“Apagándome el incendio ”, por Lulú Petite

26/03/2015 04:00 Lulú Petite Actualizada 09:22
 

Querido diario: A estas alturas del partido he tenido relaciones sexuales con gente de prácticamente todos los gremios: empresarios, artistas, políticos, comerciantes, deportistas, prestadores de servicios,  profesionistas. De todo.

Desde luego, los que mejor rendimiento tienen son quienes hacen un trabajo físico. No digo que sean los que tienen mejor desempeño. He tenido clientes que no realizan el menor esfuerzo físico en su chamba ni en su casa, pero que al hacer el amor saben cómo, dónde y cuándo tocarte para ponerte “ojitos de huevo cocido”.

Me refiero a que tienen mejor rendimiento porque aguantan más y te traen de arriba para abajo, como si en vez de hacer el amor estuvieran corriendo un maratón. Hasta ahora, en mi ranking de “terminators” sexuales, los que te ponen las cogidas más intensas son los soldados, policías, futbolistas y boxeadores. Hoy agregué otro gremio.

Para muchas es una fantasía recurrente. Yo aún no me había dado cuenta de que todavía no me acostaba con uno, pero me acabo de tirar a un bombero.

Era joven, de unos 30 años, y con un cuerpo hermoso. Tenía la cara ruda, moreno, de mandíbula cuadrada y sonrisa tierna, con un pecho y unos brazos deliciosos.

Me abrió la puerta con su pinta de “me acabo de bañar”, es decir, sin camisa, con el pelo mojado y una toalla tapándole el aparato. Yo iba linda, con un vestido negro, zapatillas, lencería sexy y el cabello suelto. 

— Hola guapo ¿cómo estás?, le pregunté con un guiño.

Sonrió por respuesta, desnudándome con los ojos. Pasé a un lado suyo, acercándole mi cuerpo y vi en el espejo cómo se quedaba viéndome las nalgas mientras respondía: “Bien”.

Me le acerqué, entonces, sonriendo y ofreciéndole mi cuerpo.  “¿Qué vamos a hacer?”, le pregunté, a lo que él respondió dándome un beso en la boca y dejando caer la toalla al piso. Tenía una manguera tremenda. Nos besamos unos minutos, durante los cuales sus manos se pasearon por todo mi cuerpo con una prisa y una habilidad inesperada.

Me levantó de pronto como si mi peso no importara y me llevó a un sillón, junto a un espejo grande, donde comenzó a quitarme la ropa. Todo el tiempo estaba enfocada en el espejo y me excitaba vernos hacer el amor así; él completamente desnudo, con ese cuerpo tallado a fuerza de ejercicio y yo, caliente y ganosa dejándome hacer, dejándolo desnudarme con prisa y torpeza, pero con una pasión indiscutible.

Cuando me tuvo completamente desnuda, clavó sus dedos en la carne de mis nalgas tan duro que me dolió un poco, pero un dolor riquísimo. Me levantó entonces del trasero, me puso en el sillón y, como si fuera un pastel, se llevó mi entrepierna a la boca y comenzó a lamer mi clítoris con una delicadeza y astucia que me hicieron estremecer.

Alcancé un condón en mi bolso cuando me pidió que le devolviera el favor con un 69. Devoré entonces su sexo mientras él se comía el mío con entusiasmo. La habitación ardía.

De pronto me la sacó de la boca con brusquedad y cargándome de nuevo como si yo fuera tan ligera como aire, me lanzó a la cama y, casi sin alcanzar a reaccionar, me agarró las piernas, las levantó sobre sus hombros y me la metió toda de una estocada, clavándose hasta mis entrañas. Grité, pero por la sorpresa. Entró como cuchillo caliente en mantequilla y no me dolió nada.

Me cogió con fuerza. Con el ímpetu de un hombre entrenado para apagar infiernos, pero hasta ese momento yo no lo sabía. Todo había pasado tan rápido que ni tiempo nos dimos de conversar antes de empezar a amarnos. Sólo veía su cuerpo perfecto entrando en el mío, sentía sus manos apretar mis senos, sus dedos acariciar mis pezones, su pene clavándose entre mis piernas hasta el fondo, mis muslos al aire, mis pantorrillas, golpeando sus hombros y toda yo desvanecida entre el placer y la dominación. Me dejé coger cómo él quiso, me dejé usar como su marioneta, al ritmo de su pelvis chocando contra mis nalgas y muslos, sólo sentía cómo cada vez me mojaba más y mi espalda revolvía con sus embestidas las cobijas de una cama todavía tendida.

Cuando casi llegaba a mi orgasmo, el bombero se dio cuenta y como queriendo detenerme, me lo sacó, y me volteo para ponerme en cuatro y darme de a perrito.

No iba a permitir que me negara mi orgasmo ni que decidiera cuándo llegaría, así que cerré los ojos y me dejé llevar hasta sentir esa explosión maravillosa que hace perder la razón.

Justo cuando empecé a temblar, el bombero también se vino, levantándome sin sacarla y abrazándome contra su pecho maravillosamente esculpido. Me mantuvo así un buen rato, con su miembro clavado en mi cuerpo, como alfiler en una mariposa para colección. Me besó entonces de nuevo.

Al final conversamos y me contó a qué se dedicaba. Dijo que sus amigos seguramente no le creerían que me conoció, así que amiguito de mi alma, muéstrales esto y diles que cuando quieran, si todos son como tú, me encantan los bomberos.

 

 

Un beso,

Lulú Petite

 

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