Muy buena noche

Sexo 26/12/2017 05:18 Lulú Petite Actualizada 17:40
 

Querido diario: A veces me entran en momentos inapropiados. Las llamadas, desde luego. Era 22 de diciembre y estaba en un centro comercial, en medio de un tumulto de compradores de regalos de último momento, cuando sonó mi cel. Era un chico preguntando por mis servicios. Le expliqué la dinámica en voz bajita y nos pusimos de acuerdo para vernos.

Él vino a la Ciudad de México hace dos años, emigrado de un hermoso país sudamericano, con el afán de buscar mejor vida. Cuando las cosas se estaban poniendo difíciles y antes de que se pusieran peor, encontró el modo de agarrar sus chivas y buscar mejor suerte en tierra azteca. Llegando se encontró con que acá tampoco se encuentra el bienestar colgando de los árboles, pero que trabajando duro se puede salir adelante, sin tantos sobresaltos como los que estaba viviendo.

Hace un año, en estas fechas, regresó a su tierra. A pasar la Navidad con la familia. Este año no se tuvo la misma oportunidad, fue su primer noche buena lejos de casa. Allá en diciembre es verano y los abrigos sobran, acá, en cambio, siente que el invierno le está congelando hasta las ideas. Quizá entre el frío y nostalgia, decidió buscar olvido en mis besos y calor en mis brazos.

Comenzó con caricias tímidas, tanteándome, reconociéndome. La punta de su nariz parecía un cubito de hielo que rozaba mis hombros. 

—Qué rico hueles —dijo.

Me ericé de inmediato. Quise decir algo de vuelta, pues él también olía delicioso, pero me besó en los labios. Usaba una colonia muy varonil, pero no demasiado invasiva. Entre dulce y cítrica. Cuando nuestras bocas se desunieron tras ese primer encuentro, nos quedamos mirándonos con las pupilas encendidas. Sus manos se deslizaban por mis piernas. 

—Tienes las manos frías —dije temblando.

—Perdón.

—No —dije tomándoselas y devolviéndolas al lugar donde etaban—. Me gusta.

Volvimos a besarnos y desde ese momento todo tomó la forma perfecta. El frío se tornó calor y la incomodidad del principio se hizo una intimidad instantánea. Poco a poco fuimos desvistiéndonos. Prendas caían desperdigadas a nuestro alrededor mientras nos hundíamos entre las sábanas. Nuestros cuerpos se reconocían desnudos, cómodos y en pleno placer.

 Su lengua no tardó en encontrar mis senos y dibujó en mis pezones con destreza. Sus palmas se acoplaron a la curvatura de mi cintura. Jaló mi cuerpo hacia el suyo. Sentí el punzante y glorioso poder de su miembro, listo para la acción. Durito y prensado, jugueteó con su cabeza de piedra, palpando mi entrepierna a través de la única pieza que me quedaba encima.

—Quítate esto —dijo.

—Quítamelo —gemí.

Me desnudó con los dientes.

Estaba empapada y deseosa por ser penetrada. Me mordí los labios y lo miré, como suplicando: “cógeme ya”. Le puse el preservativo, se acomodó entre mis piernas y me dio justo lo que quería.

Entró seguro, sin apuros, pero siempre seguro. Nuestros dedos se entrelazaron en un agarre firme. Sentí un calor súbito y me entregué por completo.

Rodamos por la cama. Su pene me daba una energía increíble cada vez que me estremecía por dentro, hinchado y palpitante, con sus bolas chocando contra mis labios, inyectándome a fondo su tolete entero.

Me aferré a él, abrazándome a su espalda como una ahogada siendo rescatada. Podía sentir los latidos de su corazón desbocado, percibir en mi piel el cálido vaho de su aliento con cada una de sus exhalaciones silenciosas pero quejumbrosas. El esfuerzo rendía sus frutos. Calor y más calor. Él, unido a mí, tan adentro que éramos una sola masa. Yo me quedé empalada en su pene, que vibraba como si tuviera vida propia.

—Así, así —dije bajito, gimiendo, mientras él se vaciaba por completo.

Cuando volvimos a la vida real, nos quedamos como idos, con la respiración agitada y la sonrisa en la cara. Así la vida. Quizá este año no pudo pasar su noche buena con la familia, pero pasó conmigo una buena noche.

Felices fiestas

Lulú Petite

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