“El instructor de yoga“, por Lulú Petite

28/05/2015 04:00 Lulú Petite Actualizada 09:50
 

QUERIDO diario: En el gimnasio al que voy hay clases de yoga. Francamente, aunque me lo han recomendado como un buen ejercicio, no es mi estilo el rollo de la meditación. Hasta hace poco, la responsable era una chica, pero la semana pasada llegó un instructor que, aunque no me hizo cambiar pesas y aparatos, por tapete y posturas inauditas; se convirtió en una deliciosa distracción visual.

Es muy guapo. Mide casi un metro 90, delgado, con los músculos bien definidos, el cabello medianamente largo y alborotado, una mirada verdosa y sonrisa tipo anuncio de Colgate. Está como para comértelo despacito.

No tiene caso hacerme la mustia: ¡Me fascina! No tanto como para seducirlo, bastante tengo por ahora con el sexo pagado, para andarme buscando encamadas gratis, pero mirar no es pecar ¿verdad?

Así que, como en el gimnasio en vez de muros hay cristales, puedo desde la caminadora ver a aquel bombón dar instrucciones. Tocar las puntas de sus pies y mostrar la redondez de su trasero, mirar sus bíceps al ayudar a una chica a doblar un poco más las piernas. ¡Auch, qué rico!

Entonces dejo volar la imaginación: Nos pienso a los dos en el gimnasio. Solos. Entre colchonetas, tapetes, pesas y máquinas. Me cuelgo de su cuello, esbelto y perfecto, muerdo sus labios apetecibles, siento sus manos apretarme el culo, su boca comerse la mía. Toco su pecho y el six pack en su abdomen, meto los dedos entre sus cabellos, lo dejo desnudarme, introducir mis pechos a sus labios, mordisquearme los pezones con suavidad, levantarme con sus brazos sólidos y llevarme a uno de los aparatos, el que sirve para ejercitar el pecho, sentarme allí y levantando mis piernas en el aire y poniéndolas sobre sus hombros, penetrarme bruscamente con mi cuerpo casi colgado de suyo, apenas los hombros y la cabeza apoyados en el mueble y el resto de mí, volando, al ritmo del vaivén de sus penetraciones salvajes y contundentes. Lo imagino taladrándome en medio de nuestros sudores.

Claro, todo es imaginación, pero para cuando termino de hacer mis ejercicios del día veo al instructor con un deseo tremendo, con ganas de hacer realidad la fantasía en cada una de sus partes. Igual, ‘quién quita es chicle y pega’. El sexo es sexo y nada se pierde con probar. Él está por terminar su clase del día y sé que después de eso se va. Quizá si me apuro, conversemos en la salida y, bueno, una cosa lleve a la otra. En el arte de seducir, la clave más que cualquier otra cosa, es tomar las oportunidades.

Me arreglo lo más rápido posible antes de irme y lo miro desde afuera de la sala de yoga, mientras cierra su maleta ya para irse. Le sonrío. Él responde a mi coqueteo también con una sonrisa cortés. Creo que me sonrojo un poco, volteo a los lados y, quizá tarde, veo por donde quiera miradas lujuriosas de otras chicas que, probablemente, están ‘cocinando’ en sus ‘tatemas’ fantasías parecidas a las mías.

Me da risa. Siento tonta mi sonrisa coqueta de hace unos segundos, después de todo no quiero romance y menos quiero pelearme al galán con la tremenda tropa de damitas en leggings, pants y tenis que, seguramente, tenían tantas ganas o más que yo de ‘treparse al guayabo’ con el maestro de yoga. Salgo del gimnasio, todavía con la calentura de mis fantasías palpitándome entre las piernas, pero exorcizada de la idea de coquetear en el gimnasio.

Apenas llego a mi casa, me llama Joel, un cliente. Nos hemos visto dos veces antes y me cae muy bien. Es un hombre de 50 años, de cuerpo ancho, sonrisa vaquera, de piel muy blanca, ojos grises y el cabello con corte militar.

Le gusta el trago, las mujeres y la risa, pero como es un hombre de negocios y hogareño, las veces que me ha buscado han sido siempre antes de la hora de comer.

Nos pusimos de acuerdo para vernos, tomé una ducha, saqué de mi clóset un bonito juego de lencería, me puse un vestido coqueto y salí a trabajar.

Joel me esperaba ansioso en la habitación y yo, con la calentura de mi fantasía con el profe de yoga atravesada en la cabeza, todavía venía tan cachonda que moría de ganas de ser cogida.

Apenas cerró la puerta de la habitación, Joel se me lanzó encima y comenzó a besarme. Nos besamos como dos morritos apasionados, me agarró las nalgas y me montó en el tocador de la recámara.

A mitad del beso, me levantó el vestido, me quitó los calzones, se puso el condón que le di y, acercándose a mi oído, me advirtió: Déjate llevar que lo vas disfrutar.

Estaba tan caliente que apenas me la metió tuve un primer orgasmo fulminante. Después vinieron más. Salí muy satisfecha y bien pagada. Me despedí de Joel y llamé el elevador.

Cuál habrá sido mi sorpresa cuando, al abrirse la puerta, estaban frente a mí, tomados de las manos, el guapísimo instructor de yoga y otro chavo, también muy guapo, a punto de tomar una habitación donde darse amor.

Ni modo, caras vemos, gustos no sabemos. Bien por él, que sabe lo que quiere y tiene con quién disfrutarlo, pero me sentí aliviada. Al menos no ‘hice el oso’ de intentar seducirlo.

 

Un beso

Lulú Petite

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