexo con amor se da y se recibe. Coger sin estar enamorada es menos profundo, pero igual es placentero. A final de cuentas, con o sin amor, un orgasmo es una fiesta y experimentarlo es una de las formas más bellas de sentirte viva.

Pensando así es que me entrego a mis clientes. La mayoría son hombres promedio. No son especialmente guapos, pero tampoco feos. Son en su mayoría señores entre treinta y cincuenta años, con buenos trabajos, un dinerito extra en la cartera y ganas de darle al cuerpo lo que el instinto pide: Una liberada de adrenalina y semen.

En la tarde atendí a un cliente quisquilloso. Su nombre es Raúl y sus ojos son como dos gotas de miel sobre platillos de porcelana. Me causó muy buena impresión. No es un hombre espectacularmente guapo, fuera de esos ojos sacados de un panal; es un señor de cuarenta y tantos, piel muy morena, no gordo ni flaco, de cara afilada y un bigotito bien cortado, algunas canas sobre sus orejas y una sonrisa pícara. Parece hindú, pero es de Tamaulipas y vive en Coyoacán.

Primero quería hablar. Conocernos. Estaba nervioso:

—Es mi primera vez —dijo con seriedad.

—¿De verdad? ¿Eres virgen? —pregunté asombrada.

Desató el nudo que oprimía sus labios y se formó una sonrisa.

—¿Cómo crees? —contestó—. No con una mujer. Con una… una…

—Prostituta —completé.

—Eso.

Bueno, eso era un alivio. Raúl tiene un montón de manías que, según me dijo, se está tratando con una terapeuta alternativa, un poco chaman, otro poco psicóloga y un tanto líder motivacional. Algo entre el diván y únete a los optimistas.

Desde que comenzó su terapia le recomendaron tratar de evitar reprimirse. Le cuesta trabajo relacionarse y le es muy difícil sentir placer, casi nunca logra orgasmos. Tenía el deseo de coger con una mujer guapa, con senos redondos y de pezones carnosos y paraditos. Tenía ganas de sentir el cuerpo de una mujer hermosa. Como su terapeuta le recomendó no quedarse con ganas de lo que podría darse, decidió dar el primer paso: Me llamó, algo que ni se le hubiera ocurrido antes.

Me contó todo a detalle durante la conversación previa. Quería justificarse, más que conversar. Suspendí sus argumentos con un beso, puse mis manos en sus hombros y lo planté en el colchón.

—Inicia la terapia, déjate llevar —le dije.

Cerró los ojos y comprendió. Respiró profundamente, relajando su cuerpo. Su pene estaba durito. Aún pulsaba cuando lo hice entrar en mi vagina y me despaché solita a horcajadas. Gemimos al unísono. Apoyé mis manos en su pecho y apreté un poquito sus tetillas. Se mordió los labios y arrugó el ceño.

—¿Te gusta? —le pregunté.

—Mjummmm —respondió como si descubriera una zona nueva de su cuerpo.

Estaba excitadísimo. Estiró sus brazos y sostuvo el peso de mis senos en su manos. Luego fue apretando, poco a poco.

—Así, muy bien —dije—. Un poquito más duro, me gusta.

Comencé a moverme con más fuerza, comunicándome con él por medio de la cadera, transmitiéndole cómo y a qué ritmo continuar este baile. Sus dedos se deslizaron hacia mi cadera, que acarició con mucha dulzura. Luego hundió sus dedos en mi piel, aferrándose como si no quisiera caerse. De pronto su pelvis me alzó con movimientos salvajes, clavándome su miembro hasta la base. Todo en mí se estremeció. La cama retumbaba a punto de desbaratarse con nosotros encima. Era como si estuviera poseído. Me agarró las nalgas fuertemente y fue como un destello del clímax que se avecinaba. Me pegué a su cuerpo, enloquecida. Mi cabello cubrió su cara. Gritó mientras se venía a borbotones, con su miembro palpitando y su cuerpo temblando. Lo desmonté, exhausta, y me quedé junto a él, boca abajo, recuperando el oxígeno.

—Uff —dijo aliviado, secándose el sudor—. Gracias.

Al menos por un momento se mostró complacido. Buena terapia.

Un beso

Lulú Petite

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