Celebremos la vida

Sexo 28/09/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:00
 

Querido diario: Los chilangos muchas veces mentamos madres de nuestra ciudad: El tráfico, el humo, el gobierno, la inseguridad, el costo, el gentío. Nos quejamos, como buenos hijos pródigos, pero igual la amamos con todas nuestras fuerzas. A veces, es como nuestra prima, que nos cae gorda por gandaya; pero otras veces es como nuestra madre, que nos ha dado todo.

Mi ciudad es un gigante de suelo gris, ojos azules y cielo azabache. Sus edificios se levantan imponentes, como tentáculos de concreto queriendo pulir las nubes. Sus calles, siempre pobladas, son ríos de gente, de extraños a quienes difícilmente conoceremos, que van en sus cosas, con sus prisas, con su estrés, sueños y esperanzas.

Es una ciudad enorme y plural, una mina interminable de diamante y de carbón. Su sol y su noche nos regalan un inventario innumerable de almas. Niñas, niños, jóvenes, ancianos, estudiantes forjándose un futuro; hípsters, resolviendo el mundo en un café desde sus aparatos de primera tecnología, empresarios, sin tiempo para más que para ganar, amas de casa, entre amores, consejos, comida y sociales; patinetos, mirreyes, niñas bien, viene-viene, taqueros, trabajadores, voceadores, boleros, amantes, taxistas, raza. Los que desayunan torta de tamal y quesadilla sin queso, los que viven, los que sueñan. Es una ciudad tan grande, que todos cabemos.

La Ciudad de México siempre está viva. Aquí cada santo tiene su fiesta y cada capilla su veladora. Siempre habrá a quién le guste lo mismo que a ti, quien te lleva al cielo con todo y tus demonios. Si algo ocupas, lo consigues, siempre hay pies andando, brazos abrazando y ojos sin dormir.

Es una ciudad contradictoria. Tiene un desierto de los leones, que no es desierto ni tiene leones, uno de sus barrios se llama Buenos Aires, pero no tiene argentinos, ellos viven en la Condesa, que ni es condesa ni sabe mover el abanico. Si recorres Monterrey, te encuentras con Guanajuato, Yucatán y Querétaro, pero nunca con Nuevo León.

Esa ciudad, enorme, hermosa, enamoradiza, de 16 delegaciones y un solo corazón, se rompió hace algunos días y entonces, todos esos que parecíamos tan distintos y tan distantes, nos hicimos uno.

El ama de casa, desde su cocina mandaba alimentos para los que estábamos trabajando, la ferretería regaló su inventario, el hípster organizó centros de acopio, el albañil cargó con su pala y su pico, el marino puso orden y trabajo, el rescatista dirigió, los jóvenes se dieron la mano. Todos, como un ejército de hormiguitas, nos pusimos a hacer algo. Nuestra ciudad nos ocupaba. Por cada persona que algo necesitaba, había varias que algo ofrecían.

De todos los estados de la república comenzó a circular ayuda para los estados siniestrados. Con todo el pesar y lo difícil que es ver a la gente sufrir, es un alivio darte cuenta de que no estamos solos. De que hay quienes son capaces de ofrecerse en cuerpo y alma para rescatar a la ciudad vida por vida, cuerpo por cuerpo.

Viene otra etapa. Cuando se supera la emergencia viene la reconstrucción. Enfrentar el duelo por las vidas perdidas, tomar conciencia del problema de quienes perdieron su patrimonio, quienes necesitan techo, abrigo y consuelo.

Reconstruir es una tarea larga. Para emprenderla hay que cargar la pila. Debemos recuperar el sueño, superar el miedo, volver al trabajo, entablar conversaciones alegres y esperanzadoras. Agradecer a Dios por estar vivos.

Eso es lo bonito de nosotros. Saber que si te caes, la persona desconocida que está a tu lado, va a darte la mano para levantarte. Saber que cuando te haga falta, alguien se quitará el pan para llevarlo a tu mesa, que si te pierdes, levantará piedras hasta encontrarte.

Pero para eso, necesitamos fortalecernos. Estar bien y sólidos. Recobrar el aliento. Celebremos la vida. A esas personas que llamamos desesperadamente después del sismo para saber si estaban bien, llamémoslas de nuevo, digámosles que las queremos, invitémoslas a comer, a charlar, a recordar, a reír. ¿Tienes ganas de algo? Si puedes, dátelo. Si extrañas a alguien, llámale. Si te gusta, díselo; si te corresponde, bésalo; si lo disfrutas cógetelo. La vida es breve. Somos apenas un instante imperceptible en la historia del Universo, pero si estamos aquí, si tenemos la suerte de respirar; si nuestras manos sienten, si nuestro corazón palpita, no desperdiciemos el tiempo con dudas. Corre, brinca, canta, besa, reza, ama, come, sonríe, conversa y ama otra vez. El amor, en estos casos, es lo único que importa. Yo, por lo pronto, regreso a trabajar y, desde el martes, a ponerle de nuevo más picante a estos relatos.

Hasta entonces, Lulú Petite

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