Sexo a media luz

Sexo 26/04/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:47
 

Querido diario: Andrés se ganó un punto extra. El punto son las velas. Y cuando digo velas me refiero a las que llevó a la habitación de hotel.

Era la segunda vez que lo veía. La primera fue hace unos meses. Quizá fue su primera vez con una sexoterapeuta porque se le veía nervioso.

Anoche nos vimos de nuevo. Cuando entré, la única iluminación provenía de unas velas aromáticas colocadas en los muebles de la habitación.

—¿Y eso?

—Las traje—dijo.

Me explicó que le gusta la forma en que las velas iluminan el romance.

—Dan ambiente —explicó.

Ambiente. Me gusta el concepto. Me halagan los hombres que, a pesar de haber pagado y tener el sexo garantizado, les gusta tener gestos románticos para entrar en ambiente.

Antes del amor, me habló de cosas de su trabajo, de sus viajes. Creo que es algo nervioso y le da por ahí. Hablar o hacer silencio puede ser síntoma de timidez.

Siendo honesta, lo de las velas me prendió. Mientras Andrés seguía hablando, le desanudé la corbata. Pasé mis manos por su pecho y puse mi rostro muy cerca del suyo. Entendió “la indirecta” y me rodeó con sus brazos por la cintura. Sus manos descendieron lentamente hasta mis nalgas, que acarició.

Comenzamos a besarnos. Inclinó su cara hacia mí y puso su lengua en mis labios, como si lamiera miel de ellos. El gesto me prendió en un santiamén. Agarré sus manos, las puse en mis tetas y comencé a acariciarle la entrepierna. Como esperaba, estaba tieso y prensado.

Nos pusimos más cómodos. Desabrochó mi brasier con un chasquido tan torpe que me hizo reír, pero la movida en sí fue un detallazo. Él se sintió con más ahínco y comenzó a devorarme a besos. Le correspondí con cariñitos. El placer crecía por mis venas y se esparcía por cada célula de mi cuerpo, de mi piel chinita.

En eso nos apretamos como si quisiéramos formar un solo cuerpo desnudo, ansioso y deseoso, y empezamos a rodar por la cama. Mi cabello suelto cubrió su rostro. Él, extasiado con su aroma fresco, cerró los ojos y se dejó llevar. Nuestras sombras formaban una silueta extraña en la pared, que se agitaba como nuestros corazones cada vez más revueltos.

Sus manos recorrieron mis esquinas, mis curvas, mis puntos más sensibles. Pellizcó suavemente mis pezones con sus labios, y con la punta de su lengua estimuló la cúspide de mis tetas.

Se colocó bocarriba y yo me encaramé sobre él con las piernas abiertas. Me despaché solita, acomodando su fierro con ambas manos en mi hendidura. Andrés me agarró por la cintura y acompañó mi descenso, mientras me incrustaba su macana. Yo, apoyada con las palmas sobre su pecho esbelto, me senté sobre esa asta enorme y gruesa.

Al llegar hasta abajo, me sentía empalada pero gustosa. Sus bolas chocaban contra mí a medida que se mecía, impulsando su pieza hacia arriba, penetrándome con cadencia. La potencia de su empuje hacía que mi cuerpo se estremeciera. Mis senos brincaban, pero él los sostenía con sus manos inquietas, que apretaban y amasaban suavemente.

Gemí arqueando la espalda y meneándome despacito sobre él, acomodándome su tolete enterito, sintiendo su ángulo perfecto rozar mi clítoris, acariciar con su nervadura mis puntos estratégicos.

Algo en todo el asunto me desató unas ansias como animales. Tomé una de sus manos por el dedo del medio y me lo llevé a la boca para chupárselo deseosa.

Todo el deseo me recorría los huesos, las venas, la piel. En eso, Andrés apretó la marcha, inyectándome una y otra vez altas dosis de su miembro a punto de estallar.

Cuando se avecinaba el bombazo, le pedí a gemidos que me lo diera todo, que se viniera para mí.

Agotados y empapados en sudor, retozamos como un par de trapos enredados sobre la cama. Las sombras apenas mostraban nuestros pechos de respiración agitada. Vi las llamas de la velas que se extinguían poco a poco. Entonces, como si me leyera la mente, le sopló a la última que aún tiritaba y la oscuridad nos sumió en su silencio.

Hasta el martes, Lulú Petite

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