“Querida colega”, por Lulú Petite

29/01/2015 05:30 Lulú Petite Actualizada 10:16
 

Querido diario: Momento! Hoy voy a escribirle a April Adams, así que discúlpame diario, pero corrijo:

Querida April, hace semanas circula en internet una carta que tú, una prostituta neoyorquina, diriges a las esposas de nuestros clientes.

No nos conocemos, pero somos colegas, así que te escribo de una prostituta a otra. Tu carta se ha propagado en redes sociales y ha generado opiniones encontradas. Hay quienes piensan que tienes razón, que tu análisis es puntual y tus declaraciones, aunque irreverentes, no faltan a la verdad. Hay también quienes se han ofendido por el tono de tu carta.

Era de esperarse. Nos han enseñado que el matrimonio es una institución respetable. Tú adviertes a las esposas que probablemente sus maridos las engañan con sexoservidoras. Es cierto. Al menos dos de cada tres clientes que atiendo tienen esposa, novia, pareja o concubina y, como dices, clientes no faltan.

Sin clientes no habría negocio y, lejos de disminuir, la prostitución prolifera. Si somos tantas es porque nos contratan y (seamos francas) la mayoría de los que pueden darse este tipo de gustos son casados, así que tu advertencia es cierta. Probablemente muchas esposas son engañadas con chicas como nosotras.

En todo eso estoy de acuerdo contigo. La prostitución es un tema complejo. Además de ser mi trabajo, he escrito y tratado de reflexionar sobre éste, sin embargo, no había tenido como tú la audacia de dirigirme a las esposas de mis clientes.

No porque no supiera que las tienen, no soy ingenua. Nunca me dirigí a ellas porque hacerlo, desde mi punto de vista, rebasa una frontera en mi propio cinismo.

Después de todo, mi negocio no es con ellas, sino entre mi cliente y yo. Escribirle a sus esposas, por más razón que tengas en tus argumentos, no deja de ser provocativo. Sembrar la semilla de la duda al decirles que, por más que crean que su marido no es capaz, es muy probable que les estén poniendo el cuerno con una de nosotras es atrevido, pero además decir que eso es bueno para su matrimonio es una burla.

A mí, como seguramente a ellas, no me gusta ser burla de nadie.

Desde luego que cuando un marido contrata a una prostituta está siendo práctico. No se va a complicar la existencia en un romance clandestino con una chica que lo va a poner en aprietos con llamadas a deshoras, mensajitos incómodos o pidiéndole que se divorcie.

Una profesional tiene suficiente con su pago. Somos discretas y complacientes. Además de que no metemos en líos al cliente, a la larga una relación con una amante sale mucho más cara que una escapadita con una prostituta, no sólo porque no involucra sentimientos, sino porque una relación siempre tiene un costo financiero mayor que una cita programada con un precio establecido.

Es cierto que las profesionales cuidamos mucho más nuestra salud sexual, estamos informadas y nos protegemos, así que hay menos riesgo de enfermedades que con una aventura.

Tienes razón en mucho de lo que dices, pero por más que en general coincida con tus puntos de vista, hay dos cosas en las que de plano no estoy de acuerdo contigo:

La primera: Las esposas de mis clientes merecen todo mi respeto. Ya bastante mal hago acostándome con sus maridos, como para tener la poca vergüenza de decirles que le estoy haciendo un bien a su matrimonio, que yo nomás le saco el estrés a su esposo y se lo devuelvo mansito y satisfecho a seguir honrando su pacto nupcial.

Como las respeto, prefiero dibujar una línea que me permita mantenerlas aparte de mi oficio. Son una ausencia muda y honorable. No las pienso por la simple y sencilla razón de que yo no hice votos ni compromisos con ellas y, por lo tanto, no soy quien les debe lealtad. Pero no pensar en ellas es muy distinto a decirles que me deben estar agradecidas por atender, aunque sea por horas, a sus insatisfechos cónyuges, y ser el ingrediente que los ayudará a llegar, siempre y cuando no revisen su celular, a sus bodas de plata. Eso es cinismo.

La segunda: Dices que para ti esto es sólo un trabajo desagradable, como el de un plomero reparando escusados. Aunque a veces este trabajo es muy pesado, comparar a mis clientes con retretes me parece de lo más provocativo. Hay clientes muy difíciles, pero (al menos en el nivel en el que me muevo) los hay también encantadores. La mayoría son hombres con buenos sentimientos, con quienes me he entendido muy bien y entablado amistades maravillosas. Hay los que se enamoran y los que te enamoran. Los clientes no son sólo una hilera de horas de cobradas, sin alma ni personalidad. Son historias, seres humanos con quienes a querer o no generas empatía. Yo aprecio a mis clientes como personas, no sólo como ingresos. Los respeto.

Tu carta es espléndida y te felicito por ella, pero acá entre nos, de puta a puta. Flaco favor nos haces describiendo al cliente como cosa y a las esposas como ingenuas. Como dirían en mi país, parafraseando a un grande: “El respeto al marido ajeno, es la paz” (y la conservación de los dientes).

Un beso

Lulú Petite

 

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