Cumple su fantasía

Sexo 27/07/2017 05:10 Lulú Petite Actualizada 05:10
 

Querido diario: El miércoles me habló Germán. Tenía la voz gruesa y como amordazada por cajones de madera. ¿Me estaba llamando desde una cueva, un pozo o qué? Tenía un tono afable y muy elegante de hablar, como si no tuviera prisa y tuviera todo el tiempo del mundo para escuchar. Había leído mi columna el día anterior y quería saber si podía hacer con su cuerpo lo que mi anécdota hizo con su imaginación.

—Mejor —respondí en plan pícara— La realidad es insuperable.

—La realidad es insuperable —repitió como si fuera un eco o quisiera convertir mi frase en un mantra.

Entonces le expliqué sobre mis servicios: Hay besitos y caricias, trato de novia, todo el sexo, vaginal y oral, que quieras durante una hora, siempre con condón. Le dije también las opciones de los moteles donde atiendo.

—¿Cuándo? —preguntó de pronto, como si me correspondiera a mí saber cuándo quería satisfacer sus antojos, aplacar su fuego.

—Cuando quieras —contesté.

Hizo “mmmmm” y luego hubo un silencio.

—¿Sigues ahí? —pregunté.

Se aclaró la garganta y dijo que sí, que quería sexoterapia cuanto antes. Entonces me dijo que buscaría alguno de los moteles de mi lista y marcaría de nuevo en cuanto tuviera el número de habitación. Apenas media hora después así lo hizo. Me llamó desde un motel en Patriotismo, con la prisa de los que tienen ganas de saciar su instinto.

—¿Tardas mucho?

—No —respondí categórica. Veintitantos minutos después estaba entrando en su habitación.

Resulta que Germán no es ningún primerizo. Ha estado casado dos veces y juntado otras tantas. Ha tenido sexo con muchas mujeres, pero ésta era, según dijo, la primera vez que pagaba por tenerlo.

Me contó todo eso en cuanto entré, como si quisiera justificarse. Sólo por curiosidad y ya que se veía que quería hablar, le pregunté que lo había impulsado a llamarme.

Hizo “mmmm” otra vez y bajó su mirada. Luego la alzó y, por un brevísimo pero importante instante, la sostuvo en mis ojos. Sus retinas eran grandes y bordeaban sus ojos tirando a miel.

—No sé —dijo como si fuera a extenderse a contar algo muy largo— Vi tus fotos, leí tus aventuras y me dieron ganas.

Tragó saliva, se relamió los labios y se secó las palmas en las rodillas. Me senté a su lado y posé una mano sobre su pierna. Alzó la mirada y abrió la boca lentamente, como juntando oxígeno para poder expulsar palabras. Tal vez me quería decir algo, pero se le quedó atorado en la garganta. 

Los hombres te cuentan lo que quieren, no hay que presionar. Menos en este negocio. Sonreí. Germán parecía tímido, pero de a poco empezaba a soltarse. Sólo había que encontrarle el modo.

Me acerqué aún más y le dije bajito en la oreja:

—Cierra los ojos.

Sus mejillas se enrojecieron y una sonrisa se le dibujó en el rostro sin que pudiera evitarlo. Parecía un adolescente descubriendo el deseo más visceral. Cerró los ojos. ¿Qué se suponía que hiciera? Le lamí la oreja. Sentí que su cuerpo vibró como a velocidad ultrasónica y vi levantarse los vellitos de su cuello. Pero no se movió.

Entonces me puse de rodillas y lo ayudé a desabrocharse el cinturón, quitarse el pantalón y bajarse el bóxer. Me amarré el cabello con una liga y saqué un condón de la bolsa. Lo miré a los ojos y le dije que se relajara, que dejara todo en mis manos. Abrí el empaque y coloqué el botón de goma enrollada en su corona. Posé mis labios con precisión y se lo fui bajando, haciendo presión y empujando con la lengua y el paladar.

Lo escuché gemir, con la cara hacia el techo, como si de pronto lo iluminaran desde Venus. Se lo chupé hasta casi dejarlo listo, pero Germán quería culminar con broche de oro. Me tomó la mano y me dirigió con mucha caballerosidad hacia la cama. Quería hacerlo de perrito.

—Déjate el cabello recogido —dijo—. Me gusta.

Me penetró sin más dilaciones. Yo estaba mojada, pues honestamente me había excitado muchísimo habérselo chupado y haberle dado tanto placer. Sentí sus manos como tenazas en mi cintura, el empuje de su cadera contra mis pompas, sus exhalaciones mezcladas con gemidos y gruñidos de deseo desatado. Su cuerpo emitiendo ondas de clímax en proceso de ebullición. De pronto encajó entero su equipamiento, estrujando sus bolas contra mi umbral. Se vació dando espasmos, apretándome fuerte, como si no lo creyera, como si fuera la primera vez. Pero no lo era, ni será la última.

Hasta el martes, Lulú Petite

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