“Hotel Garage”, por Lulú Petite

28/04/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 09:20
 

Querido diario: La semana pasada, en plena Feria de San Marcos, estuve en Aguascachondas. Unos ratos en misión turística, otros atendiendo a la adorable clientela hidrocálida.

El motel donde te atendí es de esos donde todas las habitaciones son villas con garaje para el coche del huésped. Los moteles con grandes torres y estacionamientos compartidos son más del Distrito Federal, donde el tamaño del hormiguero casi garantiza el anonimato, así te avientes el rapidín en el cinco letras de enfrente de tu casa. En otros estados, para coger se acostumbran sólo lugares donde puedas esconder el coche de miradas indiscretas o de que, no lo quiera el destino, algún conocido lo vea y reconozca. ¡No! Nadie quiere tomar el riesgo de una coincidencia de ese tamaño, así que el sexo clandestino en un motel que se respete, incluye garaje sí o sí (aunque sea de cortinita de lona).

Son tantos los moteles con cochera, que cuando era niña pensaba que “Hotel Garage” era una cadena hotelera. La bronca es que lugares así tienen estacionamientos precarios para quienes no rentamos habitación y, pensando que todo mundo llega en carro, no hay pasillos para peatones. Ni qué hacerle, así es mi chamba, de modo que tuve que dejar mi coche afuera, en un cajoncito muy balcón que está a un lado de la puerta del motel y anunciarme en una caseta habilitada como recepción desde donde una adorable viejecita te llamó para preguntar si estás esperando compañía. Le sonreí cuando me miró con cara de estarle avisando al huésped que ya llegó su merienda. Cuando les dijiste que sí, la señora amablemente me dejó pasar. Caminé por el andador vehicular y vi que de una habitación que no era la tuya se asomaba un hombre con mirada 

libidinosa. Probablemente también estaba esperando un servicio. Me comía con los ojos. Hice como que no lo vi y apreté el paso.

Llegué a tu habitación y oprimí un botón que abrió la puerta eléctrica de tu cochera. Iba subiendo los escalones cuando abriste la puerta luciendo tu sonrisa cálida.

De inmediato me ofreciste la mano y me invitaste a pasar dándome antes un suave beso en los labios. Te portaste como si nos conociéramos de siempre, aunque era la primera vez que nos veíamos. Sacaste de la bolsa de tu camisa el pago y me lo entregaste con discreción, como si fuera un vulgar protocolo al que te urgía darle vuelta.

A partir de ese momento, comenzaste a hacerme el amor. Eres un hombre maduro, pero de una vitalidad impresionante. No pregunté tu edad, pero seguro andas arañando el sexto piso. Tus besos en mis labios eran suaves y afectuosos, tus caricias experimentadas e intuitivas. Supiste llevarme como si se tratara de un baile, hasta que me sentí completamente excitada. Cuando estoy caliente el sexo es estupendo y contigo lo fue, disfruté mucho cuando me penetraste, cuando tus labios se comieron mi boca, mientras tu sexo me martillaba los sentidos. Mi orgasmo fue colosal y tú te viniste riquísimo.

Después conversamos largo y tendido. La plática llevó al asunto de mi experimento. Especialmente porque en esos días en mi teléfono no paraban de sonar avisos de correos nuevos. Me dijiste que te gustaría participar, que como buen divorciado te caería muy bien encontrar novia y que te parecía interesante eso de que el romance, la seducción y el amor son suficientemente predecibles como para planearlos. Te respondí que eso trataría de averiguar con mi experimento.

Eso sí. Lo admito con absoluta franqueza: No sabía que la convocatoria tendría una respuesta tan entusiasta.

 Hasta este momento sigo recibiendo correos explicándome con detalles precisos, íntimos, conmovedores y, algunos, deliciosamente morbosos, las razones que personas adorables tienen para ofrecerse de voluntarios en este experimento.

Claro, si me atreví a hacer una invitación abierta a proponerse voluntarios, lo menos que podía hacer era atender a quienes se tomaron un tiempo para escribirme, así que leí todos los correos recibidos y he tratado también de responderlos todos. Sinceramente, ya me duelen los dedos, pero estoy muy animada.

De entre los correos que recibí ya seleccioné a dos personas a quienes hoy les envié un correo explicándoles con mayor detalle en qué consiste el experimento, asegurando que su identidad será guardada por un acuerdo de absoluta confidencialidad, aunque lo que resulte lo daré a conocer poco a poco. Estoy emocionada.

Una cosa que compruebo con esa respuesta es que el amor, como decía la semana pasada, más allá incluso que el sexo, es una fuerza inspiradora. Todos queremos amar y ser amados.

Me contaste que, desde tu divorcio, tú también has estado en busca del amor. Uno definitivo y pleno. Ya sé que me pediste ser parte del experimento, pero ni modo, ya tengo a mis voluntarios. Igual, sé que eres al menos un espléndido amante y un delicioso conversador, quien te dé el sí la pasará de lujo en la cama y fuera de ella. Te mando besos.

Un beso

Lulú Petite

 

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