Ukelele, Por Lulú Petite

27/08/2015 04:00 Lulú Petite Actualizada 08:46
 

QUERIDO DIARIO: El ‘Doc’ no es gordo. Digamos que es grande, como un refrigerador o un oso grizzli. Más bien como el oso, porque hasta ahora nunca he visto un refrigerador con pelos y mi adorado doctor los tiene hasta donde no le alumbra el sol. Está completamente tapizado por un acolchonado y delicioso felpudo. Delicioso especialmente porque el doctor es un obseso de la higiene y el pelambre de su pecho huele siempre a buen perfume. Me encanta hundir allí mis dedos y acurrucarme con él. Ya había escrito antes sobre el ‘doc’. Es un hombre adorable.

Pero te decía que es grande, tremendo. Insisto en que no gordo, porque él es grande parejo y, al parecer, de nacimiento: manotas, piesotes, piernotas, cuerpote, ya sabes, todo en grandes proporciones (sí golosas, dije todo), completamente contrastantes conmigo, que me anuncio como petite, justamente porque soy chiquita de todo a todo. Bajita, delgadita, pequeña. Supongo que junto a él, parecemos caperucita y el lobo: ‘¿Por qué tienes esas patotas tan grandes abuelita?’

Aclaro, tampoco es el globo terráqueo con brazos y piernas. Digamos que es un gigante y punto. Ahora vive en el Distrito Federal, pero está lidiando con la posibilidad de mudarse lejos de esta amorosa amiguita, con quien tan bien se entiende en las sábanas. Yo le recomiendo que no lo haga. Si aquí es feliz y puede desarrollarse profesionalmente, para qué le busca ¿Qué ganas de hacerle cosquillas a los tiburones? De cualquier forma, es adorable y me encanta pasar tiempo con él.

Por sus horarios médicos, a veces, entre guardia y guardia, me llama bien tarde y ‘me le estoy durmiendo como el perico’, pero siempre tenemos conversaciones riquísimas y es un dulce en la cama. Al principio era tosco como chivito en cristalería, pero poco a poco ha ido mejorando su técnica, al grado que ha mejorado tremendamente y ya me hace sentir riquísimo en la intimidad.

Generalmente, tiene mucho trabajo, pero cuando le dan ganas de curarse la cosquillita entre las piernas o de una buena platicada, pues me llama. Entonces nos vemos y la pasamos de maravilla en algún motelito. Es un buen médico, me consta, siempre me deja con la boca abierta cuando me cuenta sus historias de quirófano, lo que no sabía es que tenía también don para la música. La última vez que nos vimos, tocó para mí.

—¿Quieres que te toque el ukelele? —me preguntó.

—Se llama clítoris, no me salgas con tus palabras médicas —dije bromeando. Sacó entonces la guitarrita y, entre risas, comenzó a tocar.

No me esperaba que saliera una música tan dulce. No sé, eran melodías que ya había oído, pero al sonar con esas cuerdas pequeñas se oían de lo más románticas, como el canto de las olas sonando en las paredes de la habitación suave y amorosamente. Tiene, por decirlo de alguna manera, algo hipnótico, como el murmullo de la nevera al que hemos estado acostumbrados desde pequeños.

Para coger rico se necesita voluntad, un constante flujo sanguíneo dirigido a las partes interesantes del cuerpo y una buena resistencia. Mi ‘doc’ tiene todo esto de sobra. Ahí donde lo ves, grande como un rascacielos, está en forma. Supongo que es cuestión de metabolismo y de cómo se comporta la contextura de cada cuerpo.

—Soy de huesos gruesos —me dice siempre.

Fue muy delicado y ágil. Conoce tan bien su cuerpo que sabe aprovechar su tamaño y fuerza para usarlos a favor de la pasión.

Su piel es gruesa, suave y acolchadita, lo que me resultó muy cómodo cuando me coloqué encima y lo cabalgué con ahínco. Se sentía como una colcha en mis nalgas. Apoyé mi pecho sobre el suyo y nuestros besos se encontraron. Pero él me lo quería hacer de perrito. Honestamente, a mí me complacía hacerlo así también. Se sentía más la forma de su miembro y su voz sonaba mejor cuando gemía y me hablaba.

Su presencia en la cama es notoria. La madera se estremecía bajo nosotros cuando empujaba su pelvis y me penetraba hasta el tuétano. Me estaba haciendo añicos y me encantaba. Había algo animal en su cuerpo enorme que me fascinaba. Pero lo que más me impresionó, lo que incluso después de salir de la habitación se quedó en mi cabeza, fue su resistencia. Wow. De verdad que se llevó el mérito.

Estuvimos juntos un buen rato. Cuando me despedí y venía manejando rumbo a mi casa, no podía sacarme de la cabeza la música suave y encantadora del ukelele. Un instrumento tan chiquito y tan bien usado por un tipo tan grande, la imagen era graciosa. Igual lo disfruté enormemente. Así que ya sabe, la próxima vez que me quiera tocar, que también comience por tocarme el ukelele.

 

Un beso

Lulú Petite

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