Lo tiene retorcido

Sexo 27/10/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 18:58
 

Querido diario: Ricky tiene la mente retorcida. Y el cuerpo también. O mejor dicho, parte del cuerpo. Debo confesar que él me lo advirtió. Se presentó a sí mismo con todo un prólogo de la anatomía y de que a veces los hombres lo tienen así.

—Mira,  —le dije recostada como sirena en la cama—, a estas alturas he visto suficientes como para no espantarme ahora. Ándale, muéstrame qué tienes. 

Respiró profundamente y se bajó los pantalones hasta las rodillas. Acto seguido el bóxer. Evitó mirarme mientras yo lo miraba a él. Yo estaba anonadada, pero neta no era para nada como él lo había pintado. Sí, estaba un poco torcido. Digamos que lo primero que me vino a la mente fue un búmeran australiano, pero él había descrito algo entre la espiral de un taladro o los rizos de Memo Ochoa. Un búmeran era poca cosa. Tarde o temprano me iba a encontrar con uno así, ¿no?

—Vaya, vaya —dije como si apreciara una obra de arte—. Esto es especial.

Ricky se sonrojó y se cubrió con las manos.

—¿Qué pasa? —pregunté yo decepcionada—. Déjame seguir apreciándolo.

Ricky está debutando en mi lista de clientes, así que es poco lo que sé de él. Trabaja con su socio vendiendo repuestos para maquinaria pasada y es de Tlaxcala. Puedo decir que es tímido y muy modesto a su manera. Supuestamente nació con su pequeño amigo fiel así, torcido. La verdad es que pareciera producto del más absurdo accidente, pero no. Es así de fábrica. De tamaño está un poco por encima del promedio, pero lo más raro era la forma de medio bucle. Ha tenido varias novias y ninguna se ha quejado de lo curveado que tiene el sexo, pero en su cabecita loca, minada de complejos, aquello es una aberración de la naturaleza. Entonces se la sufre él solito.

Le conté que mis amigas siempre hablaban del tema y que hasta les parecía sexy. Después se fue por las ramas y empezó a preguntarme por la importancia del tamaño y qué sé yo. Hombres. ¿Quién los entiende? Entorné los ojos y lo remolqué hasta la cama para que se pusiera más cómodo. Antes de besarnos, le susurré al oído que lo importante es que funcione. Además, yo estaba para prestarle un servicio. Podía lidiar con su “peculiaridad” que  resultó ser toda una sorpresa.

Lo sentí crecer entre mis manos. Era grueso y largo, bien dotado. Ricky seguía un poco nervioso, pero le dije que yo me sentía a gusto, que eso podía decirlo de a gratis, a pesar de que me estuviera pagando. Me miró con sus ojitos de perro triste y me clavó un beso duro y neto en los labios. Su lengua acarició mi paladar y su pecho agitado se plasmó sobre el mío. Sus manos rápidamente se precipitaron sobre mi calzón. De un jalón, lo hizo volar por los aires. Encuerados y dispuestos, nos brindamos el más cálido deseo. Su pene se arremolinó sobre mi muslo. Empezó a frotarlo con ansias, agarrándome por la cintura y gimiéndome al oído. Su rostro ya no era el del joven tímido que me abrió la puerta, sino el de un macho lujurioso a punto de darse lo suyo. No soy de las que disfruta tanto este tipo de fantasías, pero si a Ricky le gustan, pues que las disfrute. Mientras más rápido se suelte, mejor para mí.

El preservativo le quedó como una media arremangada, pero igual funcionó. Me metió su poderoso gancho y de inmediato me hizo temblar. Se sintió divino. No sé ni cómo explicarlo. Supongo que es el ángulo, la proyección, el enfoque. No sé. Lo rodeé cerrando las piernas en torno a su cintura y recibí su envergadura en pleno. Mi entrepierna se humedeció a chorros y le pedí que no parara.

Él gemía y me lamía las tetas con mucha pasión. Arqueé la espalda y fue como si así se acomodara mejor su miembro dentro de mí. Me desequilibró por completo y sentí unas irrefrenables ganas de ponerme en diagonal. Le ofrecí mi mejor costado y me tumbé con una pierna levantada, apoyada en su hombro. Su pene se incrustó más en mi eje. Mis chacras se destortillaron en un amago preclímax. Enterré las uñas en la sábana y me mordí los labios. Ricky se afincó en el piso y alzó el pecho. Se meneó con locura una y otra vez, haciéndome delirar. Mis nalgas se estremecían con el ritmo de su cadera impactando las mías. Me toqué el clítoris y ahí sí empecé a hablar con los dioses paganos. Estiré el cuello hacia atrás extasiada y me apoyé en su torso enteramente derretida. Él me agarró un tobillo y me sostuvo para firmar los últimos retoques de una de las mejores cogidas que me han dado. Me hizo acabar al mismo tiempo que él.

Sin darle crédito a lo que estaba pasando, retocé junto a él y vi con fascinación cómo su pene, que erecto lucía más torcido, volvía a su forma original. Se quitó el condón y fue al baño a botarlo. Entonces volví a mí y le dije que era   un embustero.

—¿Por qué? —preguntó asomando la cabeza por la puerta.

—Lo tienes muy rico y eres todo un guerrero en la cama —sentencié.

Su rostro había vuelto a ser el del muchacho tímido que había sido antes de coger. Levantó los hombros algo apenado y volvió al baño para abrir la regadera. Algunos minutos después lo haríamos otra vez. Al menos ya sabía a qué atenerme y qué esperar de tan peligrosa curva.

 Un beso,  Lulú Petite

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